/ lunes 26 de marzo de 2018

Caminar descalzo en la arena

Este fin de semana estuve en el puerto de Veracruz. De Xalapa a mi destino de descanso hicimos 50 minutos por una carretera hermosa, tapizada con asfalto hidráulico, entre valla de vegetación de verdor lujurioso intenso, bajo el azul primaveral del cielo “sin una nube en que posar los ojos”. Decidimos no llegar a algún hotel de la costera, de construcción monumental y apariencia fastuosa sino a otro, más jarocho cuya remodelación y modernización lo ubican a la misma altura del turista de exigencia. Nuestro hotel se ubica muy cerca del mar y embarcadero. Al entrar se percibe aliento de confort, una brisa no traída del mar sino generada en la entraña del mismo recinto hotelero. Empleados gentiles, restaurantes de primera, habitaciones limpias, cómodas, luminosas.

Muy temprano troté en el adoquín del malecón, hoy sólo peatonal, conviví fugaces momentos con caminadores tempraneros, en un tibio amanecer, humedecido por la brisa, ahora sí, que venía del mar. Es lugar agradable, custodiado por el célebre monumento de Carranza, el alto edifico del Banco de México y los barcos de pescadores o paseadores de turistas anclados en el muelle. Caminando llegué hasta los faros gemelos, cada uno al final de su largo muro, las estatuas en honor de los obreros que dieron vida al malecón, y la suya la perdieron por aquel trabajo intenso bajo el sol abrasador y la explotación férrea de patrones sin conciencia, pero que dieron a la luz esa estructura de muros de contención que hoy protegen y enorgullecen al jarocho de corazón.

Caminar a la orilla del mar en cualquier amanecer nos hace encontrarnos frente a frente con ese alter ego que con frecuencia nos cuestiona, pero no somos capaces de verlo de frente y menos de sentirlo como un ente que juzga sin piedad pero con la mayor sinceridad. Después el desayuno sencillo y llenador frente al mar que empezaba a generar espuma en la cresta de las olas, que a Regina mi pequeña nieta le parecían “basuritas de papel blanco flotando sobre el agua”, y hacia mediodía, la caminata sin zapatos sobre la arena de la playa, generaba paz y relajación capaz de propiciar meditación profunda por el masaje singular que a nuestras plantas brindaba sin cesar, a cada paso sobre la mullida arena entibiada por el mar.

Por la tarde, el paseo en Boca del Río, bordeada por diversas calles y callejas llenas de sitios para departir, comer o beber con categoría de quien sabe hacerlo con comida de calidad y licor alta crianza. En la noche del zócalo surgía un murmullo sin cesar, de gente gozando de otra noche tropical, aderezada por la música de jarana, arpa, marimba y una marejada de sonrisa y carcajada.

Regresé al atardecer del domingo, relajado de músculo y espíritu, predispuesto con espontánea voluntad a empezar la semana con optimismo y de cara a la realidad, debo trabajar. Veracruz cálido, bello y cordial, nada pide al mejor destino turístico de aquí y del otro lado del mar, y lo que cuesten dos días de placer, paz y algo de desfase, será mucho menor que en sitios de cantaleta, presuntuosos de alcurnia hotelera y platillos de gourmet. Bello es Veracruz.


hsilva_mendoza@hotmail.com

Este fin de semana estuve en el puerto de Veracruz. De Xalapa a mi destino de descanso hicimos 50 minutos por una carretera hermosa, tapizada con asfalto hidráulico, entre valla de vegetación de verdor lujurioso intenso, bajo el azul primaveral del cielo “sin una nube en que posar los ojos”. Decidimos no llegar a algún hotel de la costera, de construcción monumental y apariencia fastuosa sino a otro, más jarocho cuya remodelación y modernización lo ubican a la misma altura del turista de exigencia. Nuestro hotel se ubica muy cerca del mar y embarcadero. Al entrar se percibe aliento de confort, una brisa no traída del mar sino generada en la entraña del mismo recinto hotelero. Empleados gentiles, restaurantes de primera, habitaciones limpias, cómodas, luminosas.

Muy temprano troté en el adoquín del malecón, hoy sólo peatonal, conviví fugaces momentos con caminadores tempraneros, en un tibio amanecer, humedecido por la brisa, ahora sí, que venía del mar. Es lugar agradable, custodiado por el célebre monumento de Carranza, el alto edifico del Banco de México y los barcos de pescadores o paseadores de turistas anclados en el muelle. Caminando llegué hasta los faros gemelos, cada uno al final de su largo muro, las estatuas en honor de los obreros que dieron vida al malecón, y la suya la perdieron por aquel trabajo intenso bajo el sol abrasador y la explotación férrea de patrones sin conciencia, pero que dieron a la luz esa estructura de muros de contención que hoy protegen y enorgullecen al jarocho de corazón.

Caminar a la orilla del mar en cualquier amanecer nos hace encontrarnos frente a frente con ese alter ego que con frecuencia nos cuestiona, pero no somos capaces de verlo de frente y menos de sentirlo como un ente que juzga sin piedad pero con la mayor sinceridad. Después el desayuno sencillo y llenador frente al mar que empezaba a generar espuma en la cresta de las olas, que a Regina mi pequeña nieta le parecían “basuritas de papel blanco flotando sobre el agua”, y hacia mediodía, la caminata sin zapatos sobre la arena de la playa, generaba paz y relajación capaz de propiciar meditación profunda por el masaje singular que a nuestras plantas brindaba sin cesar, a cada paso sobre la mullida arena entibiada por el mar.

Por la tarde, el paseo en Boca del Río, bordeada por diversas calles y callejas llenas de sitios para departir, comer o beber con categoría de quien sabe hacerlo con comida de calidad y licor alta crianza. En la noche del zócalo surgía un murmullo sin cesar, de gente gozando de otra noche tropical, aderezada por la música de jarana, arpa, marimba y una marejada de sonrisa y carcajada.

Regresé al atardecer del domingo, relajado de músculo y espíritu, predispuesto con espontánea voluntad a empezar la semana con optimismo y de cara a la realidad, debo trabajar. Veracruz cálido, bello y cordial, nada pide al mejor destino turístico de aquí y del otro lado del mar, y lo que cuesten dos días de placer, paz y algo de desfase, será mucho menor que en sitios de cantaleta, presuntuosos de alcurnia hotelera y platillos de gourmet. Bello es Veracruz.


hsilva_mendoza@hotmail.com