/ viernes 23 de noviembre de 2018

Herida profunda

Las diversas realidades entre las que se desarrolla nuestra vida nos permiten establecer todo tipo de vínculos y relaciones. Nos dan la oportunidad de tener espacios protegidos para la espontaneidad y la confianza, para el conocimiento, el desarrollo, el éxito y la superación. Pero esto no sucede en todos los espacios, también los hay en los que es debido situarse con mayor cautela, esto no es extraño, ¡así es la vida!

Todo el ambiente habla de una necesidad profunda que no se puede saciar ni con los encuentros interpersonales, ni con la fastuosidad de las riquezas y adquisiciones materiales, ni con el poder ni su ejercicio, tampoco con la acumulación de conocimientos. Existe la extraña sensación de insatisfacción. Sí hay realización y felicidad, pero falta algo para la plenitud. Hay una inquietud insaciable en cada uno que parece no detenerse, arde incandescente, no se calma. El ser humano no encuentra sosiego. Algo en él le susurra que debe haber algo más. Al fin, la vida es tan grande como para saciarse con tan poco.

Ésa es una extraña herida que parece ser muy profunda en el ser humano, es la necesidad de una experiencia que trasciende el mundo de las formas y materialidad en que nos encontramos. Y es cierto, ése es el anhelo de lo otro, el deseo de encontrarnos con una dimensión mayor, que nos trasciende, que nos supera porque nos abarca. Ése es el deseo de búsqueda incansable e insaciable que madura en el interior de cada uno.

Sólo se busca lo que se conoce, se va tras lo que ya se ha visto, nadie va en busca de lo que no conoce, por eso, si se busca este tipo de experiencia, la experiencia de lo divino es en el fondo porque ya se ha tenido en cierto nivel una experiencia de este tipo, que ha dejado herido y que por esta razón se desea tener en mayor grado.

Las formas tan multifacéticas de espiritualidades que hay por todos lados tratan de dar respuesta a esta necesidad profunda del ser humano, una necesidad noble y muy auténtica, que puede ser tristemente secuestrada por las tendenciosas ondas espiritualoides que con charlatanería y magia hierven por todos lados.

El auténtico camino hacia lo divino es aquel que da lugar a un serio proceso de autoconocimiento, el que lleva a la persona a sentirse y conocerse en lo integral de su ser, que le ayuda a ser él, para poderse abrir al espacio sagrado de lo divino que viene a su encuentro por pura gratuidad, para amarle, animarle, construirle, nunca para dañarlo.


Las diversas realidades entre las que se desarrolla nuestra vida nos permiten establecer todo tipo de vínculos y relaciones. Nos dan la oportunidad de tener espacios protegidos para la espontaneidad y la confianza, para el conocimiento, el desarrollo, el éxito y la superación. Pero esto no sucede en todos los espacios, también los hay en los que es debido situarse con mayor cautela, esto no es extraño, ¡así es la vida!

Todo el ambiente habla de una necesidad profunda que no se puede saciar ni con los encuentros interpersonales, ni con la fastuosidad de las riquezas y adquisiciones materiales, ni con el poder ni su ejercicio, tampoco con la acumulación de conocimientos. Existe la extraña sensación de insatisfacción. Sí hay realización y felicidad, pero falta algo para la plenitud. Hay una inquietud insaciable en cada uno que parece no detenerse, arde incandescente, no se calma. El ser humano no encuentra sosiego. Algo en él le susurra que debe haber algo más. Al fin, la vida es tan grande como para saciarse con tan poco.

Ésa es una extraña herida que parece ser muy profunda en el ser humano, es la necesidad de una experiencia que trasciende el mundo de las formas y materialidad en que nos encontramos. Y es cierto, ése es el anhelo de lo otro, el deseo de encontrarnos con una dimensión mayor, que nos trasciende, que nos supera porque nos abarca. Ése es el deseo de búsqueda incansable e insaciable que madura en el interior de cada uno.

Sólo se busca lo que se conoce, se va tras lo que ya se ha visto, nadie va en busca de lo que no conoce, por eso, si se busca este tipo de experiencia, la experiencia de lo divino es en el fondo porque ya se ha tenido en cierto nivel una experiencia de este tipo, que ha dejado herido y que por esta razón se desea tener en mayor grado.

Las formas tan multifacéticas de espiritualidades que hay por todos lados tratan de dar respuesta a esta necesidad profunda del ser humano, una necesidad noble y muy auténtica, que puede ser tristemente secuestrada por las tendenciosas ondas espiritualoides que con charlatanería y magia hierven por todos lados.

El auténtico camino hacia lo divino es aquel que da lugar a un serio proceso de autoconocimiento, el que lleva a la persona a sentirse y conocerse en lo integral de su ser, que le ayuda a ser él, para poderse abrir al espacio sagrado de lo divino que viene a su encuentro por pura gratuidad, para amarle, animarle, construirle, nunca para dañarlo.