/ jueves 11 de enero de 2024

La educación hoy

Soy de esa generación que aprendió a leer en el silabario, que tenía un acérrimo respeto por los padres, las personas mayores, las mujeres y, principalmente, por los maestros.

Cargábamos a la espalda, en la mochila de vaqueta, cuadernos de raya, cuadrícula y uno blanco para dibujo, juego de geometría con todo y compás, un diccionario, libros de texto, lápiz, goma, colores y en una cajita, el manguillo y las plumillas, pues el tintero mágico iba en la mano; era mágico porque si se volteaba, no se salía la tinta.

No faltaba el refrigerio y alguna golosina o manzana para la maestra. Cuidado de ni llevar la tarea, porque se castigaba en el rincón, y si no se sabía la lección te colocaban orejas de burro. Si te distraías durante la clase te tocaba coscorrón o un gis viajero que te daba con impresionante tino y si cometías alguna falta grave o decías groserías, te llevaban a la dirección hasta que te recogieran tus papás.

Cuidado de quejarte o acusar a la maestra o maestro con tus papás porque te había regañado o dado un jalón de patillas, porque te tocaba otra reprimenda en casa.

Si no estudiabas, repetías el año y era raro que los padres reclamaran a los maestros sus métodos de enseñanza y así aquellos chiquillos que se raspaban las rodillas, ensuciaban de tierra el uniforme en el recreo, se hicieron profesionistas, técnicos, empleados, amas de casa o mujeres trabajadoras que, sin traumas ni visitas al psicólogo, forjaron este país.

En mi Facultad de Medicina los alumnos íbamos de blanco impecable, limpios, de pelo bien cortado y las chicas con el cabello peinado o recogido y sólo en algunas facultades se permitía una vestimenta menos formal y una apariencia un tanto descuidada.

Hoy en día me impresiona que a los niños de primaria y secundaria se les permita faltarle al respeto a los maestros, que no se les pueda llamar la atención con riesgo de que el maestro pueda ser sancionado y en ocasiones hasta perder su trabajo, prestaciones y antigüedad, mientras los padres justifican la falta de educación de sus hijos que en principio debieran haber recibido en su casa.

En las escuelas de nivel superior vemos jóvenes con el pelo de colores, pantalones rotos exprofeso, piercings por todos lados y tatuajes, que si bien están de moda importada, quedarán en los profesionistas del mañana.

Y qué decir de los programas, cada vez los estudiantes saben menos de materias básicas, su ortografía es catastrófica, lo mismo que su capacidad de redacción, no saben hacer multiplicaciones o divisiones sencillas si no es con calculadora y sus trabajos son de corta y pega con la computadora.

La educación actual está cada vez más precaria, lo que desaprovecha la capacidad e inteligencia de los niños y jóvenes que hoy se enfrentan a una competencia laboral enorme, y peor aún en este mundo globalizado, donde otros sistemas educativos están más actualizados para preparar a sus niños y jóvenes a enfrentar las exigencias y conocimientos de vanguardia.

Mientras sigamos dejando la educación sin presupuesto ni preparación adecuada de maestros y alumnos, seguiremos siendo tercermundistas.

Soy de esa generación que aprendió a leer en el silabario, que tenía un acérrimo respeto por los padres, las personas mayores, las mujeres y, principalmente, por los maestros.

Cargábamos a la espalda, en la mochila de vaqueta, cuadernos de raya, cuadrícula y uno blanco para dibujo, juego de geometría con todo y compás, un diccionario, libros de texto, lápiz, goma, colores y en una cajita, el manguillo y las plumillas, pues el tintero mágico iba en la mano; era mágico porque si se volteaba, no se salía la tinta.

No faltaba el refrigerio y alguna golosina o manzana para la maestra. Cuidado de ni llevar la tarea, porque se castigaba en el rincón, y si no se sabía la lección te colocaban orejas de burro. Si te distraías durante la clase te tocaba coscorrón o un gis viajero que te daba con impresionante tino y si cometías alguna falta grave o decías groserías, te llevaban a la dirección hasta que te recogieran tus papás.

Cuidado de quejarte o acusar a la maestra o maestro con tus papás porque te había regañado o dado un jalón de patillas, porque te tocaba otra reprimenda en casa.

Si no estudiabas, repetías el año y era raro que los padres reclamaran a los maestros sus métodos de enseñanza y así aquellos chiquillos que se raspaban las rodillas, ensuciaban de tierra el uniforme en el recreo, se hicieron profesionistas, técnicos, empleados, amas de casa o mujeres trabajadoras que, sin traumas ni visitas al psicólogo, forjaron este país.

En mi Facultad de Medicina los alumnos íbamos de blanco impecable, limpios, de pelo bien cortado y las chicas con el cabello peinado o recogido y sólo en algunas facultades se permitía una vestimenta menos formal y una apariencia un tanto descuidada.

Hoy en día me impresiona que a los niños de primaria y secundaria se les permita faltarle al respeto a los maestros, que no se les pueda llamar la atención con riesgo de que el maestro pueda ser sancionado y en ocasiones hasta perder su trabajo, prestaciones y antigüedad, mientras los padres justifican la falta de educación de sus hijos que en principio debieran haber recibido en su casa.

En las escuelas de nivel superior vemos jóvenes con el pelo de colores, pantalones rotos exprofeso, piercings por todos lados y tatuajes, que si bien están de moda importada, quedarán en los profesionistas del mañana.

Y qué decir de los programas, cada vez los estudiantes saben menos de materias básicas, su ortografía es catastrófica, lo mismo que su capacidad de redacción, no saben hacer multiplicaciones o divisiones sencillas si no es con calculadora y sus trabajos son de corta y pega con la computadora.

La educación actual está cada vez más precaria, lo que desaprovecha la capacidad e inteligencia de los niños y jóvenes que hoy se enfrentan a una competencia laboral enorme, y peor aún en este mundo globalizado, donde otros sistemas educativos están más actualizados para preparar a sus niños y jóvenes a enfrentar las exigencias y conocimientos de vanguardia.

Mientras sigamos dejando la educación sin presupuesto ni preparación adecuada de maestros y alumnos, seguiremos siendo tercermundistas.