/ miércoles 17 de marzo de 2021

Francisco construye puentes

Contra lo que muchos creen, la vida y la política son complejas y frecuentemente azarosas. ¿Habrá algún grupo político que se sienta tan puro como para tirar la primera piedra?

Me llamó la atención que la comunidad anticorrupción se encuentra desde hace un tiempo en una etapa de revisión, autocrítica y replanteamiento de lo que se ha logrado, que no ha sido mucho, y de lo que se debería hacer en el futuro para mejorar sus resultados. Desde la "explosión" del interés por la corrupción como problema de política pública a principio de los años 90, el tema pasó a ser la preocupación exclusiva de un reducido puñado de académicos y activistas, a ocupar un lugar dominante en la agenda pública global. Hoy, en cambio, existe un ancho abanico de oficinas de gobierno, programas académicos, organizaciones de la sociedad civil, tratados internacionales, leyes, iniciativas para el desarrollo de organismos de cooperación, una variada oferta de conferencias internacionales, así como cumbres regionales o globales a las que frecuentemente asisten líderes políticos que se toman una foto y firman ambiciosas declaraciones. Eso es lo que Michael Johnston llama la "industria anticorrupción".

La industria anticorrupción es un conjunto de intereses y organizaciones que existe con independencia del problema de corrupción; es un régimen que se sirve de sí mismo, que goza de vida propia y que se mantiene con la elaboración de políticas, iniciativas, convenciones, cursos de capacitación, índices, programas y actividades para promover la transparencia y la integridad en el sector público.

Johnston describe un problema doble: las limitaciones de una agenda de políticas y propuestas que está agotada, cansada y ha dejado de ser útil; en segundo lugar, la existencia de una industria anticorrupción que ha perdido de vista los objetivos reales de su tarea y que ha desarrollado una agenda de intereses más vinculada a su propia supervivencia. El reto que se plantea, y que el libro Johnston no resuelve, es muy importante, casi existencial para el movimiento anticorrupción. Tiene que ver con abandonar muchas de las ideas que han dominado la agenda anticorrupción en los últimos años.

Tiene que ver con el reconocimiento de que las respuestas de los gobiernos al problema de la corrupción no puede ser la simple adopción de mejores prácticas, sino su integración con otras políticas que en última instancia persiguen la justicia económica y social. Como ha dicho Daniel Kaufmann, el combate a la corrupción no puede ser sólo el combate a la corrupción. Y tiene que ver finalmente, con el reconocimiento de que los resultados sólo serán posibles en el largo plazo.

Volteando la página, que alguien me explique a qué fue el papa Francisco a Irak. Sin duda, el viaje más arriesgado e importante del pontífice argentino atrajo la atención mundial puesta en su paso por una nación donde sólo 0.5 de la población es cristiana.

¿Por qué en un país musulmán la gente se desbordó a las calles y a los estadios para ver, oír y aclamar al pastor de una religión insignificante para ellos?

Yo siempre les pongo el ejemplo de San Francisco de Asís, cuando fue a dialogar sin prejuicios con el Lobo de Gubbio. Francisco fue a escuchar al lobo para saber por qué mataba.

Sin el carisma de Carol Wojtila, ni el empaque intelectual de Ratzinger, Jorge Bergoglio puso el dedo en la llaga más sensible de nuestros tiempos: el radicalismo, la intolerancia, la polarización.

A eso fue a Irak, en medio de una pandemia planetaria, pero nos hizo voltear a ver el absurdo criminal de los fundamentalismos.

Debemos estar abiertos a este diálogo y no sólo vernos como enemigos; entredicho que toda persona tiene un resquicio, una partecita de buena y de bondad, ¿por qué no buscar esa parte de bondad que tienen las personas y no verlos como enemigos, sino acercarnos, escuchar sus razones?

Tenemos que hacer que converjan las distintas verdades o los distintos puntos de vista.

El papa Francisco fue a visitar lo que queda de "su rebaño" en ese país, donde los cristianos fueron víctimas de genocidio por parte del Estado Islámico (ISIS) de 2013 a 2017.

A eso fue el santo padre a Irak: a gritar con su presencia que sin respeto a las minorías que piensan diferente no hay convivencia civilizada, aunque haya elecciones democráticas, Jesús no vino a fundar religiones o instituciones cerradas, sino a echar a andar el proyecto divino, la experiencia más incluyente y abierta que jamás haya existido.

Ese país está destruido por la intolerancia religiosa.

Paradójicamente, Irak es la cuna de la civilización. Ahí nació la escritura. Se escribió la primera novela épica. Tuvo un código con leyes que protegían derechos hasta de los esclavos, mil años antes de que se fundara una ciudad llamada Roma.

