/ viernes 18 de septiembre de 2020

Mexicanos asintomáticos

El escenario nacional cada vez luce más desencajado. Las cifras del desempleo, el aumento de la pobreza, el acceso real a la educación --que se ha venido en picada con la pandemia--, el saldo de la violencia, aunado al peculiar manejo de la crisis del Covid-19, dibujan un escenario escandaloso. Un contexto que nos empuja a celebrar las gestas de nuestros héroes nacionales con verdaderos compromisos contundentes.

Nos emocionan e inquietan las plumas tan prolijas de los verdaderos críticos de los sistemas. Los videos y parodias de los periodistas nos dejan sin palabras: asentimos en lo íntimo de nuestra soledad. Todos estamos verdaderamente convencidos que el estado actual de las cosas no da para seguir así; de lo contrario estaríamos lastimando irremediablemente las instituciones en nuestro país, estancando el crecimiento y paralizando el desarrollo en todos los aspectos.

Resulta más sorprendente la actitud asintomática, rayana en la comodidad, del gran número de mexicanos que nos mantenemos al margen, en la sobriedad de quien no se compromete, de quien prefiere mantenerse como el telespectador a distancia y con control en mano, que a voluntad puede cambiar la programación según el gusto del momento.

Y es que tal parece que para implicarse se necesitan agallas. Llevar las virtudes a un grado osado, en el que nos dejemos tocar por la situación que nos rodea, dejándonos afectar por lo que sucede a nuestro alrededor: en la casa del vecino, en la calle del frente, con el familiar y con el amigo. También en la propia vida, con los deseos que abriga nuestro corazón. Atrevernos a abrirle espacio a los llantos y lamentos de los que nos rodean, a los gozos y esperanzas de los nuestros. Dejar que todo lo de fuera nos toque, de tal manera que rompa las corazas que hemos construido para no seguir sufriendo. Atrevernos a sintonizar con lo que se mueve en nosotros ante la composición del entramado social. Desafiarnos con la pregunta sobre lo que nos dice la forma tan extraña de dar clases actualmente, o la forma de informar y comunicar a la que asistimos. Dejarnos tocar, permitir que todo lo que pasa nos mueva de tal manera que suscite un compromiso decidido. Que nos permita salir al encuentro de todos sin clichés ni recetas, sino desde lo que la realidad nos empuja a hacer.

Mexicanos sensibles, sin miedo a sentir, tal como lo han hecho nuestros héroes nacionales. ¡Quien siente, piensa; quien piensa, actúa!

El escenario nacional cada vez luce más desencajado. Las cifras del desempleo, el aumento de la pobreza, el acceso real a la educación --que se ha venido en picada con la pandemia--, el saldo de la violencia, aunado al peculiar manejo de la crisis del Covid-19, dibujan un escenario escandaloso. Un contexto que nos empuja a celebrar las gestas de nuestros héroes nacionales con verdaderos compromisos contundentes.

Nos emocionan e inquietan las plumas tan prolijas de los verdaderos críticos de los sistemas. Los videos y parodias de los periodistas nos dejan sin palabras: asentimos en lo íntimo de nuestra soledad. Todos estamos verdaderamente convencidos que el estado actual de las cosas no da para seguir así; de lo contrario estaríamos lastimando irremediablemente las instituciones en nuestro país, estancando el crecimiento y paralizando el desarrollo en todos los aspectos.

Resulta más sorprendente la actitud asintomática, rayana en la comodidad, del gran número de mexicanos que nos mantenemos al margen, en la sobriedad de quien no se compromete, de quien prefiere mantenerse como el telespectador a distancia y con control en mano, que a voluntad puede cambiar la programación según el gusto del momento.

Y es que tal parece que para implicarse se necesitan agallas. Llevar las virtudes a un grado osado, en el que nos dejemos tocar por la situación que nos rodea, dejándonos afectar por lo que sucede a nuestro alrededor: en la casa del vecino, en la calle del frente, con el familiar y con el amigo. También en la propia vida, con los deseos que abriga nuestro corazón. Atrevernos a abrirle espacio a los llantos y lamentos de los que nos rodean, a los gozos y esperanzas de los nuestros. Dejar que todo lo de fuera nos toque, de tal manera que rompa las corazas que hemos construido para no seguir sufriendo. Atrevernos a sintonizar con lo que se mueve en nosotros ante la composición del entramado social. Desafiarnos con la pregunta sobre lo que nos dice la forma tan extraña de dar clases actualmente, o la forma de informar y comunicar a la que asistimos. Dejarnos tocar, permitir que todo lo que pasa nos mueva de tal manera que suscite un compromiso decidido. Que nos permita salir al encuentro de todos sin clichés ni recetas, sino desde lo que la realidad nos empuja a hacer.

Mexicanos sensibles, sin miedo a sentir, tal como lo han hecho nuestros héroes nacionales. ¡Quien siente, piensa; quien piensa, actúa!