/ viernes 24 de agosto de 2018

Más de abusos en la Iglesia

El estado natural de la Iglesia es ser perseguida, así lo vaticinó Jesucristo a quienes se decidieran seguirlo. Es claro, cómo no perseguir a quien está en contra de “las modas” que pretenden sugerir como “normas”, las realidades que la naturaleza misma ha desprovisto. Sin embargo, hay que ser honestos: una cosa es “la persecución por el Reino”, por diseminar una sociedad con los ideales del Maestro y, otra muy distinta, la persecución por las depravaciones de algunos de los miembros del clero, lo cual siempre será condenable.

Es muy vergonzoso el informe de la Corte Suprema de Pensilvania; la serie de atrocidades que han cometido en abusos los más de 300 sacerdotes, aunque no solo ellos. Es realmente doloroso todo lo relatado por este abundante Informe. “Si un miembro sufre, sufrimos todos con él”, ha expresado dolido el santo Padre Francisco. Cómo no sufrir con quienes han sido despreciablemente dañados por aquellos de los que esperan aliento y esperanza. Cómo no sufrir ante el gran dolor que hacen experimentar los que se han configurado para ser luz del mundo y sal de la tierra, y han desfigurado tremendamente la grandeza del ministerio del que se revisten.

Aun cuando todos estos abusos: sexuales, de poder y de conciencia, son punzantes y absolutamente reprochables. No desacreditan la grandeza de la misión sacerdotal, la cual conserva, por el ministerio que comporta, su belleza, delicadeza y gran dignidad, misma que no le viene agregada por los méritos o delitos de sus ministros cuando sí de una grandeza que habla más que ellos; que los trasciende absolutamente. Todos los ministros del clero llevan un Tesoro en vasijas de barro, para que en esa debilidad se exprese con mayor vigor la fuerza de Dios.

Pero, abuso también es señalar solo lo negativo. Nuestra historia es deudora de tantos sacerdotes que se han comprometido con el pueblo, que han luchado por nobles ideales y que han ofrendado su vida. Grandes testimonios de hombres verdaderamente honestos, con evidencias ilustres y convincentes, de la nobleza de su sacerdocio; sacerdotes que valieron la pena y otros tantos que continúan haciéndolo en las periferias.

La transformación eclesial a que invita el papa Francisco solo será posible con la “cultura del cuidado y del nunca más” ninguna forma de abuso, ¡ni una vez más, por parte de aquellos que se han consagrado para servir!, sean quienes fueren. Y servidores no son solo los sacerdotes.


El estado natural de la Iglesia es ser perseguida, así lo vaticinó Jesucristo a quienes se decidieran seguirlo. Es claro, cómo no perseguir a quien está en contra de “las modas” que pretenden sugerir como “normas”, las realidades que la naturaleza misma ha desprovisto. Sin embargo, hay que ser honestos: una cosa es “la persecución por el Reino”, por diseminar una sociedad con los ideales del Maestro y, otra muy distinta, la persecución por las depravaciones de algunos de los miembros del clero, lo cual siempre será condenable.

Es muy vergonzoso el informe de la Corte Suprema de Pensilvania; la serie de atrocidades que han cometido en abusos los más de 300 sacerdotes, aunque no solo ellos. Es realmente doloroso todo lo relatado por este abundante Informe. “Si un miembro sufre, sufrimos todos con él”, ha expresado dolido el santo Padre Francisco. Cómo no sufrir con quienes han sido despreciablemente dañados por aquellos de los que esperan aliento y esperanza. Cómo no sufrir ante el gran dolor que hacen experimentar los que se han configurado para ser luz del mundo y sal de la tierra, y han desfigurado tremendamente la grandeza del ministerio del que se revisten.

Aun cuando todos estos abusos: sexuales, de poder y de conciencia, son punzantes y absolutamente reprochables. No desacreditan la grandeza de la misión sacerdotal, la cual conserva, por el ministerio que comporta, su belleza, delicadeza y gran dignidad, misma que no le viene agregada por los méritos o delitos de sus ministros cuando sí de una grandeza que habla más que ellos; que los trasciende absolutamente. Todos los ministros del clero llevan un Tesoro en vasijas de barro, para que en esa debilidad se exprese con mayor vigor la fuerza de Dios.

Pero, abuso también es señalar solo lo negativo. Nuestra historia es deudora de tantos sacerdotes que se han comprometido con el pueblo, que han luchado por nobles ideales y que han ofrendado su vida. Grandes testimonios de hombres verdaderamente honestos, con evidencias ilustres y convincentes, de la nobleza de su sacerdocio; sacerdotes que valieron la pena y otros tantos que continúan haciéndolo en las periferias.

La transformación eclesial a que invita el papa Francisco solo será posible con la “cultura del cuidado y del nunca más” ninguna forma de abuso, ¡ni una vez más, por parte de aquellos que se han consagrado para servir!, sean quienes fueren. Y servidores no son solo los sacerdotes.