/ viernes 12 de noviembre de 2021

Una postura sobre el final

La cuestión del final es un asunto serio y de verdadera dedicación teológica. El último día, como le llama el evangelio de Juan o el final del mundo como le llaman los documentos conciliares. Comporta, en efecto, la resurrección de los muertos, y esto está directamente asociado a la Parusía de Cristo.

Así lo testifica el apóstol cuando sostiene: “El Señor mismo, a la orden dada por la voz del arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo, resucitarán en primer lugar” (I Tes 4,16). En este sentido, la comprensión de la venida del Señor es algo que Cristo mismo ha expuesto en su predicación, y un asunto serio que las primeras comunidades tuvieron muy presente. Si es verdad que en el último día el Señor nos resucitará, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Él, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte de Cristo (cfr. CatIC 1002), tal como sostiene la oración de bendición del agua bautismal, “sepultados con Cristo en su muerte, resucitemos con Él a la vida”, por la acción de Dios que lo ha resucitado a Él de entre los muertos (cfr. Col 2,12). Así pues, la vida que ahora disfrutamos en figura y como promesa de alcanzar un día, estamos seguros que ya la hemos comenzado a vivir como oferta. Ya estamos gustando las primicias de esta vida que deseamos alcanzar con toda su gloria.

Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente, y es que, aunque a nosotros no nos toca conocer el tiempo ni el momento. Este evento escatológico se puede cumplir en cualquier momento, aun cuando dicho evento y la prueba final que le ha de preceder estén retenidos en las manos de Dios. Lo que sí es un hecho es que la venida del Mesías glorioso, es un momento que sucederá en la historia, porque las palabras del Señor no dejarán de cumplirse.

No podemos leer la historia como un asunto de catástrofes y tragedias, como los sectarios milenaristas. Nosotros leemos la historia con la conciencia que es una Historia de Salvación donde Dios es el Señor del tiempo y todo lo tiene con amor en sus manos. En una historia que desemboca en el amor, porque precisamente empezó por amor y es el amor el que la sostiene. Todo en esta historia habla de un Dios que es un amante apasionado. Así pues aunque sabemos que ni la vida ni el mundo son eternos, vivimos en la dinámica del amor y la espera paciente.

La cuestión del final es un asunto serio y de verdadera dedicación teológica. El último día, como le llama el evangelio de Juan o el final del mundo como le llaman los documentos conciliares. Comporta, en efecto, la resurrección de los muertos, y esto está directamente asociado a la Parusía de Cristo.

Así lo testifica el apóstol cuando sostiene: “El Señor mismo, a la orden dada por la voz del arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo, resucitarán en primer lugar” (I Tes 4,16). En este sentido, la comprensión de la venida del Señor es algo que Cristo mismo ha expuesto en su predicación, y un asunto serio que las primeras comunidades tuvieron muy presente. Si es verdad que en el último día el Señor nos resucitará, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Él, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte de Cristo (cfr. CatIC 1002), tal como sostiene la oración de bendición del agua bautismal, “sepultados con Cristo en su muerte, resucitemos con Él a la vida”, por la acción de Dios que lo ha resucitado a Él de entre los muertos (cfr. Col 2,12). Así pues, la vida que ahora disfrutamos en figura y como promesa de alcanzar un día, estamos seguros que ya la hemos comenzado a vivir como oferta. Ya estamos gustando las primicias de esta vida que deseamos alcanzar con toda su gloria.

Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente, y es que, aunque a nosotros no nos toca conocer el tiempo ni el momento. Este evento escatológico se puede cumplir en cualquier momento, aun cuando dicho evento y la prueba final que le ha de preceder estén retenidos en las manos de Dios. Lo que sí es un hecho es que la venida del Mesías glorioso, es un momento que sucederá en la historia, porque las palabras del Señor no dejarán de cumplirse.

No podemos leer la historia como un asunto de catástrofes y tragedias, como los sectarios milenaristas. Nosotros leemos la historia con la conciencia que es una Historia de Salvación donde Dios es el Señor del tiempo y todo lo tiene con amor en sus manos. En una historia que desemboca en el amor, porque precisamente empezó por amor y es el amor el que la sostiene. Todo en esta historia habla de un Dios que es un amante apasionado. Así pues aunque sabemos que ni la vida ni el mundo son eternos, vivimos en la dinámica del amor y la espera paciente.