/ miércoles 2 de febrero de 2022

El regaño de AMLO para su hijo, José

La llamada duró poco, no más de 5 minutos según aquellos que la escucharon. El Presidente estaba sumamente molesto y decepcionado.

Al otro lado de la línea estaba su hijo, José Ramón, quien no había querido responder las llamadas de su padre, sabedor de los reclamos que se avecinaban.

Y es que tenían varias semanas sin hablar, aunque habitualmente mantenían comunicación telefónica. La charla fue ríspida, y quien más habló en toda la conversación fue AMLO; le dijo que lo había expuesto ante sus adversarios, y que ojalá no estuviera involucrado en algo que (rumbo al 2024), cavara su tumba política.

Nadie cercano al Presidente se atreve a defender “al más descarado de los juniors”, como varios lo llaman en Palacio Nacional. Se viven días grises en la residencia de AMLO, cortesía de un familiar más, un pariente incómodo. Nunca alguien pensó que habría otro consanguíneo capaz de superar la “ventilada” de Pío, y sí lo hubo, José Ramón “se llevó las palmas”.

Un cercano al tabasqueño le propuso pedir “disculpas al pueblo”, emulando de alguna forma lo hecho por Enrique Peña Nieto cuando ocurrió su catástrofe de la Casa Blanca, aunque de poco le sirviera al expresidente en esos tiempos. No lo quiso ejecutar. Sería como aceptar que alguien de los suyos es corrupto. Si no lo hizo con Pío, muchos menos con su hijo, aunque la evidencia sea inobjetable.

La investigación de Latinus y Mexicanos contra la Corrupción reveló la cara más fúrica del Presidente. Podrá estar expuesto pero nunca lo aceptará en público, y lo dijo a sus confidentes: me dejo de llamar Andrés Manuel antes de admitir algo que me equipare con los de antes, “no somos iguales”.

Hubo otra voz cercana que le sugirió buscar a EPN, y así, sin mucho obstáculo, charlar con él de manera anecdótica, como “compañeros del mismo mal”, derivado de la cercanía telefónica que mantienen en los últimos tiempos (y de la cual he dado cuenta en este espacio). No quiso. “Tampoco soy igual a Peña”, dijo.

Los días de furia vividos hace algunos meses son cosa menor con el ambiente que hoy reina en la mente de AMLO, y en los pasillos de Palacio Nacional. Los golpes asestados con Pío, Felipa, Delfina Gómez y demás fueron duros de digerir, pero el de su hijo, José Ramón, lo tiene auténticamente desencajado, desubicado, colérico, y es incapaz de ocultarlo.

La llamada duró poco, no más de 5 minutos según aquellos que la escucharon. El Presidente estaba sumamente molesto y decepcionado.

Al otro lado de la línea estaba su hijo, José Ramón, quien no había querido responder las llamadas de su padre, sabedor de los reclamos que se avecinaban.

Y es que tenían varias semanas sin hablar, aunque habitualmente mantenían comunicación telefónica. La charla fue ríspida, y quien más habló en toda la conversación fue AMLO; le dijo que lo había expuesto ante sus adversarios, y que ojalá no estuviera involucrado en algo que (rumbo al 2024), cavara su tumba política.

Nadie cercano al Presidente se atreve a defender “al más descarado de los juniors”, como varios lo llaman en Palacio Nacional. Se viven días grises en la residencia de AMLO, cortesía de un familiar más, un pariente incómodo. Nunca alguien pensó que habría otro consanguíneo capaz de superar la “ventilada” de Pío, y sí lo hubo, José Ramón “se llevó las palmas”.

Un cercano al tabasqueño le propuso pedir “disculpas al pueblo”, emulando de alguna forma lo hecho por Enrique Peña Nieto cuando ocurrió su catástrofe de la Casa Blanca, aunque de poco le sirviera al expresidente en esos tiempos. No lo quiso ejecutar. Sería como aceptar que alguien de los suyos es corrupto. Si no lo hizo con Pío, muchos menos con su hijo, aunque la evidencia sea inobjetable.

La investigación de Latinus y Mexicanos contra la Corrupción reveló la cara más fúrica del Presidente. Podrá estar expuesto pero nunca lo aceptará en público, y lo dijo a sus confidentes: me dejo de llamar Andrés Manuel antes de admitir algo que me equipare con los de antes, “no somos iguales”.

Hubo otra voz cercana que le sugirió buscar a EPN, y así, sin mucho obstáculo, charlar con él de manera anecdótica, como “compañeros del mismo mal”, derivado de la cercanía telefónica que mantienen en los últimos tiempos (y de la cual he dado cuenta en este espacio). No quiso. “Tampoco soy igual a Peña”, dijo.

Los días de furia vividos hace algunos meses son cosa menor con el ambiente que hoy reina en la mente de AMLO, y en los pasillos de Palacio Nacional. Los golpes asestados con Pío, Felipa, Delfina Gómez y demás fueron duros de digerir, pero el de su hijo, José Ramón, lo tiene auténticamente desencajado, desubicado, colérico, y es incapaz de ocultarlo.