/ sábado 17 de julio de 2021

Agente activo de paz

El Dios que se ha ido revelando en la primera etapa de la historia de la salvación es un Dios bueno, inmensamente bueno, que está siempre presente en la vida de su pueblo. Incluso el Génesis lo presenta bajando todas las tardes, a la hora de la brisa, a dialogar con su creatura (cfr. Gn 3,8).

Es un Dios amante de la paz y custodio de la misma. En el caos primordial, puso paz y calma, ordenando todo cuanto existe. Cuando el mundo se corrompió puso paz purificando la tierra, dejando en el arcoíris la perfecta imagen de la paz que ha querido prodigar. Cuando su pueblo sufría a causa de la esclavitud lo condujo a la paz. La historia de salvación refleja el respeto profundo que Dios tiene por la paz.

El Nuevo Testamento presenta muchas facetas del ministerio de Jesús, Muchos son los rasgos que nos permiten reconocer las diversas facetas del Hijo de Dios. Una de ellas, la que presenta la Carta a los Efesios, es la de la paz. ¡Cristo es la paz! Él es la paz porque ha hecho un solo pueblo, destruyendo la barrera del odio, aboliendo el sólo cumplimiento de reglas y mandatos. Ha establecido la paz reconciliando los pueblos.

En su tarea de ser fiel a la encomienda que ha hecho Jesús, y de querer hacer lo que hace Jesús, si Él es la paz, la Iglesia deberá ser custodia de la paz en todos lados. La misión de la Iglesia es ser luz del mundo y sal de la tierra. Nunca serán pocos los esfuerzos en favor de tener un ambiente de paz en todas sus dimensiones, primero hacia dentro, en la armonía de la vida en uno mismo, después con la familia, luego en la comunidad y con las diversas instituciones en las que entramos en relación. Así lo recuerda el Concilio cuando afirma: “la paz en la tierra no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación espontanea de los hombres”.

Exulta el ardiente llamamiento a los cristianos para que, con el auxilio de Cristo, autor de la paz, cooperen todos los hombres a cimentar la paz en la justicia y el amor aportando los medios de la paz. Si bien es cierto que ahora, en nuestro país y estado vivimos tiempos difíciles, también es cierto que tenemos la firme convicción de que Cristo venció a la muerte, y en Él hemos puesto nuestra confianza (2 Tm 1,12). Los obispos de México nos llaman ardientemente a reconciliarnos, a reconstruir la unidad nacional en la riqueza de la pluralidad. Unidos en la construcción de la paz.

El Dios que se ha ido revelando en la primera etapa de la historia de la salvación es un Dios bueno, inmensamente bueno, que está siempre presente en la vida de su pueblo. Incluso el Génesis lo presenta bajando todas las tardes, a la hora de la brisa, a dialogar con su creatura (cfr. Gn 3,8).

Es un Dios amante de la paz y custodio de la misma. En el caos primordial, puso paz y calma, ordenando todo cuanto existe. Cuando el mundo se corrompió puso paz purificando la tierra, dejando en el arcoíris la perfecta imagen de la paz que ha querido prodigar. Cuando su pueblo sufría a causa de la esclavitud lo condujo a la paz. La historia de salvación refleja el respeto profundo que Dios tiene por la paz.

El Nuevo Testamento presenta muchas facetas del ministerio de Jesús, Muchos son los rasgos que nos permiten reconocer las diversas facetas del Hijo de Dios. Una de ellas, la que presenta la Carta a los Efesios, es la de la paz. ¡Cristo es la paz! Él es la paz porque ha hecho un solo pueblo, destruyendo la barrera del odio, aboliendo el sólo cumplimiento de reglas y mandatos. Ha establecido la paz reconciliando los pueblos.

En su tarea de ser fiel a la encomienda que ha hecho Jesús, y de querer hacer lo que hace Jesús, si Él es la paz, la Iglesia deberá ser custodia de la paz en todos lados. La misión de la Iglesia es ser luz del mundo y sal de la tierra. Nunca serán pocos los esfuerzos en favor de tener un ambiente de paz en todas sus dimensiones, primero hacia dentro, en la armonía de la vida en uno mismo, después con la familia, luego en la comunidad y con las diversas instituciones en las que entramos en relación. Así lo recuerda el Concilio cuando afirma: “la paz en la tierra no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación espontanea de los hombres”.

Exulta el ardiente llamamiento a los cristianos para que, con el auxilio de Cristo, autor de la paz, cooperen todos los hombres a cimentar la paz en la justicia y el amor aportando los medios de la paz. Si bien es cierto que ahora, en nuestro país y estado vivimos tiempos difíciles, también es cierto que tenemos la firme convicción de que Cristo venció a la muerte, y en Él hemos puesto nuestra confianza (2 Tm 1,12). Los obispos de México nos llaman ardientemente a reconciliarnos, a reconstruir la unidad nacional en la riqueza de la pluralidad. Unidos en la construcción de la paz.