/ viernes 28 de diciembre de 2018

Cavilaciones en el año que se va

La culminación de un año es buen pretexto para que cada quien haga un autoanálisis, para que cada persona analice fríamente sus aciertos y sus tropezones. Lo que planeó y se quedó en buenas intenciones y aquello que pudo cristalizar a base de tesón, voluntad y esfuerzo. Sería pertinente que en estas fechas decembrinas también muchos de nosotros, con sustento en nuestra responsabilidad, nos atreviéramos a planificar nuestro devenir, a no dejar al azar nuestro destino y verdaderamente ser cada cual parte importante de su proyecto existencial. En medio de estas fechas mágicas que nos inundan de alegría y asimismo nos trasmiten nostalgia y tristeza, considero necesario apuntar que muchos vamos caminando por la vida ambicionando poseer más, queriendo ser como el vecino potentado, como aquel que viaja por placer a lugares maravillosos o como ese individuo ubicado en buena posición política; pero poco nos fijamos en nuestras fortalezas propias, en nuestros tesoros espirituales, en lo que tenemos y somos. Volteamos a ver al poderoso pero no observamos al semejante en desgracia. Poseemos salud, estabilidad económica relativa, tranquilidad familiar, pero no estamos conformes y suponemos que la felicidad es dinero en demasía o ese poder de decisión para imponerse a los demás. Hay que asimilar que todo tiene sus riesgos y compromisos y que tanto el rico como el hombre público son esclavos de sus circunstancias, que en el afán de no perder el patrimonio o la jerarquía sufren, se estresan, se enferman y se enajenan.

Creo que lo más importante es proceder con sentido positivo, vislumbrar con optimismo el futuro y poner todo el empeño posible para materializar nuestros sueños y quimeras. Antes de desear tener más y más, proponerse ser más pleno en lo humano, crecer en lo interno y proyectarnos hacia los ámbitos culturales, académicos y sociales. Aportar nuestro modesto esfuerzo para que el mundo sea más justo y bonancible para todos. Sería lógico, en ese orden de ideas, que cada uno de nosotros abracemos una legítima causa y emprendamos acciones para el logro trascendente de la misma. Hay mucho por hacer en cuanto a la contaminación ambiental, a las desapariciones forzadas, a las redes perniciosas del comercio sexual, a la atención de los niños de la calle, a los ancianos desvalidos, a esa gente que demanda orientación para superar su problemática; también urge respaldo para esos inocentes que son encarcelados de manera injusta y para esas pobres mujeres golpeadas por su consorte. La cuestión es que ese entusiasmo y fervor solidario que aflora en estas fechas sea canalizado a lo largo de todos esos 365 días donde impera la mezquindad, el egoísmo y la oscuridad afectiva.

Antes de terminar el presente comentario, quisiera adicionar que cuando las cosas no salen como uno quisiera, aun cuando se invierta mucha energía, inteligencia y perseverancia para alcanzar determinado objetivo, no hay que desanimarse ni amargarse. Se debe poseer la entereza suficiente para hacer un alto en el camino, almacenar fuerzas, analizar las causas del fracaso o del acto fallido y empezar a planear nuevas labores en favor del propósito o del ideal a alcanzar. Acobardarse a las primeras de cambio es darle la razón a todos esos conformistas y convenencieros que se identifican siempre con el sol que más calienta. Hay que entender que habrá nuevas oportunidades para alcanzar el éxito o el triunfo y para ello debemos prepararnos inteligentemente desde ahora y empezar a sembrar inquietudes renovadoras en todos nuestros semejantes más allegados y entre aquellos que estén dispuestos al cambio necesario que amerita nuestro país.

Un día le indicaba a uno de mis hijos que en todo momento aporte en lo que haga su fe completa y así verá que las cosas irán cediendo a su entusiasmo. Que cuando se encuentre ante un problema social, por desconcertante que le parezca, no le huya pensando que así tiene que ser. Si observa a un hombre que sufre, que trate de ayudarlo en la medida de sus posibilidades, que nunca se justifique y desprecie al humillado ni menos suponga que ese ser endeble está pagando un castigo por sus culpas o por sus errores.

