/ viernes 1 de marzo de 2024

Vivir con TDAH, como un domingo en la Alameda Central

Cuando vivía en la CDMX me salía a caminar por las calles: Siempre están pasando muchas cosas al mismo tiempo, todas de forma ruidosa, aparatosa, dispar, absurda, alegrísima o tristísima. Es como habitar mi propia mente. Cuando vuelvo de visita, siempre me siento en casa.

Cruzo la Alameda Central y las risas de los infantes son una orquesta agudísima y desafinada, pero extrañamente dulce; chapotean en la fuente, el calor llega a los 30 grados y es domingo, a los de abajo pertenece la diversión de las cosas sencillas, y los infantes se lanzan miniclavados como si se tratara de deportistas en justa olímpica, ajenos a que a pocos pasos la gente pasa en diversas direcciones platicando, comiendo su elote con chilito del que no pica, el chicharrón preparado, el algodón de azúcar. De pronto suena un plack, plack, son las patinetas de los skatos, al otro lado del parque; practican sus suertes y las tablas caen haciendo aquel ruido seco que parece ir a tiempo con el sonidero y las vueltas de las parejas que animosas sacan polvo a la plaza.

Todo está pasando al mismo tiempo. Todo exige atención inmediata, la mirada pronta, el oído presto. Todo es igual de importante y efímero. Permanente y fugaz. Si alguien me preguntara cómo es vivir con TDAH, les diría que es un domingo en la Alameda Central.

El TDAH es un trastorno del neurodesarrollo y tiene que ver con la forma como se obtiene y procesan tres neurotransmisores: la dopamina, la noradrenalina y la serotonina, es decir, la forma como obtenemos sensaciones de placer, bienestar, recompensa y se activan los niveles de alerta e impulsividad. Este trastorno recién fue reconocido en los años 80, es decir, quienes nacimos en esa década aún no fuimos diagnosticados o bien hubo un pobre tratamiento para lo que apenas comienza a catalogarse como una condición, no una enfermedad. Nuestro cerebro trabaja de forma distinta y responde a diversos estímulos, por lo general no convencionales. Habitamos un mundo que no está hecho para nosotros, para la forma en que procesamos información y estímulos.

Existen muchos mitos y desconocimiento alrededor del trastorno, y aunque la percepción general es que somos personas distraídas incapaces de concentrarse en algo, en realidad sucede que podemos estar al tanto de muchas cosas a la vez; por ejemplo, en mi cerebro siempre hay muchísimos pensamientos atropellándose al mismo tiempo, sobreponiéndose y peleándose la atención principal.

Es común que aplacemos tareas hasta el último momento, que empecemos actividades constantemente y las abandonemos también en cuanto pasa el momento de euforia. Algunos vivimos en el constante furor de “voy a hacer”, aunque pocas veces lleguemos a ejecutarlo; remamos contra el síndrome de parálisis que nos impide accionar, y todo aquello que no nos proporcione dopamina cae al olvido.

Si me preguntaran si es difícil vivir con TDAH diría que sí, porque el mundo funciona con un sinfín de normas, reglas, plazos, la mayoría inamovibles, y a mí se me olvida tomar agua cuando tengo el hiperfoco encendido en una actividad.Muchos vivimos en la constante sensación de incomprensión y soledad, de no alcanzar lo que se espera de uno.

Pero también hay aspectos que me parecen positivos: la emoción y el asombro auténticos, la creatividad a flor de piel, la convicción de que podemos hacerlo todo, la persistencia a prueba de fracasos; el enojo se disipa con facilidad y somos muy comprensivos a las fallas de otros porque si a algo estamos acostumbrados bajo este sistema que no está hecho para nosotros, es a equivocarnos.

