/ miércoles 27 de marzo de 2024

Poder, deseo e incertidumbre

Se presentó el libro Poder y deseo. La sucesión presidencial en México, que escribieron José Elías Romero Apis y Pascal Beltrán del Río. Fue en la UNAM con Raúl Contreras Bustamante como anfitrión en la Facultad de Derecho. Además de protagonista, Francisco Labastida brindó sus comentarios, al igual que Ruth Zavaleta.

Durante 70 años y hasta hace cuatro elecciones, los dos grandes adversarios fueron el PRI y el PAN. Todavía hace 3 años en la elección intermedia era impensable una alianza. Ahora lo son por la Presidencia y por todos los cargos federales, así como por muchos de los locales. Esta elección, es una contienda agresiva, violenta y cerrada. En la que no se enfrentan personas, sin oposiciones. Es la oferta de la continuidad de que ni el cambio hacia dónde.

Los dos bandos son muy fuertes. El de la continuidad tiene la fuerza de gobierno. El del cambio tiene el poder de la inconformidad. Ese es el signo característico de las contiendas de relevo en el mundo democrático a lo largo de lo que va del siglo XXI. En tres de las recientes cuatro elecciones mexicanas y estadounidenses han triunfado las alternancias. Más o menos por allí anda el panorama europeo. Pero en el siglo XX no fue tan distinto. Estados Unidos se caracteriza por ser un régimen de alternancia.

Menciono un dato que no me deja mentir. En los gabinetes mexicanos de los últimos 60 años, tan sólo seis ministros fueron ratificados en un paso de 10 sexenios. De 250 a 300 funcionarios, solo se ratificó a media docena y no más. Y, por cierto, en cuatro de esos seis casos tan solo fue una ratificación temporal y no sexenal. Eso nos da una idea de que a la brevedad sexenal hizo de los sexenios priistas un régimen de alternancias.

En las democracias, todos los gobernantes son transitorios. Más transitorios mientras mejor esté instalada la democracia. Solamente los ciudadanos somos permanentes. Solamente nosotros nos quedamos después de que ellos se van. Sólo nosotros les contaremos a los que siguen lo que sus antecesores hicieron con nosotros. Lo que nos cumplieron y lo que nos engañaron. Lo que nos quitaron y lo que nos quedaron a deber.

Es cierto que hay temores y rumores. He escuchado sobre los fantasmas del boicot electoral, del sabotaje mafioso de la remoción postulatoria, de la anulación de elecciones, de la suspensión constitucional, del interinato presidencial, del maximato, el minimato, del magnicidio y de muchos otros más. Pero hay factores que no deben dar confianza. El más importante es que se trata de un país altamente institucionalizado.

Es tiempo de incertidumbre y es tiempo de sorpresas. Y aún nos faltan muchas. Lo más normal es que unos ganen y que otros pierdan, como suele suceder. Lo mejor sería que todos ganáramos, como ya ha sucedido. Lo peor sería que todos perdiéramos, como también ya lo hemos sufrido.

No hagamos nada para que se nos deshaga ni permitamos que nadie nos la destruya.

Estoy muy seguro de que cada día y cada generación, México será más infalible y será menos inefable.

Durante los casi 65 días que le restan a las campañas electorales, habrá mucho que preguntarse acerca de nuestro papel como sociedad en este proceso y, principalmente, será necesario que dicho protagonismo no se diluya ante las contradicciones y el desgarriate que permea entre la cortesilla política que hoy por hoy, pelea por cada metro cuadrado del territorio y sus implicaciones en el presupuesto de los siguientes años.

En efecto, también nuestra paciencia, como sociedad que ejercerá su derecho al voto, se verá retada y confrontada.


Se presentó el libro Poder y deseo. La sucesión presidencial en México, que escribieron José Elías Romero Apis y Pascal Beltrán del Río. Fue en la UNAM con Raúl Contreras Bustamante como anfitrión en la Facultad de Derecho. Además de protagonista, Francisco Labastida brindó sus comentarios, al igual que Ruth Zavaleta.

Durante 70 años y hasta hace cuatro elecciones, los dos grandes adversarios fueron el PRI y el PAN. Todavía hace 3 años en la elección intermedia era impensable una alianza. Ahora lo son por la Presidencia y por todos los cargos federales, así como por muchos de los locales. Esta elección, es una contienda agresiva, violenta y cerrada. En la que no se enfrentan personas, sin oposiciones. Es la oferta de la continuidad de que ni el cambio hacia dónde.

Los dos bandos son muy fuertes. El de la continuidad tiene la fuerza de gobierno. El del cambio tiene el poder de la inconformidad. Ese es el signo característico de las contiendas de relevo en el mundo democrático a lo largo de lo que va del siglo XXI. En tres de las recientes cuatro elecciones mexicanas y estadounidenses han triunfado las alternancias. Más o menos por allí anda el panorama europeo. Pero en el siglo XX no fue tan distinto. Estados Unidos se caracteriza por ser un régimen de alternancia.

Menciono un dato que no me deja mentir. En los gabinetes mexicanos de los últimos 60 años, tan sólo seis ministros fueron ratificados en un paso de 10 sexenios. De 250 a 300 funcionarios, solo se ratificó a media docena y no más. Y, por cierto, en cuatro de esos seis casos tan solo fue una ratificación temporal y no sexenal. Eso nos da una idea de que a la brevedad sexenal hizo de los sexenios priistas un régimen de alternancias.

En las democracias, todos los gobernantes son transitorios. Más transitorios mientras mejor esté instalada la democracia. Solamente los ciudadanos somos permanentes. Solamente nosotros nos quedamos después de que ellos se van. Sólo nosotros les contaremos a los que siguen lo que sus antecesores hicieron con nosotros. Lo que nos cumplieron y lo que nos engañaron. Lo que nos quitaron y lo que nos quedaron a deber.

Es cierto que hay temores y rumores. He escuchado sobre los fantasmas del boicot electoral, del sabotaje mafioso de la remoción postulatoria, de la anulación de elecciones, de la suspensión constitucional, del interinato presidencial, del maximato, el minimato, del magnicidio y de muchos otros más. Pero hay factores que no deben dar confianza. El más importante es que se trata de un país altamente institucionalizado.

Es tiempo de incertidumbre y es tiempo de sorpresas. Y aún nos faltan muchas. Lo más normal es que unos ganen y que otros pierdan, como suele suceder. Lo mejor sería que todos ganáramos, como ya ha sucedido. Lo peor sería que todos perdiéramos, como también ya lo hemos sufrido.

No hagamos nada para que se nos deshaga ni permitamos que nadie nos la destruya.

Estoy muy seguro de que cada día y cada generación, México será más infalible y será menos inefable.

Durante los casi 65 días que le restan a las campañas electorales, habrá mucho que preguntarse acerca de nuestro papel como sociedad en este proceso y, principalmente, será necesario que dicho protagonismo no se diluya ante las contradicciones y el desgarriate que permea entre la cortesilla política que hoy por hoy, pelea por cada metro cuadrado del territorio y sus implicaciones en el presupuesto de los siguientes años.

En efecto, también nuestra paciencia, como sociedad que ejercerá su derecho al voto, se verá retada y confrontada.