/ domingo 3 de marzo de 2024

Con 64 años, don Jesús es el último vendedor de gelatina tradicional en vitrina de Veracruz

Actualmente, la venta de gelatinas ya no es lo mismo de antes, pero sigue siendo un oficio que le permite mantener a su esposa

Veracruz, Ver.- De jerez, fresa y durazno, Jesús Vergara Quiroz ofrece sus gelatinas desde hace 43 años en calles del centro histórico de la ciudad de Veracruz. Camina por la avenida Independencia, en la calle Zamora, el zócalo y el malecón cargando su vitrina reluciente con los postres que ofrece a los jarochos y turistas.

Jesús es el último vendedor de gelatina tradicional que sobrevive en el puerto de Veracruz. Cuenta que hace algunos años todavía eran varios los vendedores los que ofrecían gelatinas, pero poco a poco fueron dejando el negocio por edad o enfermedad.

¿Cómo inició en el negocio de la gelatina tradicional?

A sus 64 años comparte que se trata de un oficio que emprendió porque se sentía cómo de ser su propio jefe, además de que le permitió sacar adelante a su familia, con tres hijas a las que les pudo pagar una carrera universitaria.

Actualmente, la venta de gelatinas ya no es lo mismo de antes, pero sigue siendo un oficio que le permite mantener a su esposa y de vez en cuando pagar algún gusto que se dan ambos los fines de semana o en ocasiones especiales.

“Es un trabajo libre, no tengo quien me mande, a veces vendo como, a veces vendo bien, es como cualquier negocio. Salgo de mi casa a las 7:30 de la mañana, mi esposa es quien se encarga de hacerlas ella es la que se encarga de que el refrigerador esté listo”.

Jesús Vergara tiene actualmente 64 años, cuenta que es originario de Altotonga. Llegó al puerto de Veracruz porque amigos de Xalapa lo invitaron a vender gelatinas en el puerto de Veracruz.

En aquellos años, menciona que existía una fábrica de gelatinas que les vendía a todos los vendedores, muchos como él vendían en el centro de Veracruz, otros tomaban autobuses y viajaban a vender a los pueblos cercanos.

Llegó al puerto de Veracruz porque amigos de Xalapa lo invitaron a vender gelatinas en el puerto de Veracruz | Foto: Ilustrativa / Raúl Solís / Diario de Xalapa

En su caso recuerda que recorría los muelles del puerto de Veracruz que antes estaban abiertos, así como la estación del tren de pasajeros en donde vendía a los viajeros. En aquel entonces eran varios gelatineros y todos vendían bien.

“De los veteranos nada más quedó yo trabajando, ya el tiempo les ganó y muchos ya no tienen fuerzas o están enfermos… para que uno viva cómodamente todavía es negocio, no es para darse lujos, pero sigue siendo un ingreso para ayudar”.

Jesús toma la venta de gelatinas como un trabajo formal, con jornada de ocho horas que divide en dos turnos, el primero de 8 de la mañana a 12 del día, después de eso regresa a su casa a comer y retoma la venta de 5 de la tarde a 9 de la noche.

Ahora, además de que es lo único con lo que se mantiene a él y a su esposo, lo ve como un oficio que es una tradición de muchos años, que cuando él deje de vender probablemente se pierda, porque a nadie le interesa vender.

“Era una costumbre, una tradición, cuando yo empecé habían muchos gelatineros, algunos vendían aquí y otros se iban a las rancherías o pueblos de alrededor. Había una fábrica que se dedicaba a hacer eso, quienes vendían fuera salían en la madrugada y regresaban por la tarde, pero esa fábrica cerró en 1983”.

Ahora es su esposa quien prepara las gelatinas que él vende, con una receta casera que es de los primeros vendedores de Xalapa. A diferencia de gelatinas comerciales o que se venden en pastelerías, estas son de ingredientes naturales y sobreviven refrigeradas solo dos o tres días.

Sin embargo, afirma que las gelatinas siguen siendo un postre que es muy demandado en la zona centro de la ciudad de Veracruz, por lo que pocas veces tiene pérdidas y con regularidad vende las 80 o 90 piezas que saca en su vitrina todos los días.

Incluso tiene clientes regulares desde hace varios años, aquellos que conocen bien sus productos de antaño, algunos eran niños de las escuelas en las que él vendía cuando entraban a clases y ahora son adultos que con añoranza lo detienen en la calle para pedirle un postre y comentarle que se trata de algo que los transporta a su niñez.

