/ lunes 17 de junio de 2019

El joven que vivió en el rancho

En su niñez solo aprendió, habló y escuchó el idioma náhuatl. Desde muy joven se trasladó con sus hermanos, su padre y su madre adoptiva —ya que recientemente había fallecido su mamá verdadera— del estado de Puebla a Veracruz. Al principio se le fue dificultó aprender el castellano. Llegaron con la intención de trabajar en el campo. Es así que, rentaron unos espacios de terrenos ejidales. Construyeron una pequeña choza. Se pusieron a criar animales de corral como: guajolotes, patos, gallinas, puercos, gallinas guineas, entre otros.

Cuando les facilitaron las tierras, inmediatamente su papá fue otra vez a Puebla para conseguir trabajadores. Así fueran familiares, conocidos o personas que tuvieran ganas de entrarle al jornal e ir derribar el monte que ya parecía una selva. Se encontraron serpientes de diversas variedades, capulincillos e infinidad de animalillos. El trabajo de desmonte en las tierras que les rentaron se realizó con machetes, azadones, hachas, etcétera.

Pasó un tiempo y el joven se juntó con una señorita. Él la conquistó cantándole, siendo como era, una persona humilde, sencilla, de buen corazón. Le habló bonito y en ocasiones arriesgó su propia vida. Lo que hace el amor en la juventud. El enamoramiento fue etapa tan maravillosa que ambos acordaron unir sus vidas. Ella se fue con él y vivieron en junta con su papá, su madre adoptiva y sus hermanos.

La esposa del joven fue la primera alumna de su madre adoptiva. La señora a todos los quiso como hijos y a la muchacha la trató como si fuera su propia hija. Preparaban el nixcomel desde la noche y muy de madrugada se ponían a moler con el metate y el metlapil. Con el maíz amasado preparaban las deliciosas tortillas. Los señores que habían traído del estado vecino eran de buen diente, por lo que a frijoles les echaban más caldo y las tortillas que salían casi las cachaban.

La responsabilidad creció más cuando tuvieron sus primeros hijos y sin embargo, quien administraba fue el papá del muchacho. Que si vendían huevos de gallinas tenían que entregar cuentas claras. La ropa que usaban tenía demasiados remiendos. La muchacha, ahora madre, quería mucho a su marido. Enfrentó regaños, murmuraciones, faltas de respeto, exigencias y carencias constantes.

Al final del día se veían el joven y la muchacha. Él traía su guitarra y comenzaba a cantarle de la siguiente manera: “Han nacido en mi rancho dos arbolitos, / dos arbolitos que parecen gemelos, / y desde mi casita los veo solitos, / bajo el amparo santo y la luz del cielo”. Posteriormente continuaba con esta hermosa composición de los hermanos Martínez Gil que dice: “Chacha, mi chacha linda / cómo te adoro mi linda muchacha / no sé si pueda, vivir sin mirarte / no sé si pueda, dejarte de amar”. Así pasaron los años. Algunos de sus hijos aprendieron a tocar guitarra. Llegó el momento de partir al cielo y desde las alturas le sigue cantando, porque la muerte del amor nunca los separó.

Paxkatkatsini (Gracias)

venandiz@hotmail.com

Twitter @tepetototl

En su niñez solo aprendió, habló y escuchó el idioma náhuatl. Desde muy joven se trasladó con sus hermanos, su padre y su madre adoptiva —ya que recientemente había fallecido su mamá verdadera— del estado de Puebla a Veracruz. Al principio se le fue dificultó aprender el castellano. Llegaron con la intención de trabajar en el campo. Es así que, rentaron unos espacios de terrenos ejidales. Construyeron una pequeña choza. Se pusieron a criar animales de corral como: guajolotes, patos, gallinas, puercos, gallinas guineas, entre otros.

Cuando les facilitaron las tierras, inmediatamente su papá fue otra vez a Puebla para conseguir trabajadores. Así fueran familiares, conocidos o personas que tuvieran ganas de entrarle al jornal e ir derribar el monte que ya parecía una selva. Se encontraron serpientes de diversas variedades, capulincillos e infinidad de animalillos. El trabajo de desmonte en las tierras que les rentaron se realizó con machetes, azadones, hachas, etcétera.

Pasó un tiempo y el joven se juntó con una señorita. Él la conquistó cantándole, siendo como era, una persona humilde, sencilla, de buen corazón. Le habló bonito y en ocasiones arriesgó su propia vida. Lo que hace el amor en la juventud. El enamoramiento fue etapa tan maravillosa que ambos acordaron unir sus vidas. Ella se fue con él y vivieron en junta con su papá, su madre adoptiva y sus hermanos.

La esposa del joven fue la primera alumna de su madre adoptiva. La señora a todos los quiso como hijos y a la muchacha la trató como si fuera su propia hija. Preparaban el nixcomel desde la noche y muy de madrugada se ponían a moler con el metate y el metlapil. Con el maíz amasado preparaban las deliciosas tortillas. Los señores que habían traído del estado vecino eran de buen diente, por lo que a frijoles les echaban más caldo y las tortillas que salían casi las cachaban.

La responsabilidad creció más cuando tuvieron sus primeros hijos y sin embargo, quien administraba fue el papá del muchacho. Que si vendían huevos de gallinas tenían que entregar cuentas claras. La ropa que usaban tenía demasiados remiendos. La muchacha, ahora madre, quería mucho a su marido. Enfrentó regaños, murmuraciones, faltas de respeto, exigencias y carencias constantes.

Al final del día se veían el joven y la muchacha. Él traía su guitarra y comenzaba a cantarle de la siguiente manera: “Han nacido en mi rancho dos arbolitos, / dos arbolitos que parecen gemelos, / y desde mi casita los veo solitos, / bajo el amparo santo y la luz del cielo”. Posteriormente continuaba con esta hermosa composición de los hermanos Martínez Gil que dice: “Chacha, mi chacha linda / cómo te adoro mi linda muchacha / no sé si pueda, vivir sin mirarte / no sé si pueda, dejarte de amar”. Así pasaron los años. Algunos de sus hijos aprendieron a tocar guitarra. Llegó el momento de partir al cielo y desde las alturas le sigue cantando, porque la muerte del amor nunca los separó.

Paxkatkatsini (Gracias)

venandiz@hotmail.com

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