/ jueves 11 de marzo de 2021

Progresión, desarrollo y resultado

Para avanzar y continuar no requeriríamos de mayor ayuda, pero las bases de México se asentaron en el imperio azteca. Una cultura guerrera, ultrajante, bárbara, despiadada, que sojuzgaba a los demás pueblos con mano de hierro.

El presidente mexicano, el más grande y notorio de todos los tiempos, era también el de más baja estatura corporal, medía un metro y cincuenta centímetros. Pero su valor, inteligencia, voluntad y carácter habrían de convertirlo en un reformador, liberador y ejemplo para toda América. Junto a la figura de Simón Bolívar, nuestro Benemérito de las Américas daría el ejemplo de pundonor y justicia por la emancipación de los pueblos hispanoparlantes.

El Tlatoani era el gobernante mexica, un hombre deificado al que se le rendía pleitesía u obediencia irrestricta; así al llegar los ibéricos implantarían la figura del Virreinato en la Nueva España y la independencia del país tardaría en llegar, en cuyo lapso se absorbieron ambos conceptos, es decir, el nativo y el importado, el periodo iría del año 1521 a 1821, este último como el año de nuestra independencia. Cabe apuntar que se gobernaba con crudeza y que existieron purgas sociales de alto impacto.

Accidentado, así ha resultado ser el desarrollo del país en guerras internas y externas, en un medio que para el siglo XX sería catapultado a la abundancia de riqueza, mas no a la distribución equitativa de la misma. Masacres feroces, tal resultó el caso de la matanza de Tlatelolco en 1968, a la cual el presidente Gustavo Díaz Ordaz afrontaría toda la responsabilidad jurídica y política al respecto. Ante el hecho consumado de reprimir brutalmente al movimiento estudiantil de aquel tiempo. ¿Acaso no estuvimos ante una decisión imperial?; en la práctica sí lo fue, pero en la justificación de un llamado equilibrio interno se anotó como un paso necesario e ineludible.

La formulación de un Estado de derecho nos ha llevado a cubrir las formas con un exagerado “legalismo”, a veces no importan las argucias legales y las triquiñuelas, cuando lo que se busca es un resultado 100% político, legitimado al amparo de la ley. Somos el reflejo de nuestra propia insatisfacción, dependencia, proteccionismo, en un estado paternalista, que en teoría debe de proteger a casi 130 millones de habitantes. Así la actual crisis por la pandemia, la viene absorbiendo al 100% el gobierno federal, nada nuevo en nuestro marcado estilo de vida.

Tenemos un enorme y copioso historial de costumbres, hábitos, enredos, complicaciones, inacciones u omisiones, pero eso sí: estamos llenos y pletóricos de buenas intenciones. Aquí vale la pena hacer una pausa, sin justificar a nadie: ¿Qué podemos hacer como ciudadanos para ayudar a nuestra Patria? Tengo algunas propuestas simples: no tener tantos hijos, intuirlos a la lectura constructiva, inculcarles el amor a México, hacernos copartícipes de nuestro destino y resultados. Liberando el sentido nacionalista de ser mexicano, criollo, mestizo, creyente en cualquier fe, pero excepto apáticos ante la desigualdad social y el libertinaje encubierto, tal como las luchas por la igualdad entre hombres y mujeres.

En el porvenir radica un nuevo orden y, si acaso, hasta una forma diferente de gobernar a todo México por necesidad y balance en los resultados.

Para avanzar y continuar no requeriríamos de mayor ayuda, pero las bases de México se asentaron en el imperio azteca. Una cultura guerrera, ultrajante, bárbara, despiadada, que sojuzgaba a los demás pueblos con mano de hierro.

El presidente mexicano, el más grande y notorio de todos los tiempos, era también el de más baja estatura corporal, medía un metro y cincuenta centímetros. Pero su valor, inteligencia, voluntad y carácter habrían de convertirlo en un reformador, liberador y ejemplo para toda América. Junto a la figura de Simón Bolívar, nuestro Benemérito de las Américas daría el ejemplo de pundonor y justicia por la emancipación de los pueblos hispanoparlantes.

El Tlatoani era el gobernante mexica, un hombre deificado al que se le rendía pleitesía u obediencia irrestricta; así al llegar los ibéricos implantarían la figura del Virreinato en la Nueva España y la independencia del país tardaría en llegar, en cuyo lapso se absorbieron ambos conceptos, es decir, el nativo y el importado, el periodo iría del año 1521 a 1821, este último como el año de nuestra independencia. Cabe apuntar que se gobernaba con crudeza y que existieron purgas sociales de alto impacto.

Accidentado, así ha resultado ser el desarrollo del país en guerras internas y externas, en un medio que para el siglo XX sería catapultado a la abundancia de riqueza, mas no a la distribución equitativa de la misma. Masacres feroces, tal resultó el caso de la matanza de Tlatelolco en 1968, a la cual el presidente Gustavo Díaz Ordaz afrontaría toda la responsabilidad jurídica y política al respecto. Ante el hecho consumado de reprimir brutalmente al movimiento estudiantil de aquel tiempo. ¿Acaso no estuvimos ante una decisión imperial?; en la práctica sí lo fue, pero en la justificación de un llamado equilibrio interno se anotó como un paso necesario e ineludible.

La formulación de un Estado de derecho nos ha llevado a cubrir las formas con un exagerado “legalismo”, a veces no importan las argucias legales y las triquiñuelas, cuando lo que se busca es un resultado 100% político, legitimado al amparo de la ley. Somos el reflejo de nuestra propia insatisfacción, dependencia, proteccionismo, en un estado paternalista, que en teoría debe de proteger a casi 130 millones de habitantes. Así la actual crisis por la pandemia, la viene absorbiendo al 100% el gobierno federal, nada nuevo en nuestro marcado estilo de vida.

Tenemos un enorme y copioso historial de costumbres, hábitos, enredos, complicaciones, inacciones u omisiones, pero eso sí: estamos llenos y pletóricos de buenas intenciones. Aquí vale la pena hacer una pausa, sin justificar a nadie: ¿Qué podemos hacer como ciudadanos para ayudar a nuestra Patria? Tengo algunas propuestas simples: no tener tantos hijos, intuirlos a la lectura constructiva, inculcarles el amor a México, hacernos copartícipes de nuestro destino y resultados. Liberando el sentido nacionalista de ser mexicano, criollo, mestizo, creyente en cualquier fe, pero excepto apáticos ante la desigualdad social y el libertinaje encubierto, tal como las luchas por la igualdad entre hombres y mujeres.

En el porvenir radica un nuevo orden y, si acaso, hasta una forma diferente de gobernar a todo México por necesidad y balance en los resultados.