/ jueves 22 de julio de 2021

Las palabras y la paridad

Así como lo hemos señalado en anteriores espacios, desde que en la época de Ronald Reagan el embajador John Gavín puso de moda el sempiterno tema del narcotráfico, de la corrupción que lo rodeaba, de su penetración y dominio en México, una nueva etapa se fue abriendo paso en la vida nacional.

Bajo la alusión de que "si grazna como pato, camina como un pato y se comporta como un pato, entonces seguramente es un pato", realidad del narcotráfico empezó a hacer una constante en nuestro país.

No hay que olvidar que en México hemos tenido la fortuna de contar con personajes que más allá de las palabras y de la semántica, han logrado establecerse como símbolos característicos y emblemáticos.

En el país, a nivel del pueblo, los mexicanos vivimos en cuatro planos: en el plano de lo que hablamos, en el de cómo hablamos, en el plano de lo que parece que creemos y en el de lo que en el fondo sabemos que es verdad.

Somos un país de palabras. Desde el principio, en México las palabras siempre han sido el rosario, muchas veces la cadena y otras las campanas de la libertad, de lo que significa ser mexicano. De ahí que, más allá de su importancia histórica y cultural sea recomendable conocer y entender el náhuatl, ya que de esta manera siempre podremos subsistir haciendo uso de una lengua diferente.

Con la enorme capacidad que tenemos los mexicanos para la fabulación, para vivir con la seguridad de la verdad instalada en la vestimenta de la certeza sobre lo que aparentemente, en México actualmente todo depende de lo que se dice. Dependemos de cómo y qué se comenta en las mañanas y en las ocurrencias presidenciales. Todos son palabras. Se me podrá decir que, tanto para lo bueno como para lo malo, al final todos usamos las palabras.

Con palabras declaramos el amor o sembramos la guerra. También con palabras, los que decimos o las que ocultamos construimos los ámbitos de nuestra vida, pero, sobre todo, los límites de nuestra capacidad para enfrentarnos a los problemas que nos abruman.

Primero fue la Revolución, después vino la construcción del espíritu nacional y de la preservación de los valores democráticos y sociales revolucionarios en un proceso en el que cada día había más palabras grandes y más comportamientos humanos que traicionaban las palabras. Pero todo se desarrolló y se hizo sobre el valor convenido por parte de nuestro pueblo sobre que eso siempre es y será así.

Sin embargo, una cosa es lo que se dice, o se pretende decir, y otra cosa es lo que se hace.

Desde hace mucho tiempo, la palabra narco pasó a formar parte del lenguaje y del diccionario de la realidad del país.

Otro de los problemas que nos aquejan es el hecho de que México no es un planeta aislado en el cosmos. Vamos parte del planeta Tierra y para nuestra desgracia, también tenemos vecinos.

Uno no escoge ni a la familia, ni a los vecinos, ni el sitio en el que nace. Los que vivimos en México y amamos nuestra nación sabemos que la realidad la llevamos al nivel de la médula espinal. Pero que lo que mostremos, digamos enseñemos o vivamos será siempre en función de lo que podamos hacer en cada momento. Y en este momento lo que nos toca los mexicanos es aceptar la realidad. Una realidad en la que la palabra narco se ha convertido en un término más de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, el narco no define nuestra situación.

Si realmente México, la República de las palabras, ya fuera un país gobernado por el narco, entonces todo lo que hacemos, vivimos y decimos sería parte de una ficción.

Y al parecer, esto no es así.

Retomando la idea, aún no tenemos completos los datos de las mujeres que ganaron en las elecciones del 6 de junio. Por lo pronto, se estima que serán 246 las que ocupen una diputación federal en la próxima Legislatura, lo cual es muy alentador. La población sí vota por las mujeres y tiene confianza en que pueden desarrollar actividades políticas y participar en la toma de decisiones.

Poco a poco irá cambiando la cultura patriarcal y patrimonialista con el nuevo marco legal de las reformas constitucionales y de las leyes en contra de la violencia política en razón de género. Hay desde luego piedritas en el arroz. Siempre que se trata de abrir espacio a las mujeres surgen resistencias y estrategias para combatirlas. El INE no tiene facultades expresas para comprobar lo que se declara bajo protesta de decir verdad, aunque existen recursos; los tiempos corren.

Hay otras mañas para eludir la paridad. Según el texto constitucional, la paridad se debe aplicar a las candidaturas de los partidos políticos. El resultado de la elección es el que define quién gana o pierde, sea hombre o mujer. No es la facultad de las autoridades electorales alterar las listas plurinominales para que la paridad se aplique para equilibrar el Pleno.

