/ viernes 19 de febrero de 2021

Fenomenología de una práctica religiosa

Las prácticas religiosas hunden sus raíces en cuestiones de gran hondura humana. Desde su nobleza y sencillez, se abren a un gran espectro espiritual. Así pues, desde los ritos de iniciación presentes en la cultura religiosa de todos los tiempos, hasta las prácticas de devoción e incluso las dietas propias de muchas formas de culto, todas ellas son expresiones cargadas de sentidos, con referencias muy nobles que no dejan de fascinar y llenarnos de asombro y admiración.

Una de esas cuestiones -profundamente admirables-, es la práctica de la Cuaresma, presente en la tradición de la Iglesia desde los primeros siglos. En esta práctica de la fe cristiana, quedan al descubierto una gran cantidad de expresiones llenas de simbolismo, perfectamente pensadas y con la mirada bien puesta en la finalidad que se persigue. Es una hermosa sinfonía.

Al inicio de la Cuaresma hay un rito introductorio, marcado por la imposición de la ceniza. Este es un hecho fascinante, pues la ceniza por sí sola y por su extrema sencillez representa la verdad más profunda del ser humano: contingente, vulnerable, frágil y en todo momento expuesto a desaparecer. Así pues, la ceniza quiere recordarnos nuestra verdad más profunda: somos polvo y al polvo hemos de regresar.

El tiempo que comprende esta práctica es de cuarenta días. En todas las culturas las cuarentenas son el tiempo para recuperar la salud. De reestablecer totalmente las propias fuerzas, de cobrar nuevos bríos para levantarse con un nuevo ímpetu. Así pues, el periodo que comprende esta práctica es una invitación a detenerse, a llenarse de clama con tal de poner la mirada en uno mismo y en los demás, para sacudirse el polvo y continuar distintos, renovados.

La práctica de la generosidad es la primera invitación a la que llama la Cuaresma, es un gesto profundamente humano que demanda a la compasión, para sentir las necesidades del otro en carne propia y disponerse a hacer algo con tal de remediarlas. Es sorprendente que esta sea la primera llamada. Salir de sí, ir en dirección del otro, ayudarle y mostrarse solidario con él.

La práctica de la oración es la segunda invitación de la Cuaresma, la oración es la capacidad de salir de sí mismo para salir al encuentro del otro, de lo divino, del que nos supera. Por último, en medio de una sociedad que persigue ferozmente la satisfacción desbordante y desmedida de las necesidades propias, la Cuaresma llama al ayuno, a la privación voluntaria y consciente, para

Las prácticas religiosas hunden sus raíces en cuestiones de gran hondura humana. Desde su nobleza y sencillez, se abren a un gran espectro espiritual. Así pues, desde los ritos de iniciación presentes en la cultura religiosa de todos los tiempos, hasta las prácticas de devoción e incluso las dietas propias de muchas formas de culto, todas ellas son expresiones cargadas de sentidos, con referencias muy nobles que no dejan de fascinar y llenarnos de asombro y admiración.

Una de esas cuestiones -profundamente admirables-, es la práctica de la Cuaresma, presente en la tradición de la Iglesia desde los primeros siglos. En esta práctica de la fe cristiana, quedan al descubierto una gran cantidad de expresiones llenas de simbolismo, perfectamente pensadas y con la mirada bien puesta en la finalidad que se persigue. Es una hermosa sinfonía.

Al inicio de la Cuaresma hay un rito introductorio, marcado por la imposición de la ceniza. Este es un hecho fascinante, pues la ceniza por sí sola y por su extrema sencillez representa la verdad más profunda del ser humano: contingente, vulnerable, frágil y en todo momento expuesto a desaparecer. Así pues, la ceniza quiere recordarnos nuestra verdad más profunda: somos polvo y al polvo hemos de regresar.

El tiempo que comprende esta práctica es de cuarenta días. En todas las culturas las cuarentenas son el tiempo para recuperar la salud. De reestablecer totalmente las propias fuerzas, de cobrar nuevos bríos para levantarse con un nuevo ímpetu. Así pues, el periodo que comprende esta práctica es una invitación a detenerse, a llenarse de clama con tal de poner la mirada en uno mismo y en los demás, para sacudirse el polvo y continuar distintos, renovados.

La práctica de la generosidad es la primera invitación a la que llama la Cuaresma, es un gesto profundamente humano que demanda a la compasión, para sentir las necesidades del otro en carne propia y disponerse a hacer algo con tal de remediarlas. Es sorprendente que esta sea la primera llamada. Salir de sí, ir en dirección del otro, ayudarle y mostrarse solidario con él.

La práctica de la oración es la segunda invitación de la Cuaresma, la oración es la capacidad de salir de sí mismo para salir al encuentro del otro, de lo divino, del que nos supera. Por último, en medio de una sociedad que persigue ferozmente la satisfacción desbordante y desmedida de las necesidades propias, la Cuaresma llama al ayuno, a la privación voluntaria y consciente, para