/ miércoles 5 de septiembre de 2018

Cartas

Hace unos días recibí a través de un cartero del Servicio Postal Mexicano un sobre blanco rectangular; contenía un documento oficial enviado desde esta misma ciudad. Me causó gusto y asombro a la vez. Antes de abrirlo lo observé con detenimiento: tenía adheridos tres timbres postales cuyo precio total sumaba $16.50, además, el matasellos a efecto de evitar que los timbres fueran reutilizados. Mi gusto se debió a que hacía ya muchos años que no recibía una carta como ésta; y mi asombro, al comprobar que todavía existe este medio de comunicación. Vino a mi imaginación el tiempo en que desde mi pueblo —al norte del estado— llegué a estudiar al Colegio Preparatorio de nuestra bella capital. Aún no existía la carretera “costera” que pasa por Costa Esmeralda, ni tampoco el puente de Gutiérrez Zamora. Los vehículos tenían que llegar hasta Tecolutla, cruzar el río del mismo nombre a través de un pequeño transbordador conocido comúnmente como “chalán”, para llegar vía Perote a Xalapa. Era toda una odisea. El servicio telefónico era caro. Así es que para saber de mis padres y hermanos o ellos de mí tenía que ser a través de cartas. El plazo de entrega era largo. Así se enviaban o recibían buenas o malas noticias. De todos modos, recibir una carta era siempre motivo de alegría, aunque después hubiera que derramar algunas lágrimas por el contenido de la misma. Los enamorados tenían que esperar luengos meses para recibir noticias del novio o la novia. Durante siglos las cosas funcionaron más o menos así. Las comunicaciones electrónicas e instantáneas eran sencillamente inconcebibles. Cuando García Márquez publicó El coronel no tiene quien le escriba todavía no había Internet, sino la historia hubiera sido diferente. El primer mensaje por e-mail fue enviado por Ray Tomlinson en Estados Unidos en 1971. Después, en los 90 el uso de Internet creció exponencialmente. Hoy el mundo no se concibe sin la presencia cotidiana en nuestras vidas de éstas y otras herramientas tecnológicas. Tanto, que el Whatsapp ya ha superado el uso del e-mail. En sentido diverso, recuerdo un cuento de María Enriqueta, donde un hijo le escribe una carta a su madre anunciándole que llegará al día siguiente. La mamá le muestra la carta a todas sus vecinas y amigas, diciéndoles emocionada que su hijo “llegará mañana”. Y el hijo nunca llegó. Ahora, aunque sea de manera electrónica, escríbales a sus padres, hijos o amigos. Regáleles esa alegría. Quizás mañana pueda ser demasiado tarde.


Hace unos días recibí a través de un cartero del Servicio Postal Mexicano un sobre blanco rectangular; contenía un documento oficial enviado desde esta misma ciudad. Me causó gusto y asombro a la vez. Antes de abrirlo lo observé con detenimiento: tenía adheridos tres timbres postales cuyo precio total sumaba $16.50, además, el matasellos a efecto de evitar que los timbres fueran reutilizados. Mi gusto se debió a que hacía ya muchos años que no recibía una carta como ésta; y mi asombro, al comprobar que todavía existe este medio de comunicación. Vino a mi imaginación el tiempo en que desde mi pueblo —al norte del estado— llegué a estudiar al Colegio Preparatorio de nuestra bella capital. Aún no existía la carretera “costera” que pasa por Costa Esmeralda, ni tampoco el puente de Gutiérrez Zamora. Los vehículos tenían que llegar hasta Tecolutla, cruzar el río del mismo nombre a través de un pequeño transbordador conocido comúnmente como “chalán”, para llegar vía Perote a Xalapa. Era toda una odisea. El servicio telefónico era caro. Así es que para saber de mis padres y hermanos o ellos de mí tenía que ser a través de cartas. El plazo de entrega era largo. Así se enviaban o recibían buenas o malas noticias. De todos modos, recibir una carta era siempre motivo de alegría, aunque después hubiera que derramar algunas lágrimas por el contenido de la misma. Los enamorados tenían que esperar luengos meses para recibir noticias del novio o la novia. Durante siglos las cosas funcionaron más o menos así. Las comunicaciones electrónicas e instantáneas eran sencillamente inconcebibles. Cuando García Márquez publicó El coronel no tiene quien le escriba todavía no había Internet, sino la historia hubiera sido diferente. El primer mensaje por e-mail fue enviado por Ray Tomlinson en Estados Unidos en 1971. Después, en los 90 el uso de Internet creció exponencialmente. Hoy el mundo no se concibe sin la presencia cotidiana en nuestras vidas de éstas y otras herramientas tecnológicas. Tanto, que el Whatsapp ya ha superado el uso del e-mail. En sentido diverso, recuerdo un cuento de María Enriqueta, donde un hijo le escribe una carta a su madre anunciándole que llegará al día siguiente. La mamá le muestra la carta a todas sus vecinas y amigas, diciéndoles emocionada que su hijo “llegará mañana”. Y el hijo nunca llegó. Ahora, aunque sea de manera electrónica, escríbales a sus padres, hijos o amigos. Regáleles esa alegría. Quizás mañana pueda ser demasiado tarde.