/ lunes 16 de abril de 2018

Más conozco a mi perro, menos aprecio a la humanidad

Hace unos día sufrimos tormenta eléctrica intensa, relámpagos, truenos, destellos alucinantes y sonidos retumbantes, nos arrebujamos en sillas o rincones mientras todo pasaba. Pero seres inocentes, cuyo instinto singular los hace víctimas angustiadas de estas circunstancias, sufrieron mucho con esta manifestación de furia del cielo, Rambo Silva entre ellos, aunque yo le llamo “Carnal”, siento que le gusta este sobrenombre tierno y coloquial.

Rambo, pequeñito chihuahueño de nueve años, nervioso, ladrador desaforado y fúrico ante el intruso inesperado que irrumpe en sus dominios, el garaje y el corredor de nuestra casa. Si el visitante lo ignora y se escabulle a algún sitio al que Rambo no entrará, mi perrito no lo hace porque sabe que no debe. Mi perrito exhibe tenaz indisciplina o liberal ternura, porque primero el instinto y enseguida el sentimiento.

Mi “Carnal” enloqueció con la tormenta, escaló barrotes de ventana y, no siendo su habilidad natural cayó de dos metros de altura, sufrió fractura del primer metatarsiano en patita izquierda, miembro que retrajo y lo hizo caminar en tres como si nada sucediese. A nosotros, su familia, nos entristecía verlo caminar anudando la patita junto al abdomen y lo inhibía para hacer malabarismos de alegría cuando se le grito, “¡carnal”!

El veterinario concluyó: debe hacerse osteosíntesis abierta, con placa de titanio. La familia se conmocionó, no podía pasar esto a Rambo, el ágil acróbata que gira 180 grados en el aire cuando salta, “furioso gruñidor”, veloz huidizo cuando a quien “ataca” da un zapatazo en el piso, pero cuando se le acaricia la nuca se entrega sin condición lanzando una mirada de ternura y dócil sumisión.

Rambo se operó y al verlo en una jaula, bajo efectos residuales de anestesia, gimiendo con ojitos húmedos de ¡lágrimas! mirándonos con ansiedad, nos reafirmó la convicción de que estos seres sienten, sufren, son capaces de amar sin condición, olvidar enojos y, de rencor, rastrojos. Así son los perros, mas no los humanos, cuando menos en su inmensa mayoría.

La estancia de Rambo en la clínica fue corta, por fortuna, pero de preocupación y real angustia. Le dieron de alta. Aún triste y cabizbajo lo cargamos, sacándolo de la jaula, confortable pero jaula al fin. Al llegar a casa mi “carnal” volvió, en un segundo, a ser el mismo cascabel de cuatro patas, la campanita blanca de manchas negras, feroz guardián de tres kilos, universo de congruencia y lealtad sin condición, a pesar de la férula estorbosa que inmoviliza su patita.

Pequeño Rambo, “poderoso gigante” capaz de aglutinar a su alrededor a nuestra familia receptora del profundo cariño que irradia, que nos permite olvidar el universo humano de indiferencia y conveniencia. “Entre más conozco al humano, más amo a mi perro” .

hsilva_mendoza@hotmail.com

Hace unos día sufrimos tormenta eléctrica intensa, relámpagos, truenos, destellos alucinantes y sonidos retumbantes, nos arrebujamos en sillas o rincones mientras todo pasaba. Pero seres inocentes, cuyo instinto singular los hace víctimas angustiadas de estas circunstancias, sufrieron mucho con esta manifestación de furia del cielo, Rambo Silva entre ellos, aunque yo le llamo “Carnal”, siento que le gusta este sobrenombre tierno y coloquial.

Rambo, pequeñito chihuahueño de nueve años, nervioso, ladrador desaforado y fúrico ante el intruso inesperado que irrumpe en sus dominios, el garaje y el corredor de nuestra casa. Si el visitante lo ignora y se escabulle a algún sitio al que Rambo no entrará, mi perrito no lo hace porque sabe que no debe. Mi perrito exhibe tenaz indisciplina o liberal ternura, porque primero el instinto y enseguida el sentimiento.

Mi “Carnal” enloqueció con la tormenta, escaló barrotes de ventana y, no siendo su habilidad natural cayó de dos metros de altura, sufrió fractura del primer metatarsiano en patita izquierda, miembro que retrajo y lo hizo caminar en tres como si nada sucediese. A nosotros, su familia, nos entristecía verlo caminar anudando la patita junto al abdomen y lo inhibía para hacer malabarismos de alegría cuando se le grito, “¡carnal”!

El veterinario concluyó: debe hacerse osteosíntesis abierta, con placa de titanio. La familia se conmocionó, no podía pasar esto a Rambo, el ágil acróbata que gira 180 grados en el aire cuando salta, “furioso gruñidor”, veloz huidizo cuando a quien “ataca” da un zapatazo en el piso, pero cuando se le acaricia la nuca se entrega sin condición lanzando una mirada de ternura y dócil sumisión.

Rambo se operó y al verlo en una jaula, bajo efectos residuales de anestesia, gimiendo con ojitos húmedos de ¡lágrimas! mirándonos con ansiedad, nos reafirmó la convicción de que estos seres sienten, sufren, son capaces de amar sin condición, olvidar enojos y, de rencor, rastrojos. Así son los perros, mas no los humanos, cuando menos en su inmensa mayoría.

La estancia de Rambo en la clínica fue corta, por fortuna, pero de preocupación y real angustia. Le dieron de alta. Aún triste y cabizbajo lo cargamos, sacándolo de la jaula, confortable pero jaula al fin. Al llegar a casa mi “carnal” volvió, en un segundo, a ser el mismo cascabel de cuatro patas, la campanita blanca de manchas negras, feroz guardián de tres kilos, universo de congruencia y lealtad sin condición, a pesar de la férula estorbosa que inmoviliza su patita.

Pequeño Rambo, “poderoso gigante” capaz de aglutinar a su alrededor a nuestra familia receptora del profundo cariño que irradia, que nos permite olvidar el universo humano de indiferencia y conveniencia. “Entre más conozco al humano, más amo a mi perro” .

hsilva_mendoza@hotmail.com