/ viernes 8 de septiembre de 2023

Nudos marineros

Volver sobre nuestros pasos, recomponer lo andado, empezar de nuevo, levantarse y salir caminando sin mirar atrás. ¿Cuántas veces no hemos deseado tener una segunda oportunidad en algo?, ¿cuántas veces no hemos soñado con ser otra persona, algo distinto a lo que somos?

En el marasmo de una existencia siempre caótica y llena de incertidumbre, no hacemos sino ir viviendo a medida que descubrimos cómo vivir. No estamos preparados. Creo, de hecho, que no es posible. Vamos preparándonos sobre la marcha, destinados al ensayo y error perpetuos. Cuando encontramos una fórmula para alguna situación concreta, la volvemos nuestra arma y la blandimos contra todo lo demás que nos acontece, esperando que funcione y nos proteja de todo mal, pero claro, no sucede así.

Nos enseñamos y nos corregimos, o también nos arriesgamos y nos equivocamos, o somos omisos y padecemos, o nos convencemos de que así estamos bien y nos amurallamos, aunque en el fondo, allá en algún momento de desnudez, una vocecilla interna nos haga desear que las cosas fueran distintas.

Dice un estribillo de una canción de la banda burgalesa LA M.O.D.A: “Lástima de astillas en los dedos, de nudos marineros que no me dejan ir; todos somos víctimas del miedo, del vértigo a la inmensidad de la existencia”.

¿Por qué nos cuesta trabajo soltar amarras?, ¿por qué cambiar el camino resulta impensable?, ¿quién nos ha dicho que la seguridad de lo conocido es lo mejor,aunque nos haga ampolla en las manos?, ¿qué tan reacios son los nudos de nuestra conciencia, de nuestra psique?

Visto así, cuánto valor requiere verse al espejo y decir: “No más”. Qué coraje requiere obligarse a romper los patrones que nos definen, que nos anclan, que nos predisponen. Qué difícil intentar recomponerse sin volverse duro del corazón, sin perder la ternura, sin herir a otros y a nosotros, sin negarnos la oportunidad de volver a creer, de volver a sentir, de volver a amar o, más difícil aún, dejarnos amar.

¿Hay una fecha de vencimiento para intentar conocernos, ser un otro yo?, ¿será cierto que hay un tiempo para todo?, ¿quién lo dispone, dónde lo entregan, en que fila nos formamos?

En la novela La señora de los sueños, de Sara Sefchovich, el personaje principal es Ana Fernández, quien ha llegado a la conclusión de que su vida, esa en la que sonríe todos los días y tiene varios papeles asignados, es en realidad una carga. El personaje reflexiona sobre lo que siente y piensa y se cuestiona cómo seguir o, más aún, si vale la pena seguir.

“¿Habrá salida a esta aridez, a este ahogo, esta asfixia? ¿Se puede desear algo que no se sabe qué es, añorar una felicidad que quién sabe si exista, sentir nostalgia por lo desconocido? Quisiera gritar, sólo que ¿habrá alguien que me escuche? Y ¿serviría de algo?”, se dice Ana mientras observa su “vida perfecta”.

Tras varios días de rumiar, hasta con rencor, lo que ha sido su vida, un pequeño y aparentemente inocuo incidente, le da la excusa perfecta para atreverse a soltar sus nudos marineros.

Lejos de ser una historia de simplón optimismo donde “el que quiere puede”, Sefchovich nos regala en esta fascinante novela a una mujer cansada de sí misma, de su papel de madre, de esposa, de ser humano; nos muestra el enojo y la frustración de alguien que perdió no sabe qué, pero que ahora sabe que le falta; y vamos siendo testigos del poder de la rebeldía cotidiana, de que la libertad también da miedo y que encontrarnos nos dejará solos; que puede que los primeros en irse sean aquellos que jurábamos para toda la vida, los que más amamos, y que, inesperadamente, se quedarán los que menos pensamos, los que menos valoramos.

