/ domingo 23 de agosto de 2020

Desde que murió mi hija le perdí el miedo a la muerte. Lee esta narración

Desde ese día, Isabel, una mujer de 77 años, no le teme al coronavirus. "Sé que si me contagio voy a morir", asegura

Me lo contó Isabel Allende desde California, una tarde de verano, en el Año de la Gran Pandemia del Covid-19. Se lo dijo a José del Río en Mesa Chica, a través de LN+, pero me lo dijo a mí, nos lo dijo a todos. De pronto amigos, familiares y conocidos empezaron a morirse.

Pensábamos que todo eso estaba lejos, que Wuhan era una ciudad China muy lejana, más allá de las fronteras de nuestro país. Pero no, la muerte está más cerca de nosotros que nosotros mismos, la llevamos en los hombros, camina a nuestro lado, es compañera imprescindible de nuestras vidas. Es nuestro infausto destino. Y quedito, como el viento cálido de las tardes veraniegas, mientras escuchaba el ladrido de los perros de mi colonia, en Xalapa, la escritora chilena, me contó:

Desde que murió mi hija Paula hace 27 años, he perdido el miedo a la muerte. Primero, porque la vi morir en mis brazos, y me di cuenta de que la muerte es como el nacimiento, es una transición, un umbral, y le perdí el miedo en lo personal. Ahora, si me agarra el virus, pertenezco a la población más vulnerable, la gente mayor, tengo 77 años y sé que si me contagio voy a morir. Entonces la posibilidad de la muerte se presenta muy clara para mí en este momento, la veo con curiosidad y sin ningún temor”.

II

Sí, curiosidad, pensé. Yo, que estoy llegando a los 50, también he pensado muchas veces en la muerte. Me gustaría que llegara callada, silenciosa y me arrebatara de un jalón, deteniendo para siempre mis signos vitales. No sé qué hay más allá. Creo en la vida eterna, porque eso me enseñaron y porque creo en la posibilidad, porque creo que esa palabra y su significado, están revestidos de esperanza.

Pero Allende insistió: “Lo que la pandemia me ha enseñado es a soltar cosas, a darme cuenta de lo poco que necesito. No necesito comprar, no necesito más ropa, no necesito ir a ninguna parte, ni viajar. Me parece que tengo demasiado. Veo a mi alrededor y me digo para qué todo esto. Para qué necesito más de dos platos. Después, darme cuenta de quiénes son los verdaderos amigos y la gente con la que quiero estar”.

Sí, me gusta. Creo en lo mismo. No necesitamos muchas cosas, pero con o sin pandemia, deberíamos de entender eso. Somos viajeros, Homo Viator, decía Marcel. Y como un viajero debemos llevar equipaje ligero para llegar a un destino en donde tendremos todo para disfrutar.

III

¿Qué crees que la pandemia nos enseña a todos? Nos está enseñando prioridades y nos está mostrando una realidad. La realidad de la desigualdad. De cómo unas personas pasan la pandemia en un yate en el Caribe, y otra gente está pasando hambre”, insistió la escritora.

“También nos ha enseñado que somos una sola familia. Lo que le pasa a un ser humano en Wuhan, le pasa al planeta, nos pasa a todos. No hay esta idea tribal de que estamos separados del grupo y que podemos defender al grupo mientras el resto de la gente se friega. No hay murallas, no hay paredes que puedan separar a la gente”. Y somos sobre todo, vulnerables, pensé, limitados, motas insignificantes, en este puntito azul pálido, como decía Carl Sagan, que llamamos planeta tierra.

“Los creadores, los artistas, los científicos, todos los jóvenes, muchísimas mujeres, se están planteando una nueva normalidad. No quieren volver a lo que era normal. Se están planteando qué mundo queremos. Esa es la pregunta más importante de este momento. Ese sueño de un mundo diferente: para allá tenemos que ir”.

IV

“Y reflexiono: Me di cuenta en algún momento de que uno viene al mundo a perderlo todo. Mientras más uno vive, más pierde. Vas perdiendo primero a tus padres, a gente a veces muy querida a tu alrededor, tus mascotas, los lugares y tus propias facultades también. No se puede vivir con temor, porque te hace imaginar lo que todavía no ha pasado y sufres el doble. Hay que relajarse un poco, tratar de gozar lo que tenemos y vivir en el presente”.

El viento cálido de la tarde acarició mi rostro. Respiré. ¡Oh, respiro!, qué dicha, cuántos no están sufriendo, llorando, porque el aire no toca sus pulmones y estoy aquí, leyendo a Allende, reflexionando sobre sus palabras y sobre esto que me tocó vivir en el Año de la Gran Pandemia. Amén.

