/ martes 13 de marzo de 2018

Ni los veo ni los oigo

También va a votar la razón, y no sólo el hartazgo y el enojo. Con motivo del 89 aniversario del PRI, en mi opinión José Antonio Meade Kuribreña dio el que, seguramente, fue el mejor discurso desde que es candidato presidencial. Lo fue por la forma y por el fondo. Porque más allá de que estuvo muy bien dicho, encontró el espacio idóneo para poner distancia con la actual administración sin romper con ella, para deslindarse sin crear un cisma, y, como lo definió muy bien Ricardo Raphael, para lograr el injerto entre la aspiración ciudadana y la candidatura priista.

Un discurso que, obvia y explícitamente, tuvo reminiscencias de aquel de Luis Donaldo Colosio en 1994, que tuvo mucho también deslinde y continuidad, magnificadas artificialmente las primeras mucho más tarde, cuando Mario Aburto acabó con la vida de Luis Donaldo. Coincidían la fecha y el espíritu, aunque la diferencia es de época y de realidad, comenzando por el hecho de que Meade es un no priista que se postula por el PRI y Colosio era un exitoso expresidente del partido que sufría una oposición tenaz de otra parte del PRI representada por Manuel Camacho.

Pero lo importante de aquel discurso de Colosio y éste de Meade es que ambos miran hacia adelante en lugar de regresar hacia un pasado del que son también severos críticos.

¿Alcanza con eso? Obviamente no, pero es una buena base para construir, aunque se debe asumir que para avanzar en esa construcción Meade tiene cada vez menos tiempo. En estos días en el tiempo que viene, más allá del discurso, se tiene que poner otras piedras en ella.

Hablando de otro texto, nos quejamos hasta la saciedad del presidencialismo, de nuestros gobernadores, el veneno es muy poderoso. Cualquiera está expuesto a la ponzoña, pero claro, los reflectores invitan a la mordedura.

Una vez circulando en el cuerpo comienzan los desfiguros. Al final del proceso, la vanidad destruye el seso. Nos quejamos hasta el hastío, pero en el fondo, ése era y es el patético sueño de muchos mexicanos. El moralista Plutarco sostenía en varias de sus obras, con plena razón, que en el ejercicio de la política son necesarias dos virtudes elementales: la honradez, que se traducía de un modo modesto de vida, y una ética de servicio público como rectora de todas las posiciones y decisiones, incluidas las de la vida privada. No son pocos los filósofos y moralistas que han coincidido con esa posición, enfrente de ella se encuentran varias escuelas que hacen apología del pragmatismo en sus múltiples versiones, pero aún en ellas, siempre hay un límite, un freno exigible a quien gobierna o representa a la ciudadanía.

De manera lamentable, en la inacabada democracia que tenemos pareciera que esos límites están rotos o definitivamente no existen.

Y retomando al presidente o a los gobernadores si salían malos o rateros o lo que fuera, ni modo, había que esperar a que llegara un nuevo redentor. Pero descubrimos que el país no era lo que debía ser y los dedos flamígeros señalaron e presidencialismo de los todopoderosos como el gran responsable de la parodia nacional. Y llegó la anhelada alternancia en el Ejecutivo federal como pócima mágica y no quisimos presidentes, sino redentor: que llegue Vicente Fox y su equipo de arcángeles y todo se corregirá. Y Fox dejó importantes aportaciones, el impulso a la transparencia el más evidente, pero defraudó las expectativas porque no se dio la refundación nacional que muchos le demandaban. Aparecieron las excusas, “tuvimos alternancia, pero las estructuras del poder quedaron intactas”. Quimeras politológicas que disfrazan la realidad: seguimos implorando por la aparición de un redentor y no queremos a un aburrido presidente.


También va a votar la razón, y no sólo el hartazgo y el enojo. Con motivo del 89 aniversario del PRI, en mi opinión José Antonio Meade Kuribreña dio el que, seguramente, fue el mejor discurso desde que es candidato presidencial. Lo fue por la forma y por el fondo. Porque más allá de que estuvo muy bien dicho, encontró el espacio idóneo para poner distancia con la actual administración sin romper con ella, para deslindarse sin crear un cisma, y, como lo definió muy bien Ricardo Raphael, para lograr el injerto entre la aspiración ciudadana y la candidatura priista.

Un discurso que, obvia y explícitamente, tuvo reminiscencias de aquel de Luis Donaldo Colosio en 1994, que tuvo mucho también deslinde y continuidad, magnificadas artificialmente las primeras mucho más tarde, cuando Mario Aburto acabó con la vida de Luis Donaldo. Coincidían la fecha y el espíritu, aunque la diferencia es de época y de realidad, comenzando por el hecho de que Meade es un no priista que se postula por el PRI y Colosio era un exitoso expresidente del partido que sufría una oposición tenaz de otra parte del PRI representada por Manuel Camacho.

Pero lo importante de aquel discurso de Colosio y éste de Meade es que ambos miran hacia adelante en lugar de regresar hacia un pasado del que son también severos críticos.

¿Alcanza con eso? Obviamente no, pero es una buena base para construir, aunque se debe asumir que para avanzar en esa construcción Meade tiene cada vez menos tiempo. En estos días en el tiempo que viene, más allá del discurso, se tiene que poner otras piedras en ella.

Hablando de otro texto, nos quejamos hasta la saciedad del presidencialismo, de nuestros gobernadores, el veneno es muy poderoso. Cualquiera está expuesto a la ponzoña, pero claro, los reflectores invitan a la mordedura.

Una vez circulando en el cuerpo comienzan los desfiguros. Al final del proceso, la vanidad destruye el seso. Nos quejamos hasta el hastío, pero en el fondo, ése era y es el patético sueño de muchos mexicanos. El moralista Plutarco sostenía en varias de sus obras, con plena razón, que en el ejercicio de la política son necesarias dos virtudes elementales: la honradez, que se traducía de un modo modesto de vida, y una ética de servicio público como rectora de todas las posiciones y decisiones, incluidas las de la vida privada. No son pocos los filósofos y moralistas que han coincidido con esa posición, enfrente de ella se encuentran varias escuelas que hacen apología del pragmatismo en sus múltiples versiones, pero aún en ellas, siempre hay un límite, un freno exigible a quien gobierna o representa a la ciudadanía.

De manera lamentable, en la inacabada democracia que tenemos pareciera que esos límites están rotos o definitivamente no existen.

Y retomando al presidente o a los gobernadores si salían malos o rateros o lo que fuera, ni modo, había que esperar a que llegara un nuevo redentor. Pero descubrimos que el país no era lo que debía ser y los dedos flamígeros señalaron e presidencialismo de los todopoderosos como el gran responsable de la parodia nacional. Y llegó la anhelada alternancia en el Ejecutivo federal como pócima mágica y no quisimos presidentes, sino redentor: que llegue Vicente Fox y su equipo de arcángeles y todo se corregirá. Y Fox dejó importantes aportaciones, el impulso a la transparencia el más evidente, pero defraudó las expectativas porque no se dio la refundación nacional que muchos le demandaban. Aparecieron las excusas, “tuvimos alternancia, pero las estructuras del poder quedaron intactas”. Quimeras politológicas que disfrazan la realidad: seguimos implorando por la aparición de un redentor y no queremos a un aburrido presidente.