/ miércoles 12 de agosto de 2020

El poder absoluto nubla por principio

Con enorme prudencia, algunos observadores de la vida política del país se han preguntado ¿por qué poco a poco se va pasando la euforia del triunfo y el shock de la derrota? El frenesí electoral dio paso a diferentes expresiones ideológicas, los colores, el partido defendido, pero sobre todo a la madurez de los actores políticos.

Lo que resulta hasta de risa es la cantidad de camaleones, de advenedizos, como veletas girando a causa del viento político, viento que sopla en diferentes direcciones. Lucio Anneo Séneca dijo: “No hay viento favorable para el barco que no sabe adónde va”, frase que seguro aplica para quienes portan la bandera de la incongruencia, para quienes malbaratan su voluntad y son sólo eso, veletas políticas.

En medio de la tempestad es hora de fijar dirección para llegar a buen puerto, fijemos el rumbo que queramos como país, es tiempo por el bien de todos, de participar, de tomar cada quien su remo e impeler en la misma dirección sin cambiar el rumbo a causa de una ligera brisa. No se trata de oponerse, no se confundan, no es tiempo de obstaculizar, vienen maneras diferentes de hacer las cosas, viene para otros la oportunidad de hacer.

Estamos a un mes de que comience formalmente el proceso electoral de 2021 y tendremos un episodio relevante que influirá en el curso de esta elección. Ya tenemos los cuatro consejeros electorales del INE. Por varios meses, muchos escépticos consideraron que, dado que Morena y sus aliados tienen mayoría calificada en la Cámara de Diputados, habrían de instrumentar un proceso para colocar a incondicionales, como parte del órgano de gobierno del INE y avanzar en su control.

Para sorpresa de quienes así pensaban, se realizó un proceso impecable que condujo a los prospectos a ocupar esas cuatro posiciones. Probablemente el mejor indicio de que están bien conformados fue la reacción de un grupo por cierto minoritario de Morena, así como del PT. Es obvio que no serán del gusto de todos los legisladores ni partidos. Pero se respetó la institucionalidad de un proceso que, de haberlo decidido así Morena, podría haber apabullado e impuesto a un grupo de incondicionales.

La señal me parece extraordinariamente importante. El proceso electoral de 2021 que comenzará legalmente en septiembre será crucial para el futuro político de México. Creo que quienes piensan que las batallas electorales que vienen podrán ser ganadas por los logos, emblemas y “marcas políticas”, se equivocan por completo.

El proceso de elección que se asoma va a ser esencialmente de personas. Por primera vez en la historia tendremos la elección concurrente de un número tan elevado de cargos. Serán 15 gubernaturas, 29 congresos locales y en 18 entidades habrá elecciones municipales. Y claro, desde luego 500 diputados federales.

Y cuando el ámbito local cuenta, los ingredientes nacionales del proceso disminuyen y, por tanto, adquieren más relevancia las personas, por su cercanía con los electores.

Olvídense de los partidos. El próximo año pesarán muy poco. Lo más importante serán los nombres propios de los diversos candidatos.

Hay indicios, ojalá no me equivoque, de que contaremos con un árbitro imparcial y con autoridades que aplicarán la ley. Y además tendremos una competencia electoral cerrada en la que si ganara Morena, lo haría porque las fuerzas políticas opositoras no tuvieron capacidad de generar respaldo suficiente.

Faltan muchos meses aún y demasiadas cosas pueden pasar, pero quizá los presagios más pesimistas, que anticipaban el fin de la democracia mexicana desde estos comicios, se van a quedar sólo como malos augurios. El tiempo que nos queda hasta el día electoral es nuestra última oportunidad para decidir sobre el futuro mexicano. Para resolver nuestro éxito o nuestro fracaso. Para surtir a México el éxtasis o el desastre.

Es nuestra “última llamada”. Decía Juana de Arco que escoger a veces incomoda, a veces duele y a veces aterra. En los asuntos de la política, al final todos tenemos la razón. La diferencia entre unos y otros es que algunos la hemos tenido cuando todavía estamos a tiempo y otros la pueden tener cuando ya no hay remedio.

