¿Seguirá existiendo esa frontera invisible –aunque presente– entre oriente y occidente? Seguramente sí. Si nos ponemos a ver, por ejemplo, cuántos músicos japoneses conocemos, cuántos ajedrecistas chinos, cuantos actores vietnamitas, o cuantos escritores taiwaneses, nos daremos cuenta de que nuestra cultura hispánica está (obviamente por razones geográficas) más cerca de Europa que de Asia.
El cine ha sido un vehículo para que desde los países occidentales podamos conocer más a las culturas asiáticas. Desde Kurosawa y Mitsoguchi, podemos darnos cuenta de la cultura japonesa; el cine de ambos nos ha dado la oportunidad de conocer la sociedad y las costumbres de un pueblo milenario y que, apenas hace dos siglos, ha empezado a interesarse por el estilo de vida occidental.
La tradición literaria japonesa ha sido poco estudiada en español; no obstante a ser una de las más bellas y antiguas. Tuvo que llegar el premio Nobel a Yasunari Kawabata, en 1968, para que los lectores nos diéramos cuenta del gran vacío literario que existía en occidente al no haber traducido a este autor. Cierto es que muchas de esas traducciones nos habían llegado a través del francés —pues eran escasísimos los traductores directos—, pero hemos sido afortunados al poder leer a dos grandes del siglo XX: el ya mencionado Kawabata y Yukio Mishima.
El nombre de Kawabata ha sido puesto actualmente en boca de muchos, gracias a que Gabriel García Márquez —otro Premio Nobel— confesara que su novela Memoria de mis putas tristes, era una paráfrasis de una obra extraordinaria y genial: La casa de las bellas durmientes, novela en la que un anciano se regodea asistiendo a una suerte de prostíbulo en el que el entretenimiento casi metafísico consiste en observar a doncellas desnudas, sin poder tocarlas o tener otro tipo de relación con ellas, salvo el de verlas dormir y contemplar, en esa quietud, la maravilla del mundo. Puesta la mosca en la oreja, las editoriales comprendieron que era buen momento para volver a lanzar (se habían publicado en español las novelas y cuentos de Kawabata por la editorial Seix-Barral en la década de los setenta, ediciones ahora inconseguibles) al mercado hispánico la obra de este imprescindible autor. Así, podemos encontrar en las mesas de novedades, y gracias a la editorial emecé, las novelas El maestro de go, País de nieve, La bailarina de Izu, Lo bello y lo triste, y varias más.
Por lo que toca a Yukio Mishima hay que apuntar que fue un icono desde la década de los sesenta en que el autor de Confesiones de una máscara —su obra más conocida— era símbolo de irreverencia y libertad. Muerto por mano propia (a través de un ritual de Harakiri, pues procedía de una familia de samurais), Mishima es autor de casi una docena de novelas que lo colocan al frente de la mejor literatura universal y a la cabeza de la literatura asiática contemporánea.
Pues estos dos hombres de letras se conocieron cuando Yukio contaba apenas con 20 años de edad y profesaba una fiel admiración al ya célebre Kawabata. Maestro y alumno mantuvieron una estrecha correspondencia entre los años 1945 y 1970, año de la muerte de Mishima. El maestro siguió al alumno y, dos años después del suicidio de Mishima, Kawabata hace lo propio suicidándose y se reúne en otro cielo (Mishima era gran lector de Swedenborg) con su discípulo, amigo y confidente.
Para aquellos amantes de las correspondencias intelectuales, he aquí una de las más íntimas y hermosas cartas entre dos grandes escritores.