/ miércoles 6 de junio de 2018

Literatura y humor

Se ha dicho y con razón que la buena literatura no tiene por qué ser aburrida, es más, no debe serlo. Así es que la diversión no sólo está frente al televisor, o en los diversos juegos electrónicos que los padres obsequian a sus hijos, niños o jóvenes, para que maten su tiempo; sin percatarse de que lo que están matando es su imaginación para divertirse y para crear. Ahí están, por ejemplo, las Comedias de Aristófanes escritas hace casi 25 siglos, y aún hoy, al leerlas, siguen cosechando carcajadas. El Decamerón de Bocaccio del siglo XIV sigue siendo divertido. Y ya no digamos las desventuras del Quijote publicadas en los primeros años del siglo XVII. Existe también una abundante producción cuentística más reciente dentro de la que se inscribe la Antología Personal, 50 años de cuentos (Edit. Océano) del nicaragüense Sergio Ramírez.

El propio autor nos dice que lo que el cuentista escribe “son mentiras, pero deben ser mentiras bien contadas, en las que se pueda creer a ciegas”. Pues bien, es un libro que muchos padres debieran obsequiar a sus hijos de secundaria o incluso de primaria; contiene varios cuentos cortos al estilo de Chejov o de Maupassant, por lo que no requieren de una lectura concentrada durante mucho tiempo, con la seguridad que al final de cada uno de ellos recibirán de premio las endorfinas de una sonora y grata carcajada. Así, de consuno se divierten y cultivan el hábito de la lectura; que una vez logrado esto, cada quien sigue por su cuenta el sendero del saber.

Todos tenemos historias que contar, pero no todos lo podemos hacerlo con gracia y menos por escrito. Entonces no es mérito pequeño que a través de la letra impresa alguien nos haga reír. El tema es lo de menos, lo importante es la magia con la que el escritor nos lleva de la mano hasta el final del cuento. Y ese es el mérito de Sergio Ramírez. El lector no sabe si es verdad o mentira lo que está leyendo; narra algunos hechos ciertos, pero que sólo sirven de carnada para atrapar al lector. Uno de sus cuentos lo ubica en México.

Alguien buscaba trabajo de extra en una película y tenía que llegar temprano al estudio de filmación en espera de ser llamado. Sin embargo, dice, “bastaba conocer a alguien en el sindicato para colarse, y aceptar sin malas caras la merma en el pago que representaba la mordida”. Más o menos como lo que sucedía o sucede aún, con los aspirantes a un trabajo temporal en Pemex a través del sindicato.

Se ha dicho y con razón que la buena literatura no tiene por qué ser aburrida, es más, no debe serlo. Así es que la diversión no sólo está frente al televisor, o en los diversos juegos electrónicos que los padres obsequian a sus hijos, niños o jóvenes, para que maten su tiempo; sin percatarse de que lo que están matando es su imaginación para divertirse y para crear. Ahí están, por ejemplo, las Comedias de Aristófanes escritas hace casi 25 siglos, y aún hoy, al leerlas, siguen cosechando carcajadas. El Decamerón de Bocaccio del siglo XIV sigue siendo divertido. Y ya no digamos las desventuras del Quijote publicadas en los primeros años del siglo XVII. Existe también una abundante producción cuentística más reciente dentro de la que se inscribe la Antología Personal, 50 años de cuentos (Edit. Océano) del nicaragüense Sergio Ramírez.

El propio autor nos dice que lo que el cuentista escribe “son mentiras, pero deben ser mentiras bien contadas, en las que se pueda creer a ciegas”. Pues bien, es un libro que muchos padres debieran obsequiar a sus hijos de secundaria o incluso de primaria; contiene varios cuentos cortos al estilo de Chejov o de Maupassant, por lo que no requieren de una lectura concentrada durante mucho tiempo, con la seguridad que al final de cada uno de ellos recibirán de premio las endorfinas de una sonora y grata carcajada. Así, de consuno se divierten y cultivan el hábito de la lectura; que una vez logrado esto, cada quien sigue por su cuenta el sendero del saber.

Todos tenemos historias que contar, pero no todos lo podemos hacerlo con gracia y menos por escrito. Entonces no es mérito pequeño que a través de la letra impresa alguien nos haga reír. El tema es lo de menos, lo importante es la magia con la que el escritor nos lleva de la mano hasta el final del cuento. Y ese es el mérito de Sergio Ramírez. El lector no sabe si es verdad o mentira lo que está leyendo; narra algunos hechos ciertos, pero que sólo sirven de carnada para atrapar al lector. Uno de sus cuentos lo ubica en México.

Alguien buscaba trabajo de extra en una película y tenía que llegar temprano al estudio de filmación en espera de ser llamado. Sin embargo, dice, “bastaba conocer a alguien en el sindicato para colarse, y aceptar sin malas caras la merma en el pago que representaba la mordida”. Más o menos como lo que sucedía o sucede aún, con los aspirantes a un trabajo temporal en Pemex a través del sindicato.