/ viernes 3 de mayo de 2019

Pensar pensando

Con dolor —y profundo pesar— nos damos cuenta que la educación está ensanchando un vacío tremendo: no enseña a pensar. El tiempo, las planeaciones, las estrategias y los modelos. Las fuerzas y todas las energías se van en todo menos en lo verdaderamente importante. Se anda por las ramas, en lo periférico de la tarea académica buscando que los alumnos estén presentes en el aula. Se busca que porten correctamente el uniforme. Se pretende conseguir que dejen su humanidad fuera de la escuela para que, al interior de ésta, tengan el comportamiento de una máquina: que sepan responder a quien los manipula, según los intereses del prestidigitador. Se les despersonaliza en un nivel tan ruin que les es asignado un número y, entonces, son lo que el número dice de ellos: inteligentes o no inteligentes. Vaya tontería; tremendo fraude. Asistimos al fracaso de lo único que puede sacarnos del atolladero.

La agrietada sociedad de estos tiempos líquidos pone frente a la educación el más grande reto de todos los tiempos; ser verdaderamente educativa, esto es, conseguir que los implicados en el proceso educativo piensen. Que sean personas en lo más bello y noble del término. Y dejar, de una vez por todas, el afán incansable de buscar que los alumnos sean máquinas de producción, metidos siempre en el hacer, y el hacer en serie y no en el pensar. En el afanoso hacer por hacer: siempre haciendo y nunca pensando. Operando según el condicionamiento que se les sugiere. ¿Qué tan educativo resulta traer atareados y verdaderamente azorados a los alumnos?, traerlos quemados y al borde de la derrota, simplemente entretenidos entre fechas, mapas, láminas, problemas, pintando o subrayando. En la monotonía. En el árido desierto infértil. En la mitad del vacío.

En este nuestro mundo, el pensamiento brilla por su ausencia. No está. Parece que se ha ido. Hay cansancio, desánimo, pesadez, intolerancia, muerte, autoritarismo, desigualdad. Corrupción de las instituciones... Pensar hoy es una urgencia. Desafiar, mirar, atender, cuestionar. Alzar la mirada y con ello elevar la voz, asistiendo a la mayoría de edad propia de la ilustración. Abrir paso al pensamiento es la tarea pendiente de la educación actual. Conseguir que el alumno sea persona. Que deje de ser —de una vez y para siempre— alumno, y sea, entonces, persona en vías de realización, con la capacidad de tomar la vida en sus manos, analizando, escuchando, comprendiendo, amando, pensando, viviendo.

Con dolor —y profundo pesar— nos damos cuenta que la educación está ensanchando un vacío tremendo: no enseña a pensar. El tiempo, las planeaciones, las estrategias y los modelos. Las fuerzas y todas las energías se van en todo menos en lo verdaderamente importante. Se anda por las ramas, en lo periférico de la tarea académica buscando que los alumnos estén presentes en el aula. Se busca que porten correctamente el uniforme. Se pretende conseguir que dejen su humanidad fuera de la escuela para que, al interior de ésta, tengan el comportamiento de una máquina: que sepan responder a quien los manipula, según los intereses del prestidigitador. Se les despersonaliza en un nivel tan ruin que les es asignado un número y, entonces, son lo que el número dice de ellos: inteligentes o no inteligentes. Vaya tontería; tremendo fraude. Asistimos al fracaso de lo único que puede sacarnos del atolladero.

La agrietada sociedad de estos tiempos líquidos pone frente a la educación el más grande reto de todos los tiempos; ser verdaderamente educativa, esto es, conseguir que los implicados en el proceso educativo piensen. Que sean personas en lo más bello y noble del término. Y dejar, de una vez por todas, el afán incansable de buscar que los alumnos sean máquinas de producción, metidos siempre en el hacer, y el hacer en serie y no en el pensar. En el afanoso hacer por hacer: siempre haciendo y nunca pensando. Operando según el condicionamiento que se les sugiere. ¿Qué tan educativo resulta traer atareados y verdaderamente azorados a los alumnos?, traerlos quemados y al borde de la derrota, simplemente entretenidos entre fechas, mapas, láminas, problemas, pintando o subrayando. En la monotonía. En el árido desierto infértil. En la mitad del vacío.

En este nuestro mundo, el pensamiento brilla por su ausencia. No está. Parece que se ha ido. Hay cansancio, desánimo, pesadez, intolerancia, muerte, autoritarismo, desigualdad. Corrupción de las instituciones... Pensar hoy es una urgencia. Desafiar, mirar, atender, cuestionar. Alzar la mirada y con ello elevar la voz, asistiendo a la mayoría de edad propia de la ilustración. Abrir paso al pensamiento es la tarea pendiente de la educación actual. Conseguir que el alumno sea persona. Que deje de ser —de una vez y para siempre— alumno, y sea, entonces, persona en vías de realización, con la capacidad de tomar la vida en sus manos, analizando, escuchando, comprendiendo, amando, pensando, viviendo.