/ viernes 28 de mayo de 2021

En el misterio de Dios

El sacramento del bautismo tiene una dimensión en salida: inserta en la vida divina, en la vida de la gracia, en la vida de la comunidad. Así como el misterio de Dios es el misterio de la vida comunitaria en la Trinidad.

De este modo, la asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados, quienes, por su nuevo y definitivo nacimiento, y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo, de tal manera que, con sus obras, todos ofrezcan los sacrificios espirituales. El bautismo inserta en la comunidad de los bautizados y lleva a la vida de la Trinidad, la Comunidad del amor de un solo Dios.

De la teología de San Agustín surge la máxima que ayuda a reconocer la endeble condición para alcanzar a entender, al menos, algunas de las grandezas del misterio de Dios; ayuda y sitúa en la verdadera condición de creaturas el hecho de que, si lo comprendemos, entonces no es Dios, pues Dios es incomprensible.

Supera de tal modo que sólo alcanzamos a comprender algunas de las notas que destellan su grandeza inabarcable, pero entre más se rebela, se acerca y muestra su misericordia; con mayor fuerza queda oculta la grandeza de Dios. Todos tenemos un insaciable deseo de Dios inscrito en nuestro corazón.

Tal como afirma en Vaticano I, el misterio de la Trinidad es un misterio de fe en el más estricto de los sentidos, uno de los misterios escondidos en Dios que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto. Como afirman los filósofos y teólogos, y tal como lo han experimentado los santos, Dios ha dejado sus huellas en la Creación y en la historia. Gracias a la encarnación del Hijo y a la sensibilidad que se activa en la vida cristiana se experimenta la cercanía de Dios como el Padre de los pobres, del huérfano, de la viuda, del que sufre, como el Padre del amor que protege y engendra vida a manos llenas.

Por la gracia del bautismo, se llama a participar en la vida de la bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después, en la muerte, en la luz eterna. Así pues, la grandeza que prodiga a nuestro favor el bautismo es la gracia de introducirnos en la vida misteriosa de la Trinidad, que, sin comprenderlo, Dios llena de sus gracias y de su amor.

El sacramento del bautismo tiene una dimensión en salida: inserta en la vida divina, en la vida de la gracia, en la vida de la comunidad. Así como el misterio de Dios es el misterio de la vida comunitaria en la Trinidad.

De este modo, la asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados, quienes, por su nuevo y definitivo nacimiento, y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo, de tal manera que, con sus obras, todos ofrezcan los sacrificios espirituales. El bautismo inserta en la comunidad de los bautizados y lleva a la vida de la Trinidad, la Comunidad del amor de un solo Dios.

De la teología de San Agustín surge la máxima que ayuda a reconocer la endeble condición para alcanzar a entender, al menos, algunas de las grandezas del misterio de Dios; ayuda y sitúa en la verdadera condición de creaturas el hecho de que, si lo comprendemos, entonces no es Dios, pues Dios es incomprensible.

Supera de tal modo que sólo alcanzamos a comprender algunas de las notas que destellan su grandeza inabarcable, pero entre más se rebela, se acerca y muestra su misericordia; con mayor fuerza queda oculta la grandeza de Dios. Todos tenemos un insaciable deseo de Dios inscrito en nuestro corazón.

Tal como afirma en Vaticano I, el misterio de la Trinidad es un misterio de fe en el más estricto de los sentidos, uno de los misterios escondidos en Dios que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto. Como afirman los filósofos y teólogos, y tal como lo han experimentado los santos, Dios ha dejado sus huellas en la Creación y en la historia. Gracias a la encarnación del Hijo y a la sensibilidad que se activa en la vida cristiana se experimenta la cercanía de Dios como el Padre de los pobres, del huérfano, de la viuda, del que sufre, como el Padre del amor que protege y engendra vida a manos llenas.

Por la gracia del bautismo, se llama a participar en la vida de la bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después, en la muerte, en la luz eterna. Así pues, la grandeza que prodiga a nuestro favor el bautismo es la gracia de introducirnos en la vida misteriosa de la Trinidad, que, sin comprenderlo, Dios llena de sus gracias y de su amor.