/ viernes 22 de marzo de 2024

Días perfectos

Despierto a las 7 de la mañana, tiendo la cama, me quito el piyama, me lavo la cara, los dientes; como un poco de fruta, me sirvo una taza de café, y mientas doy el primer sorbo veo la sala de mi pequeño departamento, cómo entra la luz por los ventanales, las plantas parecen estirarse. Disfruto mi café, me siento en el sillón y abro un libro… ¿soy feliz?

En la cultura japonesa existen dos términos que se refieren al sentido de la vida: Ikigai y Shimei. Mientras que el Shimei tiene que ver con aquello que hacemos hacia el exterior, la forma en la contribuimos como parte de la sociedad o el rol que nos es asignado, el Ikigai se refiere al sentido de la vida, a eso que de manera interna nos da plenitud, que nos permite estar tranquilos, disfrutar y, en cierta medida, llegar a aquello que conocemos como felicidad.

Bajo esta sociedad capitalista, donde el consumismo voraz y la explotación de bienes materiales y humanos se ha normalizado y, más aún, convertido en el objetivo último de la escala social, en esa estrellita dorada en la frente, nos vemos preocupados por nuestro shimei, es decir, por ser profesionistas productivos y exitosos, por demostrar que somos buenas madres o padres, buenos hijos, buenas parejas.

Nos vamos en una carrera frenética por demostrar que somos más, que podemos más, que damos más, siempre más. Y eso nos lleva a la rapidez, a la carrera incesante por llegar a una meta que, como espejismo en eldesierto, se aleja cada vez que nos acercamos.

Nos dice el catedrático y filósofo español Carlos Javier González Serrano: “Hay que recuperar la lentitud en los procesos de la vida. La rapidez es una estrategia diseñada para consumir –y ser consumidos– de forma incesante. El cerebro rápido y estresado no puede calcular las consecuencias de sus actos: reacciona mecánicamente, no actúa responsablemente”.

Así, en una realidad que nos fomenta la rapidez y el consumo como requisitos indispensables para la plenitud exterior, terminamos siendo víctimas de la fugacidad, yonquis de lo siempre nuevo, de la sobreestimulación; vamos perdiendo la capacidad de ir despacio, y esto es importante porque la lentitud nos permite la apreciación, la contemplación, la reflexión; nos permite pensar, nos permite sentir.

La lentitud nos permite explorar sobre quién queremos ser, qué nos apasiona, qué nos gusta, qué nos llena internamente; en la pausa podemos cultivar nuestro ikigai, nuestro sentido de la vida, un sentido interno, personal.

En la película Días perfectos, del director Wim Wenders (2024), Hiramaya, un hombre que sobrepasa los 50 años, trabaja en el mantenimiento de los baños públicos de Tokio.

Todos los días se levanta al alba y sigue una rutina meticulosa donde su trabajo es ejecutado de manera pulcra y su vida se mece en la lentitud yla contemplación. Vemos sus pequeñas y modestas aficiones que parecen proveerle… ¿felicidad?, ¿tranquilidad? Una serie de eventos que salen de su rutina nos llevan a conocer que Hiramaya, como el resto de nosotros, padece, sufre, se cuestiona, está en conflicto.

Pero también nos lleva reflexionar que la vida es eso, ese ir y venir entre el conflicto y la calma, y que, haciendo a un lado las contradicciones sociales y económicas del sistema que determinan qué tan hondos e insalvables son nuestros problemas, sí es posible hacer una pausa y procurarnos, en la modestia de las pequeñas cosas, de esas que parecen insignificantes, como una taza de café al despertar, como ver una flor que se abre, como un bocado de nuestra comida favorita, como un abrazo de la persona amada, es posible procurarnos, días perfectos.

¿O usted qué opina?, ¿cómo son sus días perfectos?


csanchez@diariodexalapa.com.mx

Despierto a las 7 de la mañana, tiendo la cama, me quito el piyama, me lavo la cara, los dientes; como un poco de fruta, me sirvo una taza de café, y mientas doy el primer sorbo veo la sala de mi pequeño departamento, cómo entra la luz por los ventanales, las plantas parecen estirarse. Disfruto mi café, me siento en el sillón y abro un libro… ¿soy feliz?

En la cultura japonesa existen dos términos que se refieren al sentido de la vida: Ikigai y Shimei. Mientras que el Shimei tiene que ver con aquello que hacemos hacia el exterior, la forma en la contribuimos como parte de la sociedad o el rol que nos es asignado, el Ikigai se refiere al sentido de la vida, a eso que de manera interna nos da plenitud, que nos permite estar tranquilos, disfrutar y, en cierta medida, llegar a aquello que conocemos como felicidad.

Bajo esta sociedad capitalista, donde el consumismo voraz y la explotación de bienes materiales y humanos se ha normalizado y, más aún, convertido en el objetivo último de la escala social, en esa estrellita dorada en la frente, nos vemos preocupados por nuestro shimei, es decir, por ser profesionistas productivos y exitosos, por demostrar que somos buenas madres o padres, buenos hijos, buenas parejas.

Nos vamos en una carrera frenética por demostrar que somos más, que podemos más, que damos más, siempre más. Y eso nos lleva a la rapidez, a la carrera incesante por llegar a una meta que, como espejismo en eldesierto, se aleja cada vez que nos acercamos.

Nos dice el catedrático y filósofo español Carlos Javier González Serrano: “Hay que recuperar la lentitud en los procesos de la vida. La rapidez es una estrategia diseñada para consumir –y ser consumidos– de forma incesante. El cerebro rápido y estresado no puede calcular las consecuencias de sus actos: reacciona mecánicamente, no actúa responsablemente”.

Así, en una realidad que nos fomenta la rapidez y el consumo como requisitos indispensables para la plenitud exterior, terminamos siendo víctimas de la fugacidad, yonquis de lo siempre nuevo, de la sobreestimulación; vamos perdiendo la capacidad de ir despacio, y esto es importante porque la lentitud nos permite la apreciación, la contemplación, la reflexión; nos permite pensar, nos permite sentir.

La lentitud nos permite explorar sobre quién queremos ser, qué nos apasiona, qué nos gusta, qué nos llena internamente; en la pausa podemos cultivar nuestro ikigai, nuestro sentido de la vida, un sentido interno, personal.

En la película Días perfectos, del director Wim Wenders (2024), Hiramaya, un hombre que sobrepasa los 50 años, trabaja en el mantenimiento de los baños públicos de Tokio.

Todos los días se levanta al alba y sigue una rutina meticulosa donde su trabajo es ejecutado de manera pulcra y su vida se mece en la lentitud yla contemplación. Vemos sus pequeñas y modestas aficiones que parecen proveerle… ¿felicidad?, ¿tranquilidad? Una serie de eventos que salen de su rutina nos llevan a conocer que Hiramaya, como el resto de nosotros, padece, sufre, se cuestiona, está en conflicto.

Pero también nos lleva reflexionar que la vida es eso, ese ir y venir entre el conflicto y la calma, y que, haciendo a un lado las contradicciones sociales y económicas del sistema que determinan qué tan hondos e insalvables son nuestros problemas, sí es posible hacer una pausa y procurarnos, en la modestia de las pequeñas cosas, de esas que parecen insignificantes, como una taza de café al despertar, como ver una flor que se abre, como un bocado de nuestra comida favorita, como un abrazo de la persona amada, es posible procurarnos, días perfectos.

¿O usted qué opina?, ¿cómo son sus días perfectos?


csanchez@diariodexalapa.com.mx