/ sábado 2 de diciembre de 2023

La formación cívica y ética en la educación básica

El momento que vive la nación con una democracia amenazada, envuelta en una borrasca de ataques, contradicciones, sujeta a las decisiones políticas personales, es urgente abordar la formación cívica de los ciudadanos mexicanos, como testigos de lo que llega a ocurrir en la sociedad cuando la civilidad y la ética están ausentes.

Cuando priva la denominada crisis de valores y se duda de qué valores defender, conocer, y revisar la perspectiva de las bases filosóficas-políticas de la formación cívica y ética.

La problemática plantea “explorar el aporte del pensamiento y la acción fundadas, para poder desarrollar una visión prospectiva de los esfuerzos que se pudieran realizar en el ámbito de la construcción de una ciudadanía democrática.

Para ello se requiere generar cambios en nuestra cultura política, lo cual implica que se deben transformar nuestros valores, concepciones y actitudes hacia lo político, es decir, se deben reconfigurar nuestras percepciones acerca del ejercicio del poder y del papel que juegan los diferentes actores de la escena política: instituciones, gobierno y ciudadanía”.

Es la escuela donde debe comenzarse por generar, en profesores y alumnos, una comprensión amplia de la política, por ejercer la autoridad no arbitraria o excluyente o que denigra, y por fortalecer la dimensión de lo público, sin detrimento de lo privado, y así garantizar mayor participación y autonomía a todos aquellos cuya voz generalmente no se escucha por ser ajenos al poder.

En "La Formación Cívica y Ética en la Educación Básica: retos y posibilidades en el contexto de la sociedad globalizada”, Alejandro Alba Meraz señala que las propuestas para desarrollar una ciudadanía democrática extensa deberán estar orientadas a los derechos humanos, que no deben considerarse sólo como tema de un bloque de enseñanza del programa de estudios, ya que constituyen, en sí mismos, una visión del mundo.

Adoptar esta visión implicaría también romper con las visiones homogeneizadoras que apoyan la idea de que debe existir un plan de estudios único lo cual ha permitido perpetuar la discriminación y los mecanismos de exclusión social en la escuela (en concreto, podemos decir que el currículo educativo es la herramienta didáctica de los profesores que incluye los criterios, los planes de estudios, la metodología, los programas y todos y cada uno de los procesos que servirán para proporcionar al alumnado una formación integral y completa).

El currículo educativo también cumple un papel político, ya que lo que se pretende enseñar a los alumnos tiene mucho que ver con el papel que se espera de ellos en el futuro.

La educación en todos los ámbitos y la Formación Cívica y Ética no es la excepción, se ha enfocado básicamente en la adquisición de conocimientos, dejando en un segundo plano los aspectos sociales y afectivos que conforman al ser humano. Lo cual ha propiciado el desarrollo de seres humanos fragmentados, expone Alba Meraz.

Pablo Latapí señala que “la formación cívica y ética debe, por un lado, promover en los jóvenes la identificación y el análisis de condiciones favorables para el desarrollo humano en sociedades complejas, heterogéneas y multiculturales, mediante el ejercicio y la defensa de los derechos, la participación activa y responsable de los colectivos de los que forma parte el individuo, y la formulación argumentada de juicios y posturas ante asuntos públicos.

Y, por otra parte, enfatiza el autor, la formación cívica y ética debe atender el desarrollo de tres grandes capacidades: El juicio moral, la sensibilidad afectiva a los aspectos morales y la autorregulación de los propios comportamientos. Esto es, el juicio moral implica el desarrollo cognoscitivo y crítico del estudiante, el cual le permite plantear correctamente los conflictos que se le presentan y, posteriormente, aplicar principios apropiados para resolverlos.

La sensibilidad afectiva a los aspectos morales involucra el desarrollo de los afectos, sentimientos y actitudes necesarios para que el alumno pueda tomar decisiones congruentes con esos principios (empatía hacia los demás, comprensión del punto de vista del otro, actitudes de solidaridad y cooperación, etc.)