Atentamente

Profr. Jorge E. Lara de la Fraga

La culminación de un año es buen pretexto para que cada quien haga un autoanálisis, para que cada persona analice fríamente sus aciertos y sus tropezones. Lo que planeó y se quedó en buenas intenciones y aquello que pudo cristalizar a base de tesón, voluntad y esfuerzo. Sería pertinente que en estas fechas decembrinas también muchos de nosotros, con sustento en nuestra responsabilidad, nos atreviéramos a planificar nuestro devenir, a no dejar al azar nuestro destino y verdaderamente ser cada cual parte importante de su proyecto existencial. En medio de estas fechas mágicas que nos inundan de alegría y asimismo nos trasmiten nostalgia y tristeza, considero necesario apuntar que muchos vamos caminando por la vida ambicionando poseer más, queriendo ser como el vecino potentado, como aquel que viaja por placer a lugares maravillosos o como ese individuo ubicado en buena posición política; pero poco nos fijamos en nuestras fortalezas propias, en nuestros tesoros espirituales, en lo que tenemos y somos. Volteamos a ver al poderoso pero no observamos al semejante en desgracia. Poseemos salud, estabilidad económica relativa, tranquilidad familiar, pero no estamos conformes y suponemos que la felicidad es dinero en demasía o ese poder de decisión para imponerse a los demás. Hay que asimilar que todo tiene sus riesgos y compromisos y que tanto el rico como el hombre público son esclavos de sus circunstancias, que en el afán de no perder el patrimonio o la jerarquía sufren, se estresan, se enferman y se enajenan.

Creo que lo más importante es proceder con sentido positivo, vislumbrar con optimismo el futuro y poner todo el empeño posible para materializar nuestros sueños y quimeras. Antes de desear tener más y más, proponerse ser más pleno en lo humano, crecer en lo interno y proyectarnos hacia los ámbitos culturales, académicos y sociales. Aportar nuestro modesto esfuerzo para que el mundo sea más justo y bonancible para todos. Sería lógico, en ese orden de ideas, que cada uno de nosotros abracemos una legítima causa y emprendamos acciones para el logro trascendente de la misma. Hay mucho por hacer en cuanto a la contaminación ambiental, a las desapariciones forzadas, a las redes perniciosas del comercio sexual, a la atención de los niños de la calle, a los ancianos desvalidos, a esa gente que demanda orientación para superar su problemática; también urge respaldo para esos inocentes que son encarcelados de manera injusta y para esas pobres mujeres golpeadas por su consorte. La cuestión es que ese entusiasmo y fervor solidario que aflora en estas fechas sea canalizado a lo largo de todos esos 365 días donde impera la mezquindad, el egoísmo y la oscuridad afectiva.

Antes de terminar el presente comentario, quisiera adicionar que cuando las cosas no salen como uno quisiera, aun cuando se invierta mucha energía, inteligencia y perseverancia para alcanzar determinado objetivo, no hay que desanimarse ni amargarse. Se debe poseer la entereza suficiente para hacer un alto en el camino, almacenar fuerzas, analizar las causas del fracaso o del acto fallido y empezar a planear nuevas labores en favor del propósito o del ideal a alcanzar. Acobardarse a las primeras de cambio es darle la razón a todos esos conformistas y convenencieros que se identifican siempre con el sol que más calienta. Hay que entender que habrá nuevas oportunidades para alcanzar el éxito o el triunfo y para ello debemos prepararnos inteligentemente desde ahora y empezar a sembrar inquietudes renovadoras en todos nuestros semejantes más allegados y entre aquellos que estén dispuestos al cambio necesario que amerita nuestro país.

Un día le indicaba a uno de mis hijos que en todo momento aporte en lo que haga su fe completa y así verá que las cosas irán cediendo a su entusiasmo. Que cuando se encuentre ante un problema social, por desconcertante que le parezca, no le huya pensando que así tiene que ser. Si observa a un hombre que sufre, que trate de ayudarlo en la medida de sus posibilidades, que nunca se justifique y desprecie al humillado ni menos suponga que ese ser endeble está pagando un castigo por sus culpas o por sus errores.

Atentamente

Profr. Jorge E. Lara de la Fraga

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