/ martes 25 de septiembre de 2018

¡Hace 50 años hubo gas y represión!

Nuestra ciudad capital, como recinto estudiantil, también se vio involucrada en el Movimiento de 1968; en sus instituciones de educación superior y en sus calles se dejaron sentir las protestas, propuestas e inconformidades ante los acontecimientos brutales perpetrados por un gobierno carente de sensibilidad política. El clamor de justicia y democracia, expuesto en un pliego petitorio de seis puntos, espantó y enardeció a la clase gobernante. Hace 50 años, el 26 de septiembre de 1968, Xalapa vivió un episodio insólito y épico, como un sombrío preámbulo de lo que sería ese triste y sangriento 2 de octubre en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas. Pero no nos adelantemos en el tiempo. Xalapa fue el escenario regional-estatal veracruzano del movimiento estudiantil de los años sesenta y desde las postrimerías de julio y el inicio de ese agosto caluroso del 68 fue testigo de las marchas, mítines y plantones de una comunidad vigorosa y valiente que pedía espacios democráticos, el acotamiento al presidencialismo y un comportamiento republicano, humanista y justo del gobierno federal. “El frente Pro-Libertades Democráticas” había impactado a los maestros y jóvenes universitarios y también había encontrado resonancia en la sociedad veracruzana.

Ese 26 de septiembre en Xalapa fue revelador para muchos de los que participamos en el movimiento, pues desde el mediodía las autoridades del estado emitieron la amenaza de una represión si se llevaba a cabo la manifestación denominada “Marcha Pro-Dignidad Universitaria”. En lo personal, como dirigente de la Facultad de Pedagogía, me enviaron a un compañero de la carrera de leyes para indicarme que había la orden de reprimir a los estudiantes y acabar con ese “foco de subversión”, representado por la institución ubicada en la calle de Juárez, a un lado del Colegio Preparatorio. Desde el 25 de septiembre por la tarde y noche vimos a elementos policíacos y civiles desconocidos enviados desde la Ciudad de México para —según la información filtrada— reforzar a los cuerpos de seguridad de la entidad en contra de los ímpetus democráticos juveniles. Fueron esos mismos individuos de Gobernación los que aprehendieron a varios colegas de lucha ese día 25 de septiembre en la víspera del momento cumbre de la sofocación estudiantil y fueron también esos esbirros quienes torturaron a los jóvenes detenidos para obtener información precisa sobre los responsables o cabecillas del movimiento en las facultades de Pedagogía, Filosofía y Letras (hoy Unidad Interdisciplinaria de Humanidades).

Sobre la base de que “habrá jaleo”, ese fatídico 26 de septiembre nos preparamos para una exteriorización “en silencio” de nuestras demandas, utilizando para el caso pancartas, carteles y bambalinas con leyendas precisas y claras, nada ofensivas, con el propósito de evitar pretextos o provocaciones para la supuesta represión gubernamental. Además, se efectuó una asamblea antes de las 6 de la tarde para definir si se realizaba la marcha citada. En la reunión hubo de todo: lectura de documentos del CNH, datos sobre los compañeros apresados, recriminaciones ante presuntas defecciones, intervenciones encendidas para seguir adelante, elementos infiltrados para propiciar confusión y también medidas estratégicas para preparar la proyectada manifestación. Al fin se decidió bajar por la rúa de Lucio, hacer un recorrido en silencio y regresar a nuestro plantel educativo. Nos dejaron llegar hasta la altura de la Zapatería Canadá, casi al nivel del acceso lateral del Pasaje Tanos, pues las “fuerzas del orden” estatal cerraron el paso con el apoyo de policías antimotines del Distrito Federal (hoy Ciudad de México). A un disparo al aire, a una “salva” se desencadenó la trifulca; surgió en toda su intensidad el golpeteo físico contra los indefensos manifestantes; llovieron macanazos a diestra y siniestra y los gases lacrimógenos se difundieron en proporciones mayúsculas, provocando desasosiego hasta en los mismos cuadros represores. Hubo múltiples lesionados, se efectuaron detenciones y desde ese momento se inició una cacería de brujas enderezada contra ciudadanos disidentes y contra luchadores sociales íntegros.

Lo anterior no es más que la versión simplificada de alguien que participó en esos singulares momentos de expresión espontánea contra un estado de cosas renuente a las transformaciones sociales y políticas necesarias. Ese día 26 fue un pálido antecedente —con todo lo traumatizante para los lastimados, torturados y apresados— de la aciaga tarde-noche del 2 de octubre, unos días después, donde perecieron muchas personas bajo las balas asesinas de las fuerzas de seguridad y del Ejército. Han transcurrido 50 años de los acontecimientos narrados y hay que entenderlo a plenitud: México no sería el actual, sin el sacrificio y la sangre noble derramada de connacionales en esa gesta significativa, donde únicamente se pedía libertad, justicia y democracia.