“Estas son diferentes porque no llevan ningún conservador, son gelatinas naturales que se deben vender en máximo dos o tres días. Lo que vendo son gelatina, flan y natilla, en 17 y 20 pesos, y son consumidas principalmente por personas mayores que la comieron en su tiempo”.

Veracruz, Ver.- De jerez, fresa y durazno, Jesús Vergara Quiroz ofrece sus gelatinas desde hace 43 años en calles del centro histórico de la ciudad de Veracruz. Camina por la avenida Independencia, en la calle Zamora, el zócalo y el malecón cargando su vitrina reluciente con los postres que ofrece a los jarochos y turistas.

Jesús es el último vendedor de gelatina tradicional que sobrevive en el puerto de Veracruz. Cuenta que hace algunos años todavía eran varios los vendedores los que ofrecían gelatinas, pero poco a poco fueron dejando el negocio por edad o enfermedad.

¿Cómo inició en el negocio de la gelatina tradicional?

A sus 64 años comparte que se trata de un oficio que emprendió porque se sentía cómo de ser su propio jefe, además de que le permitió sacar adelante a su familia, con tres hijas a las que les pudo pagar una carrera universitaria.

Actualmente, la venta de gelatinas ya no es lo mismo de antes, pero sigue siendo un oficio que le permite mantener a su esposa y de vez en cuando pagar algún gusto que se dan ambos los fines de semana o en ocasiones especiales.

“Es un trabajo libre, no tengo quien me mande, a veces vendo como, a veces vendo bien, es como cualquier negocio. Salgo de mi casa a las 7:30 de la mañana, mi esposa es quien se encarga de hacerlas ella es la que se encarga de que el refrigerador esté listo”.

Jesús Vergara tiene actualmente 64 años, cuenta que es originario de Altotonga. Llegó al puerto de Veracruz porque amigos de Xalapa lo invitaron a vender gelatinas en el puerto de Veracruz.

En aquellos años, menciona que existía una fábrica de gelatinas que les vendía a todos los vendedores, muchos como él vendían en el centro de Veracruz, otros tomaban autobuses y viajaban a vender a los pueblos cercanos.

Llegó al puerto de Veracruz porque amigos de Xalapa lo invitaron a vender gelatinas en el puerto de Veracruz | Foto: Ilustrativa / Raúl Solís / Diario de Xalapa

En su caso recuerda que recorría los muelles del puerto de Veracruz que antes estaban abiertos, así como la estación del tren de pasajeros en donde vendía a los viajeros. En aquel entonces eran varios gelatineros y todos vendían bien.

“De los veteranos nada más quedó yo trabajando, ya el tiempo les ganó y muchos ya no tienen fuerzas o están enfermos… para que uno viva cómodamente todavía es negocio, no es para darse lujos, pero sigue siendo un ingreso para ayudar”.

Jesús toma la venta de gelatinas como un trabajo formal, con jornada de ocho horas que divide en dos turnos, el primero de 8 de la mañana a 12 del día, después de eso regresa a su casa a comer y retoma la venta de 5 de la tarde a 9 de la noche.

Ahora, además de que es lo único con lo que se mantiene a él y a su esposo, lo ve como un oficio que es una tradición de muchos años, que cuando él deje de vender probablemente se pierda, porque a nadie le interesa vender.

“Era una costumbre, una tradición, cuando yo empecé habían muchos gelatineros, algunos vendían aquí y otros se iban a las rancherías o pueblos de alrededor. Había una fábrica que se dedicaba a hacer eso, quienes vendían fuera salían en la madrugada y regresaban por la tarde, pero esa fábrica cerró en 1983”.

Ahora es su esposa quien prepara las gelatinas que él vende, con una receta casera que es de los primeros vendedores de Xalapa. A diferencia de gelatinas comerciales o que se venden en pastelerías, estas son de ingredientes naturales y sobreviven refrigeradas solo dos o tres días.

Sin embargo, afirma que las gelatinas siguen siendo un postre que es muy demandado en la zona centro de la ciudad de Veracruz, por lo que pocas veces tiene pérdidas y con regularidad vende las 80 o 90 piezas que saca en su vitrina todos los días.

Incluso tiene clientes regulares desde hace varios años, aquellos que conocen bien sus productos de antaño, algunos eran niños de las escuelas en las que él vendía cuando entraban a clases y ahora son adultos que con añoranza lo detienen en la calle para pedirle un postre y comentarle que se trata de algo que los transporta a su niñez.

“Estas son diferentes porque no llevan ningún conservador, son gelatinas naturales que se deben vender en máximo dos o tres días. Lo que vendo son gelatina, flan y natilla, en 17 y 20 pesos, y son consumidas principalmente por personas mayores que la comieron en su tiempo”.

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