Por su parte, la autorregulación se encuentra ligada con la reflexión, la ponderación de las consecuencias y la capacidad para integrar las propias acciones en una unidad vital.

Del conjunto de estos aspectos, según Latapí deberá surgir una personalidad moral, integrada, de convicciones claras y firmes, consistente en sus principios y acciones, que sepa aprovechar las oportunidades de desarrollo individual que le ofrece su sociedad, y esté plenamente consciente de que su participación es importante para mejorarla.

Bonifacio Barba, en “Principales mecanismos de Formación cívica y ética en las escuelas del tipo básico de la educación mexicana: currículo, transversalidad, gestión y ambiente escolar, vinculación con la comunidad”, dice: Una escuela que trabajará para la democracia tiene en el currículo el instrumento unitario e integrador de su función formativa y socializadora.

Es importante tener en cuenta que el currículo no solo implica una definición y existencia formal, sino que, por ser la escuela un lugar y un ambiente diseñados para el desarrollo personal, debe ponerse atención al currículo vivido, a los sujetos.

Esto expresa, en especial para la formación cívico-ética, pero no solo para ella, la gran importancia que tiene que orientar todo el esfuerzo y el trabajo de la escuela, de los directivos externos a ella y de los internos, así como de los docentes lograr que el currículo formal y el vivido tengan el máximo posible de igualdad o correspondencia.

Finalmente “un amplísimo campo de producción escrita que enriquece a la formación cívica y ética es el relativo a las perspectivas complementarias o campos afines, tales como la educación en derechos humanos, para la paz, para la interculturalidad o multiculturalidad, la no discriminación y el medio ambiente.

Se trata de miradas que se cruzan y tienen con frecuencia, su punto de contacto en la vida ciudadana y en el ejercicio de una democracia participativa”.

Para los alumnos la escuela es un lugar de tránsito, una mediación para su desarrollo cognitivo, social y político, una ayuda para avanzar en su identidad ciudadana de la cual la familia, las autoridades educativas y el conjunto de actores gubernamentales no deben desentenderse.

El momento que vive la nación con una democracia amenazada, envuelta en una borrasca de ataques, contradicciones, sujeta a las decisiones políticas personales, es urgente abordar la formación cívica de los ciudadanos mexicanos, como testigos de lo que llega a ocurrir en la sociedad cuando la civilidad y la ética están ausentes.

Cuando priva la denominada crisis de valores y se duda de qué valores defender, conocer, y revisar la perspectiva de las bases filosóficas-políticas de la formación cívica y ética.

La problemática plantea “explorar el aporte del pensamiento y la acción fundadas, para poder desarrollar una visión prospectiva de los esfuerzos que se pudieran realizar en el ámbito de la construcción de una ciudadanía democrática.

Para ello se requiere generar cambios en nuestra cultura política, lo cual implica que se deben transformar nuestros valores, concepciones y actitudes hacia lo político, es decir, se deben reconfigurar nuestras percepciones acerca del ejercicio del poder y del papel que juegan los diferentes actores de la escena política: instituciones, gobierno y ciudadanía”.

Es la escuela donde debe comenzarse por generar, en profesores y alumnos, una comprensión amplia de la política, por ejercer la autoridad no arbitraria o excluyente o que denigra, y por fortalecer la dimensión de lo público, sin detrimento de lo privado, y así garantizar mayor participación y autonomía a todos aquellos cuya voz generalmente no se escucha por ser ajenos al poder.

En "La Formación Cívica y Ética en la Educación Básica: retos y posibilidades en el contexto de la sociedad globalizada”, Alejandro Alba Meraz señala que las propuestas para desarrollar una ciudadanía democrática extensa deberán estar orientadas a los derechos humanos, que no deben considerarse sólo como tema de un bloque de enseñanza del programa de estudios, ya que constituyen, en sí mismos, una visión del mundo.