Nuestra ciudad capital, como recinto estudiantil, también se vio involucrada en el Movimiento de 1968; en sus instituciones de educación superior y en sus calles se dejaron sentir las protestas, propuestas e inconformidades ante los acontecimientos brutales perpetrados por un gobierno carente de sensibilidad política. El clamor de justicia y democracia, expuesto en un pliego petitorio de seis puntos, espantó y enardeció a la clase gobernante. Hace 50 años, el 26 de septiembre de 1968, Xalapa vivió un episodio insólito y épico, como un sombrío preámbulo de lo que sería ese triste y sangriento 2 de octubre en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas. Pero no nos adelantemos en el tiempo. Xalapa fue el escenario regional-estatal veracruzano del movimiento estudiantil de los años sesenta y desde las postrimerías de julio y el inicio de ese agosto caluroso del 68 fue testigo de las marchas, mítines y plantones de una comunidad vigorosa y valiente que pedía espacios democráticos, el acotamiento al presidencialismo y un comportamiento republicano, humanista y justo del gobierno federal. “El frente Pro-Libertades Democráticas” había impactado a los maestros y jóvenes universitarios y también había encontrado resonancia en la sociedad veracruzana.

Ese 26 de septiembre en Xalapa fue revelador para muchos de los que participamos en el movimiento, pues desde el mediodía las autoridades del estado emitieron la amenaza de una represión si se llevaba a cabo la manifestación denominada “Marcha Pro-Dignidad Universitaria”. En lo personal, como dirigente de la Facultad de Pedagogía, me enviaron a un compañero de la carrera de leyes para indicarme que había la orden de reprimir a los estudiantes y acabar con ese “foco de subversión”, representado por la institución ubicada en la calle de Juárez, a un lado del Colegio Preparatorio. Desde el 25 de septiembre por la tarde y noche vimos a elementos policíacos y civiles desconocidos enviados desde la Ciudad de México para —según la información filtrada— reforzar a los cuerpos de seguridad de la entidad en contra de los ímpetus democráticos juveniles. Fueron esos mismos individuos de Gobernación los que aprehendieron a varios colegas de lucha ese día 25 de septiembre en la víspera del momento cumbre de la sofocación estudiantil y fueron también esos esbirros quienes torturaron a los jóvenes detenidos para obtener información precisa sobre los responsables o cabecillas del movimiento en las facultades de Pedagogía, Filosofía y Letras (hoy Unidad Interdisciplinaria de Humanidades).

Sobre la base de que “habrá jaleo”, ese fatídico 26 de septiembre nos preparamos para una exteriorización “en silencio” de nuestras demandas, utilizando para el caso pancartas, carteles y bambalinas con leyendas precisas y claras, nada ofensivas, con el propósito de evitar pretextos o provocaciones para la supuesta represión gubernamental. Además, se efectuó una asamblea antes de las 6 de la tarde para definir si se realizaba la marcha citada. En la reunión hubo de todo: lectura de documentos del CNH, datos sobre los compañeros apresados, recriminaciones ante presuntas defecciones, intervenciones encendidas para seguir adelante, elementos infiltrados para propiciar confusión y también medidas estratégicas para preparar la proyectada manifestación. Al fin se decidió bajar por la rúa de Lucio, hacer un recorrido en silencio y regresar a nuestro plantel educativo. Nos dejaron llegar hasta la altura de la Zapatería Canadá, casi al nivel del acceso lateral del Pasaje Tanos, pues las “fuerzas del orden” estatal cerraron el paso con el apoyo de policías antimotines del Distrito Federal (hoy Ciudad de México). A un disparo al aire, a una “salva” se desencadenó la trifulca; surgió en toda su intensidad el golpeteo físico contra los indefensos manifestantes; llovieron macanazos a diestra y siniestra y los gases lacrimógenos se difundieron en proporciones mayúsculas, provocando desasosiego hasta en los mismos cuadros represores. Hubo múltiples lesionados, se efectuaron detenciones y desde ese momento se inició una cacería de brujas enderezada contra ciudadanos disidentes y contra luchadores sociales íntegros.

Lo anterior no es más que la versión simplificada de alguien que participó en esos singulares momentos de expresión espontánea contra un estado de cosas renuente a las transformaciones sociales y políticas necesarias. Ese día 26 fue un pálido antecedente —con todo lo traumatizante para los lastimados, torturados y apresados— de la aciaga tarde-noche del 2 de octubre, unos días después, donde perecieron muchas personas bajo las balas asesinas de las fuerzas de seguridad y del Ejército. Han transcurrido 50 años de los acontecimientos narrados y hay que entenderlo a plenitud: México no sería el actual, sin el sacrificio y la sangre noble derramada de connacionales en esa gesta significativa, donde únicamente se pedía libertad, justicia y democracia.


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