/ viernes 14 de diciembre de 2018

Acuerdo solidario

Tal parece que los seres humanos, al entrar en relación unos con otros, establecemos una serie de estratagemas que nos permiten —evidente o veladamente— desarrollarnos los unos a los otros en el clima de respeto y sociabilidad. Con esto, se entiende que los acuerdos son propios de la raza humana. Se ha dicho, en términos generales, que es Hobbes el autor de la propuesta del Contrato Social, esto sólo puede afirmarse así, en términos generales. En este autor tal tesis sólo puede comprenderse a tenor del gran axioma de su pensamiento: “El hombre es un lobo para el hombre”. Así pues, heredero de los planteamientos de sus predecesores afirma la especie de malicia de que se reviste el hombre en lo más íntimo de su ser. Esta especie de malicia que se predica del hombre es la que a todos pone en estado de alerta, respecto del resto de la humanidad y entonces, para no perecer, presa del lobo que me rodea, es necesario llegar a un acuerdo de convivencia. Donde tal acuerdo es una estaca a la espontaneidad.

“Hay un estado salvaje de la naturaleza humana, por esta razón para hacer —al menos— posible la convivencia es necesario establecer un pacto, en el cual se limitan las libertades de los hombres con ocasión de garantizar la convivencia”. Esto quiere decir que la armonía se establece sólo en la tensión de lo que no debo hacer. Como el otro es siempre un lobo que está al asecho, me atrinchero para salvaguardarme de tal bestia y ser, en la terrible espontaneidad de saberme limitado, jamás libre.

Esta convivencia es condicionante, es la relación en el más básico de sus niveles, ¡es enfermiza y paranoica! Todo el que se precie de hacer uso consciente y honesto de su razón no puede aceptar esta propuesta, que no mira al hombre en su integralidad, sino bajo uno solo de los aspectos de éste, ¡qué cinismo!

El único contrato válido que podemos defender y en el que se va tejiendo la vida humana es el contrato de la solidaridad. Es cierto que es propio del hombre ser inteligente, económico y risible. Pero la nota que mejor expresa la grandeza del hombre, en la que, por cierto, entran en sinergia todos los aspectos mencionados es la capacidad de solidarizarse.

Solidarizarnos, salir al encuentro del otro, mirarle, escucharle, para estar ahí, ni siquiera buscando comprenderle. Sin buscar asirle, ganarle o colonizarlo es el único contrato válido que podemos establecer los hombres, de una vez y para siempre, pero en una permanente renovación.

Tal parece que los seres humanos, al entrar en relación unos con otros, establecemos una serie de estratagemas que nos permiten —evidente o veladamente— desarrollarnos los unos a los otros en el clima de respeto y sociabilidad. Con esto, se entiende que los acuerdos son propios de la raza humana. Se ha dicho, en términos generales, que es Hobbes el autor de la propuesta del Contrato Social, esto sólo puede afirmarse así, en términos generales. En este autor tal tesis sólo puede comprenderse a tenor del gran axioma de su pensamiento: “El hombre es un lobo para el hombre”. Así pues, heredero de los planteamientos de sus predecesores afirma la especie de malicia de que se reviste el hombre en lo más íntimo de su ser. Esta especie de malicia que se predica del hombre es la que a todos pone en estado de alerta, respecto del resto de la humanidad y entonces, para no perecer, presa del lobo que me rodea, es necesario llegar a un acuerdo de convivencia. Donde tal acuerdo es una estaca a la espontaneidad.

“Hay un estado salvaje de la naturaleza humana, por esta razón para hacer —al menos— posible la convivencia es necesario establecer un pacto, en el cual se limitan las libertades de los hombres con ocasión de garantizar la convivencia”. Esto quiere decir que la armonía se establece sólo en la tensión de lo que no debo hacer. Como el otro es siempre un lobo que está al asecho, me atrinchero para salvaguardarme de tal bestia y ser, en la terrible espontaneidad de saberme limitado, jamás libre.

Esta convivencia es condicionante, es la relación en el más básico de sus niveles, ¡es enfermiza y paranoica! Todo el que se precie de hacer uso consciente y honesto de su razón no puede aceptar esta propuesta, que no mira al hombre en su integralidad, sino bajo uno solo de los aspectos de éste, ¡qué cinismo!

El único contrato válido que podemos defender y en el que se va tejiendo la vida humana es el contrato de la solidaridad. Es cierto que es propio del hombre ser inteligente, económico y risible. Pero la nota que mejor expresa la grandeza del hombre, en la que, por cierto, entran en sinergia todos los aspectos mencionados es la capacidad de solidarizarse.

Solidarizarnos, salir al encuentro del otro, mirarle, escucharle, para estar ahí, ni siquiera buscando comprenderle. Sin buscar asirle, ganarle o colonizarlo es el único contrato válido que podemos establecer los hombres, de una vez y para siempre, pero en una permanente renovación.