/ sábado 16 de enero de 2021

Expansión fulminante

Han resultado muy desgastantes, realmente terribles, los últimos meses en los que hemos sido horrorosamente doblegados por las consecuencias del confinamiento por la pandemia que padece todo el mundo.

Para nuestra generación, sin duda, la vida será una antes del coronavirus y otra después de éste. Ha sido, para todos, un profundo martirio que nos ha taladrado con la peor pesadilla jamás pensada.

Nunca, ni en la peor de las profecías, se hubiera anunciado una catástrofe tan cruenta, como a la que asistimos ahora. El dolor parece cubrir con su sombra el largo y ancho del mundo. Que se reviste con escenarios pavorosos de familias que viven al borde de la angustia por el padecimiento de uno de los suyos, de enfermos que cruzan su enfermedad solos; realmente marginados, temidos como la más contagiosa de las enfermedades, que muchas de las veces termina en la muerte. Familias que no logran despedirse de sus seres queridos. Enfermos tirados en los pisos de los hospitales. Otros que mueren por fallas en los suministros, ya porque fallaron los sistemas en el hospital o porque se fue la luz en casa o porque se acabó el oxígeno del tanque. Personas que atraviesan estados con tal de buscar un espacio en algún hospital para los suyos, para quienes las horas son cruciales. Familias que entierran a los suyos en las noches y madrugadas. Sin mencionar la terrible consecuencia del desempleo, la pérdida de patrimonios conseguidos durante toda la vida. ¡Una estampa del mundo aterradora y conmovedora!

Y mientras muchas familias sufren los estragos del Covid en carne propia, muchos otros nos hemos enfrentado a lo más primitivo de nuestra naturaleza humana, a los instintos milenarios que más y mejor hemos resguardado: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio. Hemos olvidado la responsabilidad tan seria que implica cuidar de la propia salud, a la altura de poder cuidar la salud de los demás, de los más indefensos. Estamos ante un dilema verdaderamente complejo porque las condiciones del país no están a la altura de permitir a todos resguardarse en casa porque eso no le asegura a un buen número de la población tener satisfechas sus necesidades básicas. Por otro lado, ante la irresponsabilidad de quienes pudiendo hacerlo no lo hacen y padecen las más crueles de las consecuencias.

Y, ante todo esto, ¿dónde están nuestras seguridades?, ¿en quién podemos confiar?, ¿qué podemos esperar del otro? La salud desde la prevención es una tarea que nos incluye a todos, nos necesita a todos con urgencia.

Han resultado muy desgastantes, realmente terribles, los últimos meses en los que hemos sido horrorosamente doblegados por las consecuencias del confinamiento por la pandemia que padece todo el mundo.

Para nuestra generación, sin duda, la vida será una antes del coronavirus y otra después de éste. Ha sido, para todos, un profundo martirio que nos ha taladrado con la peor pesadilla jamás pensada.

Nunca, ni en la peor de las profecías, se hubiera anunciado una catástrofe tan cruenta, como a la que asistimos ahora. El dolor parece cubrir con su sombra el largo y ancho del mundo. Que se reviste con escenarios pavorosos de familias que viven al borde de la angustia por el padecimiento de uno de los suyos, de enfermos que cruzan su enfermedad solos; realmente marginados, temidos como la más contagiosa de las enfermedades, que muchas de las veces termina en la muerte. Familias que no logran despedirse de sus seres queridos. Enfermos tirados en los pisos de los hospitales. Otros que mueren por fallas en los suministros, ya porque fallaron los sistemas en el hospital o porque se fue la luz en casa o porque se acabó el oxígeno del tanque. Personas que atraviesan estados con tal de buscar un espacio en algún hospital para los suyos, para quienes las horas son cruciales. Familias que entierran a los suyos en las noches y madrugadas. Sin mencionar la terrible consecuencia del desempleo, la pérdida de patrimonios conseguidos durante toda la vida. ¡Una estampa del mundo aterradora y conmovedora!

Y mientras muchas familias sufren los estragos del Covid en carne propia, muchos otros nos hemos enfrentado a lo más primitivo de nuestra naturaleza humana, a los instintos milenarios que más y mejor hemos resguardado: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio. Hemos olvidado la responsabilidad tan seria que implica cuidar de la propia salud, a la altura de poder cuidar la salud de los demás, de los más indefensos. Estamos ante un dilema verdaderamente complejo porque las condiciones del país no están a la altura de permitir a todos resguardarse en casa porque eso no le asegura a un buen número de la población tener satisfechas sus necesidades básicas. Por otro lado, ante la irresponsabilidad de quienes pudiendo hacerlo no lo hacen y padecen las más crueles de las consecuencias.

Y, ante todo esto, ¿dónde están nuestras seguridades?, ¿en quién podemos confiar?, ¿qué podemos esperar del otro? La salud desde la prevención es una tarea que nos incluye a todos, nos necesita a todos con urgencia.