/ miércoles 17 de enero de 2018

Cataclismo de la política y los políticos

Como apunté en una columna previa la sociedad quiere ser comprendida, que sus próximas autoridades demuestren que conocen quien es cada persona-grupo y cómo se relacionan con los demás mientras edifican en el día de su futuro.

Una de las implicaciones de la decisión que tomaremos el próximo 1 de julio es definir lo que queremos para la economía nacional y el bienestar familiar.

José Antonio Meade, en la opinión pública, no acaba de prender. En su haber puede presumir grados académicos y experiencia administrativa. No es poco capital una honestidad que, habiendo pasado dos veces por las tentaciones de la Secretaría de Hacienda, no haya persona que pueda detectarle un robo por pisar. Sin embargo, aquí y en China los ciudadanos no votan por los sabios y expertos administradores que no se robaron lo que tenían a la mano, sino por personajes con carisma y arrastre.

Bueno no es el caso de China, porque ahí nunca han votado.

Ahora este pueblo azteca vive de dos constantes históricas: su gusto por la sangre y su adherencia a los ciclos temporales.

Por eso cada sexenio, vamos con la renovada esperanza y exigimos el fluir de la sangre.

Si Meade quiere ser legítimo presidente de México tiene que romper con el pasado inmediato. Hay que llevar a la piedra de los sacrificios lo que huela a viejo. Condenar con el verbo y amenazar con la justicia a los corruptos notorios y apartarse en lo esencial del presidente. Lo van a matar entonces, dicen otros que me escuchan. Quiero creer que nuestra salvaje entraña no comete el mismo error dos veces.

El candidato a vencer sigue siendo López Obrador. El tabasqueño sigue dominando la agenda de la contienda.

Por supuesto no tiene garantizada la victoria. Es de sobra conocida su propensión al autosabotaje. AMLO es la amenaza de que un personaje sin experiencia y con ocurrencias convierta a nuestro país en un caos de desabasto, inflación, pobreza y desempleo.

Todo lo anterior haría insostenible e inviable un modelo económico basado en medidas clientelistas irresponsables y en el reparto masivo de recursos y subsidios.

Todos sabemos que nadie como él es capaz de generar inestabilidad, incertidumbre y un franco temor por parte de los inversionistas nacionales y extranjeros.

Por eso no podemos ni deberíamos permitir que aprendices o aventureros arruinen lo logrado con tanto esfuerzo.

Decir que votaremos por la izquierda o la derecha ya es una quimera. Las alianzas y coaliciones son tan extravagantes y absurdas que cualquier intento de clasificación ideológica se vuelve broma. Quizá votaremos contra la corrupción, y los gobernadores pestilentes, suena bien. Pero de nuevo hay un problema, ningún partido está limpio. Entonces votaremos por las personas, por su seriedad, pareciera una salida, pero ese es el camino al caudillismo. No van, ni deben, gobernar solos.

Nadie se salva. Además la seriedad, en que este momento, ya resulta inverosímil, porque las múltiples contradicciones, falsedades y auténticas mentiras de algunos de los candidatos llevan en el aire buen tiempo y pocos los rebaten. Vivimos entre mentiras, las realidades han pasado a un segundo lugar.

Se votará por la imagen, la mayoría lo hará: se ve con energía, se ve ecuánime, se ve apasionado. Luego también estamos en manos de las empresas dedicadas a producir las imágenes, dependemos de que él o ella, convertidos en mercancía, se vean bien.

Como apunté en una columna previa la sociedad quiere ser comprendida, que sus próximas autoridades demuestren que conocen quien es cada persona-grupo y cómo se relacionan con los demás mientras edifican en el día de su futuro.

Una de las implicaciones de la decisión que tomaremos el próximo 1 de julio es definir lo que queremos para la economía nacional y el bienestar familiar.

José Antonio Meade, en la opinión pública, no acaba de prender. En su haber puede presumir grados académicos y experiencia administrativa. No es poco capital una honestidad que, habiendo pasado dos veces por las tentaciones de la Secretaría de Hacienda, no haya persona que pueda detectarle un robo por pisar. Sin embargo, aquí y en China los ciudadanos no votan por los sabios y expertos administradores que no se robaron lo que tenían a la mano, sino por personajes con carisma y arrastre.

Bueno no es el caso de China, porque ahí nunca han votado.

Ahora este pueblo azteca vive de dos constantes históricas: su gusto por la sangre y su adherencia a los ciclos temporales.

Por eso cada sexenio, vamos con la renovada esperanza y exigimos el fluir de la sangre.

Si Meade quiere ser legítimo presidente de México tiene que romper con el pasado inmediato. Hay que llevar a la piedra de los sacrificios lo que huela a viejo. Condenar con el verbo y amenazar con la justicia a los corruptos notorios y apartarse en lo esencial del presidente. Lo van a matar entonces, dicen otros que me escuchan. Quiero creer que nuestra salvaje entraña no comete el mismo error dos veces.

El candidato a vencer sigue siendo López Obrador. El tabasqueño sigue dominando la agenda de la contienda.

Por supuesto no tiene garantizada la victoria. Es de sobra conocida su propensión al autosabotaje. AMLO es la amenaza de que un personaje sin experiencia y con ocurrencias convierta a nuestro país en un caos de desabasto, inflación, pobreza y desempleo.

Todo lo anterior haría insostenible e inviable un modelo económico basado en medidas clientelistas irresponsables y en el reparto masivo de recursos y subsidios.

Todos sabemos que nadie como él es capaz de generar inestabilidad, incertidumbre y un franco temor por parte de los inversionistas nacionales y extranjeros.

Por eso no podemos ni deberíamos permitir que aprendices o aventureros arruinen lo logrado con tanto esfuerzo.

Decir que votaremos por la izquierda o la derecha ya es una quimera. Las alianzas y coaliciones son tan extravagantes y absurdas que cualquier intento de clasificación ideológica se vuelve broma. Quizá votaremos contra la corrupción, y los gobernadores pestilentes, suena bien. Pero de nuevo hay un problema, ningún partido está limpio. Entonces votaremos por las personas, por su seriedad, pareciera una salida, pero ese es el camino al caudillismo. No van, ni deben, gobernar solos.

Nadie se salva. Además la seriedad, en que este momento, ya resulta inverosímil, porque las múltiples contradicciones, falsedades y auténticas mentiras de algunos de los candidatos llevan en el aire buen tiempo y pocos los rebaten. Vivimos entre mentiras, las realidades han pasado a un segundo lugar.

Se votará por la imagen, la mayoría lo hará: se ve con energía, se ve ecuánime, se ve apasionado. Luego también estamos en manos de las empresas dedicadas a producir las imágenes, dependemos de que él o ella, convertidos en mercancía, se vean bien.