Adoptar esta visión implicaría también romper con las visiones homogeneizadoras que apoyan la idea de que debe existir un plan de estudios único lo cual ha permitido perpetuar la discriminación y los mecanismos de exclusión social en la escuela (en concreto, podemos decir que el currículo educativo es la herramienta didáctica de los profesores que incluye los criterios, los planes de estudios, la metodología, los programas y todos y cada uno de los procesos que servirán para proporcionar al alumnado una formación integral y completa).

El currículo educativo también cumple un papel político, ya que lo que se pretende enseñar a los alumnos tiene mucho que ver con el papel que se espera de ellos en el futuro.

La educación en todos los ámbitos y la Formación Cívica y Ética no es la excepción, se ha enfocado básicamente en la adquisición de conocimientos, dejando en un segundo plano los aspectos sociales y afectivos que conforman al ser humano. Lo cual ha propiciado el desarrollo de seres humanos fragmentados, expone Alba Meraz.

Pablo Latapí señala que “la formación cívica y ética debe, por un lado, promover en los jóvenes la identificación y el análisis de condiciones favorables para el desarrollo humano en sociedades complejas, heterogéneas y multiculturales, mediante el ejercicio y la defensa de los derechos, la participación activa y responsable de los colectivos de los que forma parte el individuo, y la formulación argumentada de juicios y posturas ante asuntos públicos.

Y, por otra parte, enfatiza el autor, la formación cívica y ética debe atender el desarrollo de tres grandes capacidades: El juicio moral, la sensibilidad afectiva a los aspectos morales y la autorregulación de los propios comportamientos. Esto es, el juicio moral implica el desarrollo cognoscitivo y crítico del estudiante, el cual le permite plantear correctamente los conflictos que se le presentan y, posteriormente, aplicar principios apropiados para resolverlos.

La sensibilidad afectiva a los aspectos morales involucra el desarrollo de los afectos, sentimientos y actitudes necesarios para que el alumno pueda tomar decisiones congruentes con esos principios (empatía hacia los demás, comprensión del punto de vista del otro, actitudes de solidaridad y cooperación, etc.)

Por su parte, la autorregulación se encuentra ligada con la reflexión, la ponderación de las consecuencias y la capacidad para integrar las propias acciones en una unidad vital.

Del conjunto de estos aspectos, según Latapí deberá surgir una personalidad moral, integrada, de convicciones claras y firmes, consistente en sus principios y acciones, que sepa aprovechar las oportunidades de desarrollo individual que le ofrece su sociedad, y esté plenamente consciente de que su participación es importante para mejorarla.

Bonifacio Barba, en “Principales mecanismos de Formación cívica y ética en las escuelas del tipo básico de la educación mexicana: currículo, transversalidad, gestión y ambiente escolar, vinculación con la comunidad”, dice: Una escuela que trabajará para la democracia tiene en el currículo el instrumento unitario e integrador de su función formativa y socializadora.

Es importante tener en cuenta que el currículo no solo implica una definición y existencia formal, sino que, por ser la escuela un lugar y un ambiente diseñados para el desarrollo personal, debe ponerse atención al currículo vivido, a los sujetos.

Esto expresa, en especial para la formación cívico-ética, pero no solo para ella, la gran importancia que tiene que orientar todo el esfuerzo y el trabajo de la escuela, de los directivos externos a ella y de los internos, así como de los docentes lograr que el currículo formal y el vivido tengan el máximo posible de igualdad o correspondencia.

Finalmente “un amplísimo campo de producción escrita que enriquece a la formación cívica y ética es el relativo a las perspectivas complementarias o campos afines, tales como la educación en derechos humanos, para la paz, para la interculturalidad o multiculturalidad, la no discriminación y el medio ambiente.

Se trata de miradas que se cruzan y tienen con frecuencia, su punto de contacto en la vida ciudadana y en el ejercicio de una democracia participativa”.

Para los alumnos la escuela es un lugar de tránsito, una mediación para su desarrollo cognitivo, social y político, una ayuda para avanzar en su identidad ciudadana de la cual la familia, las autoridades educativas y el conjunto de actores gubernamentales no deben desentenderse.