Me lo contó Isabel Allende desde California, una tarde de verano, en el Año de la Gran Pandemia del Covid-19. Se lo dijo a José del Río en Mesa Chica, a través de LN+, pero me lo dijo a mí, nos lo dijo a todos. De pronto amigos, familiares y conocidos empezaron a morirse.

Pensábamos que todo eso estaba lejos, que Wuhan era una ciudad China muy lejana, más allá de las fronteras de nuestro país. Pero no, la muerte está más cerca de nosotros que nosotros mismos, la llevamos en los hombros, camina a nuestro lado, es compañera imprescindible de nuestras vidas. Es nuestro infausto destino. Y quedito, como el viento cálido de las tardes veraniegas, mientras escuchaba el ladrido de los perros de mi colonia, en Xalapa, la escritora chilena, me contó:

Desde que murió mi hija Paula hace 27 años, he perdido el miedo a la muerte. Primero, porque la vi morir en mis brazos, y me di cuenta de que la muerte es como el nacimiento, es una transición, un umbral, y le perdí el miedo en lo personal. Ahora, si me agarra el virus, pertenezco a la población más vulnerable, la gente mayor, tengo 77 años y sé que si me contagio voy a morir. Entonces la posibilidad de la muerte se presenta muy clara para mí en este momento, la veo con curiosidad y sin ningún temor”.

II

Sí, curiosidad, pensé. Yo, que estoy llegando a los 50, también he pensado muchas veces en la muerte. Me gustaría que llegara callada, silenciosa y me arrebatara de un jalón, deteniendo para siempre mis signos vitales. No sé qué hay más allá. Creo en la vida eterna, porque eso me enseñaron y porque creo en la posibilidad, porque creo que esa palabra y su significado, están revestidos de esperanza.

Pero Allende insistió: “Lo que la pandemia me ha enseñado es a soltar cosas, a darme cuenta de lo poco que necesito. No necesito comprar, no necesito más ropa, no necesito ir a ninguna parte, ni viajar. Me parece que tengo demasiado. Veo a mi alrededor y me digo para qué todo esto. Para qué necesito más de dos platos. Después, darme cuenta de quiénes son los verdaderos amigos y la gente con la que quiero estar”.

Sí, me gusta. Creo en lo mismo. No necesitamos muchas cosas, pero con o sin pandemia, deberíamos de entender eso. Somos viajeros, Homo Viator, decía Marcel. Y como un viajero debemos llevar equipaje ligero para llegar a un destino en donde tendremos todo para disfrutar.

III

¿Qué crees que la pandemia nos enseña a todos? Nos está enseñando prioridades y nos está mostrando una realidad. La realidad de la desigualdad. De cómo unas personas pasan la pandemia en un yate en el Caribe, y otra gente está pasando hambre”, insistió la escritora.

“También nos ha enseñado que somos una sola familia. Lo que le pasa a un ser humano en Wuhan, le pasa al planeta, nos pasa a todos. No hay esta idea tribal de que estamos separados del grupo y que podemos defender al grupo mientras el resto de la gente se friega. No hay murallas, no hay paredes que puedan separar a la gente”. Y somos sobre todo, vulnerables, pensé, limitados, motas insignificantes, en este puntito azul pálido, como decía Carl Sagan, que llamamos planeta tierra.

“Los creadores, los artistas, los científicos, todos los jóvenes, muchísimas mujeres, se están planteando una nueva normalidad. No quieren volver a lo que era normal. Se están planteando qué mundo queremos. Esa es la pregunta más importante de este momento. Ese sueño de un mundo diferente: para allá tenemos que ir”.

IV

“Y reflexiono: Me di cuenta en algún momento de que uno viene al mundo a perderlo todo. Mientras más uno vive, más pierde. Vas perdiendo primero a tus padres, a gente a veces muy querida a tu alrededor, tus mascotas, los lugares y tus propias facultades también. No se puede vivir con temor, porque te hace imaginar lo que todavía no ha pasado y sufres el doble. Hay que relajarse un poco, tratar de gozar lo que tenemos y vivir en el presente”.

El viento cálido de la tarde acarició mi rostro. Respiré. ¡Oh, respiro!, qué dicha, cuántos no están sufriendo, llorando, porque el aire no toca sus pulmones y estoy aquí, leyendo a Allende, reflexionando sobre sus palabras y sobre esto que me tocó vivir en el Año de la Gran Pandemia. Amén.

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