/ martes 12 de junio de 2018

Líderes, gobernantes o directores de orquesta

Quiero decir que nunca antes me percaté, que como cuando uno opina de futbol porque es pleno mundial pero no tiene ni la más pintoresca idea qué hace un volante, un media punta. Me da la impresión de que el análisis del devenir electoral se ha vuelto más denso últimamente. Me permitiré, sólo para remar contracorriente en el río de las analogías antes de la temporada donde será el mundial en Rusia, cambiar de terreno y preguntar si necesitamos a un presidente, gobernador o a violinistas para gobernar el próximo sexenio. Presten atención. Hace poco tiempo, en uno de estos programas de análisis, le dio a algún interlocutor por comentar que un presidente o gobernador es como un director de orquesta. Me permito tomar prestada esa figura porque difiero de lo que se comentó después para alimentar la analogía y creo poder llevarla a mejor puerto. Para que este ejercicio de retórica no nos meta en más embrollos, habrá que entender también qué es lo que hace un director de orquesta.

Usted sabrá que se trata del hombre o mujer que se sitúa en una peana frente a todos los músicos, sostiene una batuta y mueve las manos como si estuviese amasando el aire.

Pero, ¿hay algo más que agitar las manos?, si cada músico en la orquesta es elegido por su virtuosismo y tiene frente a sí una partitura donde dice exactamente qué nota tocar durante cuánto tiempo, ¿no bastaría con contar un compás de entrada para que todos fluyan y suenen majestuosamente las sinfonías? No necesariamente. La interpretación de eso que está escrito en los papeles hace toda la diferencia. El director establece la velocidad y ritmo, intensidad o volumen con que se toca determinada frase y, aún más importante, las emociones e intención que han de imprimirse colectivamente al tocar. De ahí que piense que se trata de una analogía muy pertinente para ayudarnos a elegir a nuestros gobernantes.

El Ejecutivo federal y gobernadores hacen algo más que amasar el aire y proferir discursos frente a sus familias de instrumentos. Debieron haber estudiado la ejecución de un instrumento durante toda su vida o se trata de una labor más integral. Necesitamos, a reserva de su mejor opinión, líderes que entiendan cómo se tocan todos los instrumentos, pero que tengan un liderazgo y a unos miembros de orquesta que nos aporten confianza.

Cierto es que hace falta mucha pasión para ser director de orquesta, y que queremos que le imprima a la ejecución ciertas emociones, intención y determinado conjunto de valores.

Pero las emociones y buenas intenciones no reemplazan la técnica. ¿Confiamos en que, cuando baja del templete, escuche a sus arreglistas, se siente con el violín, el oboe, la trompeta, los timbales con el fagot y la flauta para construir una estrategia para abordar los paisajes complicados de la pieza? La duda está en el aire que marca su batuta para saber si esos conocimientos con los que se ostentan son suficientes.

Si no lo he confundido al hartazgo hasta ahora, entenderá que el presidente y gobernadores como directores de orquesta son un cargo complicado. Un amigo sostiene que la combinación de emoción y técnica es un equilibrio diminuto y raro en los directores de orquesta. Cita con autoridad a Carlos Kleiber, entrañable director que agitaba las manos con pasión y cuyos ensayos con orquesta son harto interesantes por la profundidad con la que conocía la música. ¿Qué directores queremos nosotros?

Buscamos un líder que estudie la obra que va a tocar como nadie, que la conozca incluso antes de empezar ejecutarla. Que conozca a sus músicos, confíe en ellos y logre persuadirlos en el ritmo y la intensidad. Son tantos instrumentos que, aunque haya buenos instrumentistas, no pueden ejecutarse solos al mismo tiempo.

Priorizar, en el contexto harto conocido de escasez de recursos, es la tarea más importante a mi entender. "El director administra la música en el eje del tiempo".

Quiero decir que nunca antes me percaté, que como cuando uno opina de futbol porque es pleno mundial pero no tiene ni la más pintoresca idea qué hace un volante, un media punta. Me da la impresión de que el análisis del devenir electoral se ha vuelto más denso últimamente. Me permitiré, sólo para remar contracorriente en el río de las analogías antes de la temporada donde será el mundial en Rusia, cambiar de terreno y preguntar si necesitamos a un presidente, gobernador o a violinistas para gobernar el próximo sexenio. Presten atención. Hace poco tiempo, en uno de estos programas de análisis, le dio a algún interlocutor por comentar que un presidente o gobernador es como un director de orquesta. Me permito tomar prestada esa figura porque difiero de lo que se comentó después para alimentar la analogía y creo poder llevarla a mejor puerto. Para que este ejercicio de retórica no nos meta en más embrollos, habrá que entender también qué es lo que hace un director de orquesta.

Usted sabrá que se trata del hombre o mujer que se sitúa en una peana frente a todos los músicos, sostiene una batuta y mueve las manos como si estuviese amasando el aire.

Pero, ¿hay algo más que agitar las manos?, si cada músico en la orquesta es elegido por su virtuosismo y tiene frente a sí una partitura donde dice exactamente qué nota tocar durante cuánto tiempo, ¿no bastaría con contar un compás de entrada para que todos fluyan y suenen majestuosamente las sinfonías? No necesariamente. La interpretación de eso que está escrito en los papeles hace toda la diferencia. El director establece la velocidad y ritmo, intensidad o volumen con que se toca determinada frase y, aún más importante, las emociones e intención que han de imprimirse colectivamente al tocar. De ahí que piense que se trata de una analogía muy pertinente para ayudarnos a elegir a nuestros gobernantes.

El Ejecutivo federal y gobernadores hacen algo más que amasar el aire y proferir discursos frente a sus familias de instrumentos. Debieron haber estudiado la ejecución de un instrumento durante toda su vida o se trata de una labor más integral. Necesitamos, a reserva de su mejor opinión, líderes que entiendan cómo se tocan todos los instrumentos, pero que tengan un liderazgo y a unos miembros de orquesta que nos aporten confianza.

Cierto es que hace falta mucha pasión para ser director de orquesta, y que queremos que le imprima a la ejecución ciertas emociones, intención y determinado conjunto de valores.

Pero las emociones y buenas intenciones no reemplazan la técnica. ¿Confiamos en que, cuando baja del templete, escuche a sus arreglistas, se siente con el violín, el oboe, la trompeta, los timbales con el fagot y la flauta para construir una estrategia para abordar los paisajes complicados de la pieza? La duda está en el aire que marca su batuta para saber si esos conocimientos con los que se ostentan son suficientes.

Si no lo he confundido al hartazgo hasta ahora, entenderá que el presidente y gobernadores como directores de orquesta son un cargo complicado. Un amigo sostiene que la combinación de emoción y técnica es un equilibrio diminuto y raro en los directores de orquesta. Cita con autoridad a Carlos Kleiber, entrañable director que agitaba las manos con pasión y cuyos ensayos con orquesta son harto interesantes por la profundidad con la que conocía la música. ¿Qué directores queremos nosotros?

Buscamos un líder que estudie la obra que va a tocar como nadie, que la conozca incluso antes de empezar ejecutarla. Que conozca a sus músicos, confíe en ellos y logre persuadirlos en el ritmo y la intensidad. Son tantos instrumentos que, aunque haya buenos instrumentistas, no pueden ejecutarse solos al mismo tiempo.

Priorizar, en el contexto harto conocido de escasez de recursos, es la tarea más importante a mi entender. "El director administra la música en el eje del tiempo".