¿Alguna vez se está listo para tomar el mazo y derrumbarlo todo?, ¿qué encontraremos entre las ruinas?


csanchez@diariodexalapa.com.mx


Volver sobre nuestros pasos, recomponer lo andado, empezar de nuevo, levantarse y salir caminando sin mirar atrás. ¿Cuántas veces no hemos deseado tener una segunda oportunidad en algo?, ¿cuántas veces no hemos soñado con ser otra persona, algo distinto a lo que somos?

En el marasmo de una existencia siempre caótica y llena de incertidumbre, no hacemos sino ir viviendo a medida que descubrimos cómo vivir. No estamos preparados. Creo, de hecho, que no es posible. Vamos preparándonos sobre la marcha, destinados al ensayo y error perpetuos. Cuando encontramos una fórmula para alguna situación concreta, la volvemos nuestra arma y la blandimos contra todo lo demás que nos acontece, esperando que funcione y nos proteja de todo mal, pero claro, no sucede así.

Nos enseñamos y nos corregimos, o también nos arriesgamos y nos equivocamos, o somos omisos y padecemos, o nos convencemos de que así estamos bien y nos amurallamos, aunque en el fondo, allá en algún momento de desnudez, una vocecilla interna nos haga desear que las cosas fueran distintas.

Dice un estribillo de una canción de la banda burgalesa LA M.O.D.A: “Lástima de astillas en los dedos, de nudos marineros que no me dejan ir; todos somos víctimas del miedo, del vértigo a la inmensidad de la existencia”.

¿Por qué nos cuesta trabajo soltar amarras?, ¿por qué cambiar el camino resulta impensable?, ¿quién nos ha dicho que la seguridad de lo conocido es lo mejor,aunque nos haga ampolla en las manos?, ¿qué tan reacios son los nudos de nuestra conciencia, de nuestra psique?

Visto así, cuánto valor requiere verse al espejo y decir: “No más”. Qué coraje requiere obligarse a romper los patrones que nos definen, que nos anclan, que nos predisponen. Qué difícil intentar recomponerse sin volverse duro del corazón, sin perder la ternura, sin herir a otros y a nosotros, sin negarnos la oportunidad de volver a creer, de volver a sentir, de volver a amar o, más difícil aún, dejarnos amar.

¿Hay una fecha de vencimiento para intentar conocernos, ser un otro yo?, ¿será cierto que hay un tiempo para todo?, ¿quién lo dispone, dónde lo entregan, en que fila nos formamos?

En la novela La señora de los sueños, de Sara Sefchovich, el personaje principal es Ana Fernández, quien ha llegado a la conclusión de que su vida, esa en la que sonríe todos los días y tiene varios papeles asignados, es en realidad una carga. El personaje reflexiona sobre lo que siente y piensa y se cuestiona cómo seguir o, más aún, si vale la pena seguir.

“¿Habrá salida a esta aridez, a este ahogo, esta asfixia? ¿Se puede desear algo que no se sabe qué es, añorar una felicidad que quién sabe si exista, sentir nostalgia por lo desconocido? Quisiera gritar, sólo que ¿habrá alguien que me escuche? Y ¿serviría de algo?”, se dice Ana mientras observa su “vida perfecta”.

Tras varios días de rumiar, hasta con rencor, lo que ha sido su vida, un pequeño y aparentemente inocuo incidente, le da la excusa perfecta para atreverse a soltar sus nudos marineros.

Lejos de ser una historia de simplón optimismo donde “el que quiere puede”, Sefchovich nos regala en esta fascinante novela a una mujer cansada de sí misma, de su papel de madre, de esposa, de ser humano; nos muestra el enojo y la frustración de alguien que perdió no sabe qué, pero que ahora sabe que le falta; y vamos siendo testigos del poder de la rebeldía cotidiana, de que la libertad también da miedo y que encontrarnos nos dejará solos; que puede que los primeros en irse sean aquellos que jurábamos para toda la vida, los que más amamos, y que, inesperadamente, se quedarán los que menos pensamos, los que menos valoramos.

¿Alguna vez se está listo para tomar el mazo y derrumbarlo todo?, ¿qué encontraremos entre las ruinas?


csanchez@diariodexalapa.com.mx