/ domingo 13 de diciembre de 2020

Testimoniar luz y alegría

Ayer celebramos el Tercer Domingo de Adviento, Ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Juan (1, 6-8. 19-28), cuyo inicio presenta el testimonio y la misión de Juan Bautista: “Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz”.

El testigo de la luz. Estos primeros versículos forman parte del Prólogo del Evangelio donde San Juan habla de la Palabra Eterna de Dios Padre con sus características esenciales, que son su eternidad y su persona divina hasta concluir con su Encarnación: "Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros; y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14). La mención del Bautista, provocada por la palabra luz, nos sitúa en el terreno histórico. La luz para el hombre no es una idea ni algo abstracto sino Alguien tan concreto como la Palabra Encarnada, esto es, Jesucristo, a quien compete la función iluminadora por razón de su divinidad. Testigo de ello fue el Bautista cuya figura, en este evangelio, no se resalta como Precursor de Cristo como en los sinópticos, sino en ser testigo de la luz verdadera, que puede aclarar el misterio humano. Toda la razón de ser del Bautista está en función de su testimonio. El Espíritu Santo culmina en Juan la obra de presentar al Señor un pueblo bien dispuesto y lo impulsa para dar testimonio de la luz.

El testimonio. El texto evangélico prosigue: “Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: ¿Quién eres tú? Él reconoció y no negó quién era. Él afirmó: ‘Yo no soy el Mesías’. De nuevo le preguntaron: ‘¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías’? Él les respondió: ‘No lo soy’ ¿Eres el profeta? Respondió: ‘No’. Le dijeron: ‘Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo’? Juan les contestó: ‘Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”. Este testimonio de Juan Bautista se resalta en el Prefacio de la Misa de su nacimiento: “Bautizó con el agua, que habría de quedar santificada, al mismo autor del bautismo, por quien mereció dar el testimonio supremo de su sangre”; y en la oración colecta de su martirio: “Dios nuestro, que elegiste a San Juan Bautista para preparar, con su predicación y ejemplo, la venida de Cristo y dar con su muerte testimonio de la verdad y la justicia, concédenos, por su intercesión, anunciar y atestiguar con nuestra vida toda la verdad del Evangelio”.

Testimoniar luz y alegría. El tercer domingo de Adviento se caracteriza por la alegría. Nos invita a despertar del sueño de la rutina y de renunciar a la mediocridad, a abandonar la tristeza y descartar el desaliento. Ser luz y alegría han de ser actitudes constantes en nuestra vida cotidiana para testimoniar a Cristo. Esto significa que seamos cristianos capaces de despertar la fe de las demás personas, de contagiar luz y vida, de allanar los caminos para propiciar el encuentro con Jesucristo. Estamos llamados a manifestar con nuestra vida la necesidad de la oración, de estar muchos ratos a solas con el Señor, de retirarnos al desierto para propiciar el diálogo con Dios y la conciencia de nuestras debilidades. Los testigos de la luz y la alegría combatimos las tinieblas del error y las sombras el pecado y del mal, a través de la práctica constante de los mandamientos de Dios, de las bienaventuranzas y de las obras de misericordia. Nuestra vida cotidiana se debe caracterizar por el amor y el respeto a la vida humana, por la fe, la esperanza, la caridad, la humildad y la alegría. Aprendamos de Juan Bautista a ser testigos humildes de Cristo y evitemos los protagonismos tontos y estériles.

Ayer celebramos el Tercer Domingo de Adviento, Ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Juan (1, 6-8. 19-28), cuyo inicio presenta el testimonio y la misión de Juan Bautista: “Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz”.

El testigo de la luz. Estos primeros versículos forman parte del Prólogo del Evangelio donde San Juan habla de la Palabra Eterna de Dios Padre con sus características esenciales, que son su eternidad y su persona divina hasta concluir con su Encarnación: "Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros; y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14). La mención del Bautista, provocada por la palabra luz, nos sitúa en el terreno histórico. La luz para el hombre no es una idea ni algo abstracto sino Alguien tan concreto como la Palabra Encarnada, esto es, Jesucristo, a quien compete la función iluminadora por razón de su divinidad. Testigo de ello fue el Bautista cuya figura, en este evangelio, no se resalta como Precursor de Cristo como en los sinópticos, sino en ser testigo de la luz verdadera, que puede aclarar el misterio humano. Toda la razón de ser del Bautista está en función de su testimonio. El Espíritu Santo culmina en Juan la obra de presentar al Señor un pueblo bien dispuesto y lo impulsa para dar testimonio de la luz.

El testimonio. El texto evangélico prosigue: “Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: ¿Quién eres tú? Él reconoció y no negó quién era. Él afirmó: ‘Yo no soy el Mesías’. De nuevo le preguntaron: ‘¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías’? Él les respondió: ‘No lo soy’ ¿Eres el profeta? Respondió: ‘No’. Le dijeron: ‘Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo’? Juan les contestó: ‘Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”. Este testimonio de Juan Bautista se resalta en el Prefacio de la Misa de su nacimiento: “Bautizó con el agua, que habría de quedar santificada, al mismo autor del bautismo, por quien mereció dar el testimonio supremo de su sangre”; y en la oración colecta de su martirio: “Dios nuestro, que elegiste a San Juan Bautista para preparar, con su predicación y ejemplo, la venida de Cristo y dar con su muerte testimonio de la verdad y la justicia, concédenos, por su intercesión, anunciar y atestiguar con nuestra vida toda la verdad del Evangelio”.

Testimoniar luz y alegría. El tercer domingo de Adviento se caracteriza por la alegría. Nos invita a despertar del sueño de la rutina y de renunciar a la mediocridad, a abandonar la tristeza y descartar el desaliento. Ser luz y alegría han de ser actitudes constantes en nuestra vida cotidiana para testimoniar a Cristo. Esto significa que seamos cristianos capaces de despertar la fe de las demás personas, de contagiar luz y vida, de allanar los caminos para propiciar el encuentro con Jesucristo. Estamos llamados a manifestar con nuestra vida la necesidad de la oración, de estar muchos ratos a solas con el Señor, de retirarnos al desierto para propiciar el diálogo con Dios y la conciencia de nuestras debilidades. Los testigos de la luz y la alegría combatimos las tinieblas del error y las sombras el pecado y del mal, a través de la práctica constante de los mandamientos de Dios, de las bienaventuranzas y de las obras de misericordia. Nuestra vida cotidiana se debe caracterizar por el amor y el respeto a la vida humana, por la fe, la esperanza, la caridad, la humildad y la alegría. Aprendamos de Juan Bautista a ser testigos humildes de Cristo y evitemos los protagonismos tontos y estériles.