/ domingo 24 de junio de 2018

El peligro de los nacionalismos

Tolerancia cero es parte de una política antiinmigrante del presidente Donald Trump que sólo tiene sentido desde la perspectiva de los nacionalismos ramplones. De aquellos nacionalismos de los que nuestro México también ha sido presa, por los que hemos visto la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro.

Como este refrán, los malos nacionalismos miran la horda de malos por fuera y no se fijan en la decadencia interna de amplios sectores. En tiempos difíciles, la bandera de los nacionalismos ha sido símbolo de identidad nacional, de fortalecimiento de la unión interior y se ha opuesto a las amenazas allende fronteras. ¿Ese peligro puede representar los indocumentados en la frontera norte? A ojos de Trump, así es, y eso es lo que quiere vender a sus conciudadanos.

La orientación actual que campea en las acciones del gobierno estadounidense es contraria a su política de casi todo el siglo veinte y años últimos, cuando eran cuidadosos de las formas, cuando los enemigos económicos y militares estaban focalizados y cuando a través de un discurso de policías internacionales decían velar por los intereses de nuestra región y en defensa de las libertades políticas y del liberalismo; en una franca oposición al comunismo científico y, por supuesto, al socialismo real encabezado por la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Y de repente, llega Donald Trump y da a entender a los mexicanos y canadienses que algunos de sus sectores sociales y económicos se suman a la lista de enemigos suyos. ¡Genial! Para Trump, el Tratado de Libre Comercio es ventajoso para sus vecinos y por la frontera norte de México acceden los malosos que delinquen en 48 estados de la Unión Americana, descontando Hawai y Alaska.

Con Trump es irónico cómo sigue vigente la antigua crítica imaginaria de George Orwell al socialismo real, en su libro La rebelión en la granja, ahora traslapada al capitalismo, donde instaurado el nuevo orden interno el causante de los males ha venido desde fuera. Así, contrario a la política de buscar el mayor número de amigos de otros países, Donald Trump promueve el rechazo interno para aquellos que no tienen la ciudadanía de EU.

La política antiinmigrante de Tolerancia cero ha llegado al extremo de separar familias y enjaular niños, barbarie que ha salido a la luz con escenas desgarradoras. Sus actos violatorios de los derechos humanos, basados en el poder de la soberanía nacional, ofenden a la humanidad y alertan a los organismos internacionales de defensa de los derechos humanos.

En las cárceles norteamericanas es común el confinamiento en solitario, con escasa ventilación y poca o ninguna luz natural para los presos, en perjuicio de su salud mental. Sin embargo, aquellos mexicanos y centroamericanos que se adentran en sus tierras buscando vivir el “sueño americano” no son delincuentes, van huyendo de la pobreza. Así es que todavía desconocemos el rencor y huella social que va a dejar en estos niños el recordar que algún día de sus vidas los mantuvieron enjaulados.

Tolerancia cero es parte de una política antiinmigrante del presidente Donald Trump que sólo tiene sentido desde la perspectiva de los nacionalismos ramplones. De aquellos nacionalismos de los que nuestro México también ha sido presa, por los que hemos visto la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro.

Como este refrán, los malos nacionalismos miran la horda de malos por fuera y no se fijan en la decadencia interna de amplios sectores. En tiempos difíciles, la bandera de los nacionalismos ha sido símbolo de identidad nacional, de fortalecimiento de la unión interior y se ha opuesto a las amenazas allende fronteras. ¿Ese peligro puede representar los indocumentados en la frontera norte? A ojos de Trump, así es, y eso es lo que quiere vender a sus conciudadanos.

La orientación actual que campea en las acciones del gobierno estadounidense es contraria a su política de casi todo el siglo veinte y años últimos, cuando eran cuidadosos de las formas, cuando los enemigos económicos y militares estaban focalizados y cuando a través de un discurso de policías internacionales decían velar por los intereses de nuestra región y en defensa de las libertades políticas y del liberalismo; en una franca oposición al comunismo científico y, por supuesto, al socialismo real encabezado por la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Y de repente, llega Donald Trump y da a entender a los mexicanos y canadienses que algunos de sus sectores sociales y económicos se suman a la lista de enemigos suyos. ¡Genial! Para Trump, el Tratado de Libre Comercio es ventajoso para sus vecinos y por la frontera norte de México acceden los malosos que delinquen en 48 estados de la Unión Americana, descontando Hawai y Alaska.

Con Trump es irónico cómo sigue vigente la antigua crítica imaginaria de George Orwell al socialismo real, en su libro La rebelión en la granja, ahora traslapada al capitalismo, donde instaurado el nuevo orden interno el causante de los males ha venido desde fuera. Así, contrario a la política de buscar el mayor número de amigos de otros países, Donald Trump promueve el rechazo interno para aquellos que no tienen la ciudadanía de EU.

La política antiinmigrante de Tolerancia cero ha llegado al extremo de separar familias y enjaular niños, barbarie que ha salido a la luz con escenas desgarradoras. Sus actos violatorios de los derechos humanos, basados en el poder de la soberanía nacional, ofenden a la humanidad y alertan a los organismos internacionales de defensa de los derechos humanos.

En las cárceles norteamericanas es común el confinamiento en solitario, con escasa ventilación y poca o ninguna luz natural para los presos, en perjuicio de su salud mental. Sin embargo, aquellos mexicanos y centroamericanos que se adentran en sus tierras buscando vivir el “sueño americano” no son delincuentes, van huyendo de la pobreza. Así es que todavía desconocemos el rencor y huella social que va a dejar en estos niños el recordar que algún día de sus vidas los mantuvieron enjaulados.