Paseo en la Alameda Central, ahí viene un grupo con un altavoz repartiendo volantes contra el capitalismo, una mujer tiende en el piso una tela donde coloca sus velas artesanales, pasa una pareja con patitos en la cabeza…


csanchez@diariodexalapa.com.mx


Cuando vivía en la CDMX me salía a caminar por las calles: Siempre están pasando muchas cosas al mismo tiempo, todas de forma ruidosa, aparatosa, dispar, absurda, alegrísima o tristísima. Es como habitar mi propia mente. Cuando vuelvo de visita, siempre me siento en casa.

Cruzo la Alameda Central y las risas de los infantes son una orquesta agudísima y desafinada, pero extrañamente dulce; chapotean en la fuente, el calor llega a los 30 grados y es domingo, a los de abajo pertenece la diversión de las cosas sencillas, y los infantes se lanzan miniclavados como si se tratara de deportistas en justa olímpica, ajenos a que a pocos pasos la gente pasa en diversas direcciones platicando, comiendo su elote con chilito del que no pica, el chicharrón preparado, el algodón de azúcar. De pronto suena un plack, plack, son las patinetas de los skatos, al otro lado del parque; practican sus suertes y las tablas caen haciendo aquel ruido seco que parece ir a tiempo con el sonidero y las vueltas de las parejas que animosas sacan polvo a la plaza.

Todo está pasando al mismo tiempo. Todo exige atención inmediata, la mirada pronta, el oído presto. Todo es igual de importante y efímero. Permanente y fugaz. Si alguien me preguntara cómo es vivir con TDAH, les diría que es un domingo en la Alameda Central.

El TDAH es un trastorno del neurodesarrollo y tiene que ver con la forma como se obtiene y procesan tres neurotransmisores: la dopamina, la noradrenalina y la serotonina, es decir, la forma como obtenemos sensaciones de placer, bienestar, recompensa y se activan los niveles de alerta e impulsividad. Este trastorno recién fue reconocido en los años 80, es decir, quienes nacimos en esa década aún no fuimos diagnosticados o bien hubo un pobre tratamiento para lo que apenas comienza a catalogarse como una condición, no una enfermedad. Nuestro cerebro trabaja de forma distinta y responde a diversos estímulos, por lo general no convencionales. Habitamos un mundo que no está hecho para nosotros, para la forma en que procesamos información y estímulos.

Existen muchos mitos y desconocimiento alrededor del trastorno, y aunque la percepción general es que somos personas distraídas incapaces de concentrarse en algo, en realidad sucede que podemos estar al tanto de muchas cosas a la vez; por ejemplo, en mi cerebro siempre hay muchísimos pensamientos atropellándose al mismo tiempo, sobreponiéndose y peleándose la atención principal.

Es común que aplacemos tareas hasta el último momento, que empecemos actividades constantemente y las abandonemos también en cuanto pasa el momento de euforia. Algunos vivimos en el constante furor de “voy a hacer”, aunque pocas veces lleguemos a ejecutarlo; remamos contra el síndrome de parálisis que nos impide accionar, y todo aquello que no nos proporcione dopamina cae al olvido.

Si me preguntaran si es difícil vivir con TDAH diría que sí, porque el mundo funciona con un sinfín de normas, reglas, plazos, la mayoría inamovibles, y a mí se me olvida tomar agua cuando tengo el hiperfoco encendido en una actividad.Muchos vivimos en la constante sensación de incomprensión y soledad, de no alcanzar lo que se espera de uno.

Pero también hay aspectos que me parecen positivos: la emoción y el asombro auténticos, la creatividad a flor de piel, la convicción de que podemos hacerlo todo, la persistencia a prueba de fracasos; el enojo se disipa con facilidad y somos muy comprensivos a las fallas de otros porque si a algo estamos acostumbrados bajo este sistema que no está hecho para nosotros, es a equivocarnos.

Paseo en la Alameda Central, ahí viene un grupo con un altavoz repartiendo volantes contra el capitalismo, una mujer tiende en el piso una tela donde coloca sus velas artesanales, pasa una pareja con patitos en la cabeza…


csanchez@diariodexalapa.com.mx