/ lunes 4 de noviembre de 2019

Desigualdades sociales en el mundo

En ocasiones pensamos que las desigualdades sociales son el sello de los países en desarrollo. Por supuesto que es evidente su alta marginación y aislamiento, producto de problemas estructurales; como cierto es que ni las sociedades de primer mundo han podido evitar los desequilibrios. Todo esto no obsta para decir que la desigualdad extrema puede evitarse, con un buen gobierno y una sociedad participativa.

El hartazgo social de la propia desigualdad conduce a su manifestación pública. Chile, una nación con un nivel de desarrollo económico aparentemente de admirarse en las últimas cuatro décadas, en estos días vive situaciones de enfrentamientos populares contra su gobierno, por el hastío de un sistema económico capitalista que tiene a la ciudadanía sumida en una espiral sin fin del gasto familiar, perviviendo un alto costo de la vida.

También hay mucho de desigualdades e insatisfacciones económicas en los países de primer mundo. Los chalecos amarillos en Francia y la situación conflictiva que vive el Reino Unido, entre muchos ejemplos, son muestra de que los mismos países desarrollados no logran alcanzar, para sus poblaciones, los mínimos satisfactores.

Véase el caso de los británicos. Mientras el primer ministro inglés Boris Johnson tiene como bandera el Brexit, su opositor Jeremy Corbyn busca en la desigualdad social de la isla negociar un nuevo acuerdo con la Unión Europea. Bajo este tenor es que Corbyn les acaba de decir a los laboristas: Todos sabemos que los intereses egoístas del 1% de los que están arriba son los que controlan el Reino Unido. Nuestro gobierno trabaja solo para los ultrarricos. Tienen a los medios de comunicación en el bolsillo y todo el sistema está amañado para que sus vidas sean mejores y las nuestras peores. No es justo. Pero podemos lograr que sea justo, finaliza.

Esto da pie a recordar que hace un par de años, la organización Oxfam Intermón observaba en su informe sobre la desigualdad social que, un 1% de la población mundial posee más riqueza que el resto de las personas; en el mundo se incrementa la brecha salarial entre las personas trabajadoras con mayor y menor retribución; la mayor parte de las personas trabajadoras peor asalariadas en el orbe son mujeres, donde las madres trabajadoras se enfrentan a una cuestión que atañe a la calidad de la vida diaria de su familia; la población adinerada ha incrementado su riqueza, mientras la población más pobre ha sufrido justo lo contrario y; por supuesto, la organización recordó que la presencia de paraísos fiscales permite a las grandes multinacionales y personas más ricas eludir el pago de los impuestos correspondientes.

Las soluciones a las desigualdades sociales en el mundo van más allá de solo querer construir un sistema democrático sólido y plural, como único medio, por sí mismo, para el progreso. En su camino debe haber, además, políticas públicas eficaces y sistemas fiscales justos, donde también participen los integrantes de la sociedad comprometiéndose con lo que les corresponde en el pago de impuestos y quehaceres sociales.


En ocasiones pensamos que las desigualdades sociales son el sello de los países en desarrollo. Por supuesto que es evidente su alta marginación y aislamiento, producto de problemas estructurales; como cierto es que ni las sociedades de primer mundo han podido evitar los desequilibrios. Todo esto no obsta para decir que la desigualdad extrema puede evitarse, con un buen gobierno y una sociedad participativa.

El hartazgo social de la propia desigualdad conduce a su manifestación pública. Chile, una nación con un nivel de desarrollo económico aparentemente de admirarse en las últimas cuatro décadas, en estos días vive situaciones de enfrentamientos populares contra su gobierno, por el hastío de un sistema económico capitalista que tiene a la ciudadanía sumida en una espiral sin fin del gasto familiar, perviviendo un alto costo de la vida.

También hay mucho de desigualdades e insatisfacciones económicas en los países de primer mundo. Los chalecos amarillos en Francia y la situación conflictiva que vive el Reino Unido, entre muchos ejemplos, son muestra de que los mismos países desarrollados no logran alcanzar, para sus poblaciones, los mínimos satisfactores.

Véase el caso de los británicos. Mientras el primer ministro inglés Boris Johnson tiene como bandera el Brexit, su opositor Jeremy Corbyn busca en la desigualdad social de la isla negociar un nuevo acuerdo con la Unión Europea. Bajo este tenor es que Corbyn les acaba de decir a los laboristas: Todos sabemos que los intereses egoístas del 1% de los que están arriba son los que controlan el Reino Unido. Nuestro gobierno trabaja solo para los ultrarricos. Tienen a los medios de comunicación en el bolsillo y todo el sistema está amañado para que sus vidas sean mejores y las nuestras peores. No es justo. Pero podemos lograr que sea justo, finaliza.

Esto da pie a recordar que hace un par de años, la organización Oxfam Intermón observaba en su informe sobre la desigualdad social que, un 1% de la población mundial posee más riqueza que el resto de las personas; en el mundo se incrementa la brecha salarial entre las personas trabajadoras con mayor y menor retribución; la mayor parte de las personas trabajadoras peor asalariadas en el orbe son mujeres, donde las madres trabajadoras se enfrentan a una cuestión que atañe a la calidad de la vida diaria de su familia; la población adinerada ha incrementado su riqueza, mientras la población más pobre ha sufrido justo lo contrario y; por supuesto, la organización recordó que la presencia de paraísos fiscales permite a las grandes multinacionales y personas más ricas eludir el pago de los impuestos correspondientes.

Las soluciones a las desigualdades sociales en el mundo van más allá de solo querer construir un sistema democrático sólido y plural, como único medio, por sí mismo, para el progreso. En su camino debe haber, además, políticas públicas eficaces y sistemas fiscales justos, donde también participen los integrantes de la sociedad comprometiéndose con lo que les corresponde en el pago de impuestos y quehaceres sociales.