Así como lo hemos señalado en anteriores espacios, desde que en la época de Ronald Reagan el embajador John Gavín puso de moda el sempiterno tema del narcotráfico, de la corrupción que lo rodeaba, de su penetración y dominio en México, una nueva etapa se fue abriendo paso en la vida nacional.

Bajo la alusión de que "si grazna como pato, camina como un pato y se comporta como un pato, entonces seguramente es un pato", realidad del narcotráfico empezó a hacer una constante en nuestro país.

No hay que olvidar que en México hemos tenido la fortuna de contar con personajes que más allá de las palabras y de la semántica, han logrado establecerse como símbolos característicos y emblemáticos.

En el país, a nivel del pueblo, los mexicanos vivimos en cuatro planos: en el plano de lo que hablamos, en el de cómo hablamos, en el plano de lo que parece que creemos y en el de lo que en el fondo sabemos que es verdad.

Somos un país de palabras. Desde el principio, en México las palabras siempre han sido el rosario, muchas veces la cadena y otras las campanas de la libertad, de lo que significa ser mexicano. De ahí que, más allá de su importancia histórica y cultural sea recomendable conocer y entender el náhuatl, ya que de esta manera siempre podremos subsistir haciendo uso de una lengua diferente.

Con la enorme capacidad que tenemos los mexicanos para la fabulación, para vivir con la seguridad de la verdad instalada en la vestimenta de la certeza sobre lo que aparentemente, en México actualmente todo depende de lo que se dice. Dependemos de cómo y qué se comenta en las mañanas y en las ocurrencias presidenciales. Todos son palabras. Se me podrá decir que, tanto para lo bueno como para lo malo, al final todos usamos las palabras.

Con palabras declaramos el amor o sembramos la guerra. También con palabras, los que decimos o las que ocultamos construimos los ámbitos de nuestra vida, pero, sobre todo, los límites de nuestra capacidad para enfrentarnos a los problemas que nos abruman.

Primero fue la Revolución, después vino la construcción del espíritu nacional y de la preservación de los valores democráticos y sociales revolucionarios en un proceso en el que cada día había más palabras grandes y más comportamientos humanos que traicionaban las palabras. Pero todo se desarrolló y se hizo sobre el valor convenido por parte de nuestro pueblo sobre que eso siempre es y será así.

Sin embargo, una cosa es lo que se dice, o se pretende decir, y otra cosa es lo que se hace.

Desde hace mucho tiempo, la palabra narco pasó a formar parte del lenguaje y del diccionario de la realidad del país.

Otro de los problemas que nos aquejan es el hecho de que México no es un planeta aislado en el cosmos. Vamos parte del planeta Tierra y para nuestra desgracia, también tenemos vecinos.

Uno no escoge ni a la familia, ni a los vecinos, ni el sitio en el que nace. Los que vivimos en México y amamos nuestra nación sabemos que la realidad la llevamos al nivel de la médula espinal. Pero que lo que mostremos, digamos enseñemos o vivamos será siempre en función de lo que podamos hacer en cada momento. Y en este momento lo que nos toca los mexicanos es aceptar la realidad. Una realidad en la que la palabra narco se ha convertido en un término más de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, el narco no define nuestra situación.

Si realmente México, la República de las palabras, ya fuera un país gobernado por el narco, entonces todo lo que hacemos, vivimos y decimos sería parte de una ficción.

Y al parecer, esto no es así.

Retomando la idea, aún no tenemos completos los datos de las mujeres que ganaron en las elecciones del 6 de junio. Por lo pronto, se estima que serán 246 las que ocupen una diputación federal en la próxima Legislatura, lo cual es muy alentador. La población sí vota por las mujeres y tiene confianza en que pueden desarrollar actividades políticas y participar en la toma de decisiones.

Poco a poco irá cambiando la cultura patriarcal y patrimonialista con el nuevo marco legal de las reformas constitucionales y de las leyes en contra de la violencia política en razón de género. Hay desde luego piedritas en el arroz. Siempre que se trata de abrir espacio a las mujeres surgen resistencias y estrategias para combatirlas. El INE no tiene facultades expresas para comprobar lo que se declara bajo protesta de decir verdad, aunque existen recursos; los tiempos corren.

Hay otras mañas para eludir la paridad. Según el texto constitucional, la paridad se debe aplicar a las candidaturas de los partidos políticos. El resultado de la elección es el que define quién gana o pierde, sea hombre o mujer. No es la facultad de las autoridades electorales alterar las listas plurinominales para que la paridad se aplique para equilibrar el Pleno.