Contra lo que muchos creen, la vida y la política son complejas y frecuentemente azarosas. ¿Habrá algún grupo político que se sienta tan puro como para tirar la primera piedra?

Me llamó la atención que la comunidad anticorrupción se encuentra desde hace un tiempo en una etapa de revisión, autocrítica y replanteamiento de lo que se ha logrado, que no ha sido mucho, y de lo que se debería hacer en el futuro para mejorar sus resultados. Desde la "explosión" del interés por la corrupción como problema de política pública a principio de los años 90, el tema pasó a ser la preocupación exclusiva de un reducido puñado de académicos y activistas, a ocupar un lugar dominante en la agenda pública global. Hoy, en cambio, existe un ancho abanico de oficinas de gobierno, programas académicos, organizaciones de la sociedad civil, tratados internacionales, leyes, iniciativas para el desarrollo de organismos de cooperación, una variada oferta de conferencias internacionales, así como cumbres regionales o globales a las que frecuentemente asisten líderes políticos que se toman una foto y firman ambiciosas declaraciones. Eso es lo que Michael Johnston llama la "industria anticorrupción".

La industria anticorrupción es un conjunto de intereses y organizaciones que existe con independencia del problema de corrupción; es un régimen que se sirve de sí mismo, que goza de vida propia y que se mantiene con la elaboración de políticas, iniciativas, convenciones, cursos de capacitación, índices, programas y actividades para promover la transparencia y la integridad en el sector público.

Johnston describe un problema doble: las limitaciones de una agenda de políticas y propuestas que está agotada, cansada y ha dejado de ser útil; en segundo lugar, la existencia de una industria anticorrupción que ha perdido de vista los objetivos reales de su tarea y que ha desarrollado una agenda de intereses más vinculada a su propia supervivencia. El reto que se plantea, y que el libro Johnston no resuelve, es muy importante, casi existencial para el movimiento anticorrupción. Tiene que ver con abandonar muchas de las ideas que han dominado la agenda anticorrupción en los últimos años.

Tiene que ver con el reconocimiento de que las respuestas de los gobiernos al problema de la corrupción no puede ser la simple adopción de mejores prácticas, sino su integración con otras políticas que en última instancia persiguen la justicia económica y social. Como ha dicho Daniel Kaufmann, el combate a la corrupción no puede ser sólo el combate a la corrupción. Y tiene que ver finalmente, con el reconocimiento de que los resultados sólo serán posibles en el largo plazo.

Volteando la página, que alguien me explique a qué fue el papa Francisco a Irak. Sin duda, el viaje más arriesgado e importante del pontífice argentino atrajo la atención mundial puesta en su paso por una nación donde sólo 0.5 de la población es cristiana.

¿Por qué en un país musulmán la gente se desbordó a las calles y a los estadios para ver, oír y aclamar al pastor de una religión insignificante para ellos?

Yo siempre les pongo el ejemplo de San Francisco de Asís, cuando fue a dialogar sin prejuicios con el Lobo de Gubbio. Francisco fue a escuchar al lobo para saber por qué mataba.

Sin el carisma de Carol Wojtila, ni el empaque intelectual de Ratzinger, Jorge Bergoglio puso el dedo en la llaga más sensible de nuestros tiempos: el radicalismo, la intolerancia, la polarización.

A eso fue a Irak, en medio de una pandemia planetaria, pero nos hizo voltear a ver el absurdo criminal de los fundamentalismos.

Debemos estar abiertos a este diálogo y no sólo vernos como enemigos; entredicho que toda persona tiene un resquicio, una partecita de buena y de bondad, ¿por qué no buscar esa parte de bondad que tienen las personas y no verlos como enemigos, sino acercarnos, escuchar sus razones?

Tenemos que hacer que converjan las distintas verdades o los distintos puntos de vista.

El papa Francisco fue a visitar lo que queda de "su rebaño" en ese país, donde los cristianos fueron víctimas de genocidio por parte del Estado Islámico (ISIS) de 2013 a 2017.

A eso fue el santo padre a Irak: a gritar con su presencia que sin respeto a las minorías que piensan diferente no hay convivencia civilizada, aunque haya elecciones democráticas, Jesús no vino a fundar religiones o instituciones cerradas, sino a echar a andar el proyecto divino, la experiencia más incluyente y abierta que jamás haya existido.

Ese país está destruido por la intolerancia religiosa.

Paradójicamente, Irak es la cuna de la civilización. Ahí nació la escritura. Se escribió la primera novela épica. Tuvo un código con leyes que protegían derechos hasta de los esclavos, mil años antes de que se fundara una ciudad llamada Roma.