/ lunes 2 de abril de 2018

Nuestra vida en un hilo

Los seres humanos no tenemos conciencia de nuestra fragilidad y la vida nos transcurre sin problemas gracias a la juventud y a esa carga genética que nos dota de cierta inmunidad para muchos conflictos físicos o bien nos los depara para las décadas etarias más allá de la juvenil edad cuando todo es fácil y nos creemos invulnerables.

Después de cinco meses de incapacidad por cirugía impactante y convalecencia interminable, alejado de todo contacto con las actividades profesionales, sociales y entregadas a ejercicios cotidianos de rehabilitación durante buena parte de cada día, no podía menos que entregarme a largas horas de reflexión y meditación acerca de lo vulnerables que somos los seres humanos, jamás evaluamos con humildad nuestra vida sin interesarnos por saber si en verdad estamos bien de salud, física y emocional, o vivimos engañados acerca de nuestra realidad, simplemente porque nada nos limita la actividad habitual.

Los avatares de cada día nos involucran en una lucha, cotidiana, por trabajar más, ganar más, tener más, presumir más, y tener todo de todo y más. Ignoramos u olvidamos que el cuerpo humano inicia una declinación indefectible, cada segundo, a partir de los 30 años de edad influenciada, 33% por factores genéticos, 33% por hábitos insanos y 33% ambientales.

Nos sumergimos obsesivamente en la competitividad y el perfeccionismo; muchos avisos de alerta nos envía nuestro organismo pero las ignoramos, molestos dolores de cabeza, cansancio en el cuello que obliga a extender la cabeza y mantenerla un rato, dolor lumbar paliado flexionando el tórax, sueño inquieto, calambres en pantorrillas, hormigueo en brazos o piernas, estreñimiento preocupante, “cabeceadas” indiscretas ante semáforos por cansancio crónico.

Esos síntomas pueden ser, y vaya si no, avisos del cuerpo, un “atiéndeme, ya no abuses”, pero mientras no nos incapaciten, los ignoramos, nos acostumbramos a su presencia, tomándolos como molestias pasajeras y, así pasan los años. Un día gozando de aparente cabal salud, súbitamente recibimos un ¡basta soy tu cuerpo y ya me hartaste! Entonces surge en su amplitud aquel padecimiento oculto, aparece con todo su poder, aplastante o incapacitante.

El desenlace en un gran conflicto de salud o tragedia pudimos haberlo evitado, mas no lo hacemos, hasta que el destino nos detiene con un alto brutal obligándonos a reflexionar, ante un derrotero distinto ante nosotros, que nunca quisimos ver, se trata de un ¡hasta aquí!, es hora de analizar nuestra vida.

En un segundo nuestra vida puede cambiar para siempre. Nada es eterno, menos aún la salud y la vida. Sentir cercana a la muerte nos reintegra a una existencia plena de fe y en no volver a alejarnos de nuestros semejantes. Queridos amigos, esto lo viví hace tres años, pero aquí estoy ante una remodelada visión de la vida, la amistad y un “nuevo amigo”, al que quiero, cuido y respeto… mi cuerpo.


hsilva_mendoza@hotmail.com

Los seres humanos no tenemos conciencia de nuestra fragilidad y la vida nos transcurre sin problemas gracias a la juventud y a esa carga genética que nos dota de cierta inmunidad para muchos conflictos físicos o bien nos los depara para las décadas etarias más allá de la juvenil edad cuando todo es fácil y nos creemos invulnerables.

Después de cinco meses de incapacidad por cirugía impactante y convalecencia interminable, alejado de todo contacto con las actividades profesionales, sociales y entregadas a ejercicios cotidianos de rehabilitación durante buena parte de cada día, no podía menos que entregarme a largas horas de reflexión y meditación acerca de lo vulnerables que somos los seres humanos, jamás evaluamos con humildad nuestra vida sin interesarnos por saber si en verdad estamos bien de salud, física y emocional, o vivimos engañados acerca de nuestra realidad, simplemente porque nada nos limita la actividad habitual.

Los avatares de cada día nos involucran en una lucha, cotidiana, por trabajar más, ganar más, tener más, presumir más, y tener todo de todo y más. Ignoramos u olvidamos que el cuerpo humano inicia una declinación indefectible, cada segundo, a partir de los 30 años de edad influenciada, 33% por factores genéticos, 33% por hábitos insanos y 33% ambientales.

Nos sumergimos obsesivamente en la competitividad y el perfeccionismo; muchos avisos de alerta nos envía nuestro organismo pero las ignoramos, molestos dolores de cabeza, cansancio en el cuello que obliga a extender la cabeza y mantenerla un rato, dolor lumbar paliado flexionando el tórax, sueño inquieto, calambres en pantorrillas, hormigueo en brazos o piernas, estreñimiento preocupante, “cabeceadas” indiscretas ante semáforos por cansancio crónico.

Esos síntomas pueden ser, y vaya si no, avisos del cuerpo, un “atiéndeme, ya no abuses”, pero mientras no nos incapaciten, los ignoramos, nos acostumbramos a su presencia, tomándolos como molestias pasajeras y, así pasan los años. Un día gozando de aparente cabal salud, súbitamente recibimos un ¡basta soy tu cuerpo y ya me hartaste! Entonces surge en su amplitud aquel padecimiento oculto, aparece con todo su poder, aplastante o incapacitante.

El desenlace en un gran conflicto de salud o tragedia pudimos haberlo evitado, mas no lo hacemos, hasta que el destino nos detiene con un alto brutal obligándonos a reflexionar, ante un derrotero distinto ante nosotros, que nunca quisimos ver, se trata de un ¡hasta aquí!, es hora de analizar nuestra vida.

En un segundo nuestra vida puede cambiar para siempre. Nada es eterno, menos aún la salud y la vida. Sentir cercana a la muerte nos reintegra a una existencia plena de fe y en no volver a alejarnos de nuestros semejantes. Queridos amigos, esto lo viví hace tres años, pero aquí estoy ante una remodelada visión de la vida, la amistad y un “nuevo amigo”, al que quiero, cuido y respeto… mi cuerpo.


hsilva_mendoza@hotmail.com