/ viernes 15 de octubre de 2021

El siervo que se ofrenda

Si queremos ofrecer una definición que se acerque, lo más posible a Jesús el mejor calificativo es el de siervo. Jesús, siendo Dios quiso venir al mundo como siervo, y hacerse todos y cada uno de los días de su ministerio un verdadero servidor de la humanidad.

Fue siervo del Padre porque ha querido encarnarse y cumplir con la misión redentora de la humanidad. Fue siervo de los enfermos que le salían al paso porque les asistió en sus padecimientos. Fue siervo de los Doce a quienes les lavó los pies levantándose de la mesa. Él ha sido el siervo por excelencia, incluso esa es la imagen que de Él presenta el profeta Isaías.

Isaías ofrece algunos cánticos en su libro, donde presenta al Señor como un siervo que sufrirá cruelmente, pero que se mantendrá firme en su servicio en favor de la humanidad. Este siervo se vacía a tal grado que, incluso, entregará su vida como expiación. Con todo su sufrimiento Él justificará a muchos, pues su ofrenda también consiste en cargar con los crímenes de todos.

El servicio del Señor no es un acto bueno y noble en favor del género humano, tampoco es el conjunto de actos buenos. Tampoco consiste en sus sorprendentes predicaciones, o en los grandes prodigios que obró en favor de la humanidad. El servicio del Señor es todo eso y también consiste en la entrega de sí mismo. Una entrega permanente; siempre y en todo momento el Señor se ofreció como única víctima agradable al Padre de las misericordias.

No hemos sido rescatados con sacrificios de hombres. Dios ha querido venir al mundo a rescatar de las trampas, a salvar del error y del engaño, a mostrar que no es un Dios lejano y estoico, sino un Padre entrañable que ama porque es propio de Él amar, no en retribución a la moralidad de ningún acto.

Al ver la acción de Dios que nos ama, no vemos la imagen de un Mesías que fracasa, que termina muriendo en la Cruz. Vemos un Dios y Hombre que triunfa, que es el más feliz de todos. Ese Mesías triunfante que vence a la muerte con el amanecer de la vida. No es un drama que termina en la más cruel de las tragedias. Es la más grande y esperanzadora historia de amor que no termina con la muerte, sino que se abre decidida a la vida. Este es el Dios que nos ama, que siempre vivo nos vivifica y nos invita a ser grandes; a realizarnos en el servicio del amor, entregando siempre nuestra vida como servicio a los demás.

Si queremos ofrecer una definición que se acerque, lo más posible a Jesús el mejor calificativo es el de siervo. Jesús, siendo Dios quiso venir al mundo como siervo, y hacerse todos y cada uno de los días de su ministerio un verdadero servidor de la humanidad.

Fue siervo del Padre porque ha querido encarnarse y cumplir con la misión redentora de la humanidad. Fue siervo de los enfermos que le salían al paso porque les asistió en sus padecimientos. Fue siervo de los Doce a quienes les lavó los pies levantándose de la mesa. Él ha sido el siervo por excelencia, incluso esa es la imagen que de Él presenta el profeta Isaías.

Isaías ofrece algunos cánticos en su libro, donde presenta al Señor como un siervo que sufrirá cruelmente, pero que se mantendrá firme en su servicio en favor de la humanidad. Este siervo se vacía a tal grado que, incluso, entregará su vida como expiación. Con todo su sufrimiento Él justificará a muchos, pues su ofrenda también consiste en cargar con los crímenes de todos.

El servicio del Señor no es un acto bueno y noble en favor del género humano, tampoco es el conjunto de actos buenos. Tampoco consiste en sus sorprendentes predicaciones, o en los grandes prodigios que obró en favor de la humanidad. El servicio del Señor es todo eso y también consiste en la entrega de sí mismo. Una entrega permanente; siempre y en todo momento el Señor se ofreció como única víctima agradable al Padre de las misericordias.

No hemos sido rescatados con sacrificios de hombres. Dios ha querido venir al mundo a rescatar de las trampas, a salvar del error y del engaño, a mostrar que no es un Dios lejano y estoico, sino un Padre entrañable que ama porque es propio de Él amar, no en retribución a la moralidad de ningún acto.

Al ver la acción de Dios que nos ama, no vemos la imagen de un Mesías que fracasa, que termina muriendo en la Cruz. Vemos un Dios y Hombre que triunfa, que es el más feliz de todos. Ese Mesías triunfante que vence a la muerte con el amanecer de la vida. No es un drama que termina en la más cruel de las tragedias. Es la más grande y esperanzadora historia de amor que no termina con la muerte, sino que se abre decidida a la vida. Este es el Dios que nos ama, que siempre vivo nos vivifica y nos invita a ser grandes; a realizarnos en el servicio del amor, entregando siempre nuestra vida como servicio a los demás.