Las alianzas de los partidos se encuentran en el punto intermedio de la percepción como en los populares refranes mexicanos, por un lado, las expresiones de la ciudadanía que no por mucho madrugar amanece más temprano y por el otro, caballo que alcanza gana.
Lo que es una realidad es que el estado y las ciudades más importantes se llenaron de propaganda política. Por donde usted se desplace, se encontrará avisos, afiches, vallas, pasacalles, muros y hasta carros decorados con publicidad de cuanto candidato quiere posicionarse en la opinión pública; a eso se le suma ruido constante por perifoneo cuyo objetivo es sí o sí, permear en la ciudadanía.
Varias personas candidatas le apuestan a la publicidad digital; prefieren los mecanismos digitales en el supuesto que, con ello, rompen con los esquemas tradicionales, se “convierten en campañas socialmente responsables” y contribuyen al medio ambiente.
Debemos recordar que el comportamiento social ha cambiado. De acuerdo con la OCDE, Brasil, Colombia y México son los países de Latinoamérica que más consumen el teléfono celular y las redes sociales.
Las mexicanas y los mexicanos destinan una cuarta parte del día, aproximadamente seis horas, al entretenimiento en redes socio digitales, siendo Facebook la favorita de acuerdo con estudios de la Universidad Autónoma de México.
La propaganda tradicional y digital es excesiva, donde los partidos políticos junto a sus candidaturas argumentan que el fin justifica los medios, pues para ellos es mejor pedir perdón que pedir permiso, sin embargo, es un mal mensaje para el electorado.
Las tecnologías digitales que permiten la micro-segmentación con fines electorales tienen el potencial de alterar la conducta de los usuarios-votantes. Cuál es el peor efecto para democracia, que el hartazgo de ese bombardeo de publicidad se refleje en abstencionismo.
Tomado el precedente que las elecciones se ganan en las urnas y no en las redes sociales, esta tecnología, incluso “bien” utilizada, sin falsear la información y sin la intención deliberada de manipular las emociones de sus destinatarios, constituye un riesgo para la voluntad del usuario-votante si este tipo de “servicios” o de “prácticas” no se acompañan de ejercicios deliberados y conscientes de transparencia.
No omito señalar que entre el desgaste y el posicionamiento se encuentra un factor que también contribuye a tener una percepción que pone en entredicho la transparencia de los procesos electorales: los actos anticipados de campaña, mientras que la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales sólo sanciona los “actos anticipados de precampaña oficiales”, es decir, la difusión de propaganda entre el inicio del proceso electoral (septiembre) y hasta antes del plazo legal para el inicio de las precampañas (fecha aún por definir), se observa que muchos personajes empezaron con otro tipo de procedimientos internos como que proyectaban una intención o preferencia del voto a su persona.
A finales de 2020 ya se sabía de la participación de diversos personajes y estos serían “protagonistas” de la elección. Remato con otro refrán que se está imponiendo a los dos anteriores: el que pega primero, pega dos veces.
*Activista. Maestro