/ viernes 14 de diciembre de 2018

Productividad y competencia, las dos piernas del capitalismo

Retomo el análisis que hizo Rodolfo F. Peña (qepd) sobre “productividad”, escrito hará unos 25 años durante el sexenio salinista, cuando la agenda nacional tenía como objetivos la modernización, la productividad y la calidad, a efecto de ser competitivos, decían. Para tal propósito de entonces, los gobierno neoliberales (utilizo el eufemismo “neoliberal” para referirme de hecho al sistema capitalista) y los sectores de la producción, durante el gobierno de Peña Nieto suscribieron un Acuerdo Nacional para la Elevación de la Productividad y la Calidad, paralelamente a la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Canadá y Estados Unidos, países con los que íbamos a competir en la cancha del mercado. Así justificando la privatización del petróleo, “para que Pemex sea competitivo”. El país se adhirió a las filosofías empresariales, “alimentando —dice Rodolfo Peña—, nuestro bovarismo” (vocablo inspirado en la novela de Flaubert: Madame Bovary); es decir, “la vocación de concebirnos distintos de lo que somos, de abandonarnos a la imitación irreflexiva y pretender volar sin mecanismos ni pistas de aterrizaje, cuando necesitamos al mismo tiempo alas y plomo”.

Un país que compite con los salarios más bajos del mundo, con un desempleo crónico y en ascenso, con sindicatos sin independencia y sin democracia, que toleran pasivamente imposiciones cupulares y agravios a la misma clase obrera, con una reforma laboral que poda las conquistas obreras y las somete al capital; y le imponen la apertura de sus fronteras al libre comercio, porque debemos ser competitivos, productivos y de calidad, por decreto. Todo esto y más, herencia de los gobiernos neoliberales al servicio de los intereses del capitalismo nacional y trasnacional. Empezamos hoy con la regeneración y la Cuarta Transformación de la Nación.

Ese bovarismo se implantó acríticamente sin debate, sin consulta a la sociedad, como siempre han hecho todo. También en la educación se impuso este sistema competitivo: “Educación mundial. El malestar que existe en diversos países en la educación, responde a múltiples factores, entre ellos la educación por competencias. Que en realidad es un galimatías, que la comunidad docente acepta sin entender, simulando que sí lo entiende; ¿cómo medir la productividad en la docencia? Entiendo que el producto de la docencia es el conocimiento adquirido por el alumno, que es el sujeto de trabajo del docente. Deduzco entonces que en la medida que tenga mayor número de alumnos aprobados y con mejores calificaciones (la calificación como forma “medible”, por el sistema pedagogizado de los saberes adquiridos), mi productividad sería medible.

En una asamblea del sindicato del Seguro Social (cuando había asambleas), se discutió este tema de la productividad. Entonces un compañero dijo que eso era absurdo, ya que hablar de un mayor número de consultas, cirugías o en general enfermos tratados, cuestionaba la eficacia del trabajo de la medicina preventiva. Y que esa productividad en la medicina: “Sería —dijo—, como medir la productividad en una estación de bomberos; que si en un año habían apagado cien incendios, la meta del siguiente año sería apagar ciento cincuenta a efecto de aumentar la “productividad”. Lo que hay detrás de todo esto, es la imposición política vertical a estos parámetros, como dije antes: como desempeños medibles y alineados al mercado mundial. Por eso en el IMSS el paciente pasó de ser derechohabiente, a usuario y finalmente cliente; esto último con miras a preparar mentalmente a trabajadores y derechohabientes para la privatización, acorde con el concepto neoliberal de que el hospital es una empresa. Lo mismo que la universidad, donde el maestro pasó a ser catedrático, después docente, y ahora facilitador; así, hasta llegar al probable nombre que impondrá el sistema no tardando: “Vendedores de saberes”, como corresponde al concepto de una “escuela empresa” inmersa en la ideología empresarial.

Retomo el análisis que hizo Rodolfo F. Peña (qepd) sobre “productividad”, escrito hará unos 25 años durante el sexenio salinista, cuando la agenda nacional tenía como objetivos la modernización, la productividad y la calidad, a efecto de ser competitivos, decían. Para tal propósito de entonces, los gobierno neoliberales (utilizo el eufemismo “neoliberal” para referirme de hecho al sistema capitalista) y los sectores de la producción, durante el gobierno de Peña Nieto suscribieron un Acuerdo Nacional para la Elevación de la Productividad y la Calidad, paralelamente a la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Canadá y Estados Unidos, países con los que íbamos a competir en la cancha del mercado. Así justificando la privatización del petróleo, “para que Pemex sea competitivo”. El país se adhirió a las filosofías empresariales, “alimentando —dice Rodolfo Peña—, nuestro bovarismo” (vocablo inspirado en la novela de Flaubert: Madame Bovary); es decir, “la vocación de concebirnos distintos de lo que somos, de abandonarnos a la imitación irreflexiva y pretender volar sin mecanismos ni pistas de aterrizaje, cuando necesitamos al mismo tiempo alas y plomo”.

Un país que compite con los salarios más bajos del mundo, con un desempleo crónico y en ascenso, con sindicatos sin independencia y sin democracia, que toleran pasivamente imposiciones cupulares y agravios a la misma clase obrera, con una reforma laboral que poda las conquistas obreras y las somete al capital; y le imponen la apertura de sus fronteras al libre comercio, porque debemos ser competitivos, productivos y de calidad, por decreto. Todo esto y más, herencia de los gobiernos neoliberales al servicio de los intereses del capitalismo nacional y trasnacional. Empezamos hoy con la regeneración y la Cuarta Transformación de la Nación.

Ese bovarismo se implantó acríticamente sin debate, sin consulta a la sociedad, como siempre han hecho todo. También en la educación se impuso este sistema competitivo: “Educación mundial. El malestar que existe en diversos países en la educación, responde a múltiples factores, entre ellos la educación por competencias. Que en realidad es un galimatías, que la comunidad docente acepta sin entender, simulando que sí lo entiende; ¿cómo medir la productividad en la docencia? Entiendo que el producto de la docencia es el conocimiento adquirido por el alumno, que es el sujeto de trabajo del docente. Deduzco entonces que en la medida que tenga mayor número de alumnos aprobados y con mejores calificaciones (la calificación como forma “medible”, por el sistema pedagogizado de los saberes adquiridos), mi productividad sería medible.

En una asamblea del sindicato del Seguro Social (cuando había asambleas), se discutió este tema de la productividad. Entonces un compañero dijo que eso era absurdo, ya que hablar de un mayor número de consultas, cirugías o en general enfermos tratados, cuestionaba la eficacia del trabajo de la medicina preventiva. Y que esa productividad en la medicina: “Sería —dijo—, como medir la productividad en una estación de bomberos; que si en un año habían apagado cien incendios, la meta del siguiente año sería apagar ciento cincuenta a efecto de aumentar la “productividad”. Lo que hay detrás de todo esto, es la imposición política vertical a estos parámetros, como dije antes: como desempeños medibles y alineados al mercado mundial. Por eso en el IMSS el paciente pasó de ser derechohabiente, a usuario y finalmente cliente; esto último con miras a preparar mentalmente a trabajadores y derechohabientes para la privatización, acorde con el concepto neoliberal de que el hospital es una empresa. Lo mismo que la universidad, donde el maestro pasó a ser catedrático, después docente, y ahora facilitador; así, hasta llegar al probable nombre que impondrá el sistema no tardando: “Vendedores de saberes”, como corresponde al concepto de una “escuela empresa” inmersa en la ideología empresarial.