Con enorme prudencia, algunos observadores de la vida política del país se han preguntado ¿por qué poco a poco se va pasando la euforia del triunfo y el shock de la derrota? El frenesí electoral dio paso a diferentes expresiones ideológicas, los colores, el partido defendido, pero sobre todo a la madurez de los actores políticos.

Lo que resulta hasta de risa es la cantidad de camaleones, de advenedizos, como veletas girando a causa del viento político, viento que sopla en diferentes direcciones. Lucio Anneo Séneca dijo: “No hay viento favorable para el barco que no sabe adónde va”, frase que seguro aplica para quienes portan la bandera de la incongruencia, para quienes malbaratan su voluntad y son sólo eso, veletas políticas.

En medio de la tempestad es hora de fijar dirección para llegar a buen puerto, fijemos el rumbo que queramos como país, es tiempo por el bien de todos, de participar, de tomar cada quien su remo e impeler en la misma dirección sin cambiar el rumbo a causa de una ligera brisa. No se trata de oponerse, no se confundan, no es tiempo de obstaculizar, vienen maneras diferentes de hacer las cosas, viene para otros la oportunidad de hacer.

Estamos a un mes de que comience formalmente el proceso electoral de 2021 y tendremos un episodio relevante que influirá en el curso de esta elección. Ya tenemos los cuatro consejeros electorales del INE. Por varios meses, muchos escépticos consideraron que, dado que Morena y sus aliados tienen mayoría calificada en la Cámara de Diputados, habrían de instrumentar un proceso para colocar a incondicionales, como parte del órgano de gobierno del INE y avanzar en su control.

Para sorpresa de quienes así pensaban, se realizó un proceso impecable que condujo a los prospectos a ocupar esas cuatro posiciones. Probablemente el mejor indicio de que están bien conformados fue la reacción de un grupo por cierto minoritario de Morena, así como del PT. Es obvio que no serán del gusto de todos los legisladores ni partidos. Pero se respetó la institucionalidad de un proceso que, de haberlo decidido así Morena, podría haber apabullado e impuesto a un grupo de incondicionales.

La señal me parece extraordinariamente importante. El proceso electoral de 2021 que comenzará legalmente en septiembre será crucial para el futuro político de México. Creo que quienes piensan que las batallas electorales que vienen podrán ser ganadas por los logos, emblemas y “marcas políticas”, se equivocan por completo.

El proceso de elección que se asoma va a ser esencialmente de personas. Por primera vez en la historia tendremos la elección concurrente de un número tan elevado de cargos. Serán 15 gubernaturas, 29 congresos locales y en 18 entidades habrá elecciones municipales. Y claro, desde luego 500 diputados federales.

Y cuando el ámbito local cuenta, los ingredientes nacionales del proceso disminuyen y, por tanto, adquieren más relevancia las personas, por su cercanía con los electores.

Olvídense de los partidos. El próximo año pesarán muy poco. Lo más importante serán los nombres propios de los diversos candidatos.

Hay indicios, ojalá no me equivoque, de que contaremos con un árbitro imparcial y con autoridades que aplicarán la ley. Y además tendremos una competencia electoral cerrada en la que si ganara Morena, lo haría porque las fuerzas políticas opositoras no tuvieron capacidad de generar respaldo suficiente.

Faltan muchos meses aún y demasiadas cosas pueden pasar, pero quizá los presagios más pesimistas, que anticipaban el fin de la democracia mexicana desde estos comicios, se van a quedar sólo como malos augurios. El tiempo que nos queda hasta el día electoral es nuestra última oportunidad para decidir sobre el futuro mexicano. Para resolver nuestro éxito o nuestro fracaso. Para surtir a México el éxtasis o el desastre.

Es nuestra “última llamada”. Decía Juana de Arco que escoger a veces incomoda, a veces duele y a veces aterra. En los asuntos de la política, al final todos tenemos la razón. La diferencia entre unos y otros es que algunos la hemos tenido cuando todavía estamos a tiempo y otros la pueden tener cuando ya no hay remedio.