/ miércoles 13 de junio de 2018

Mi viejo directorio telefónico

Con los teléfonos celulares ya casi nadie memoriza los números telefónicos incluso de sus familiares más cercanos: hijos o padres. Basta con buscar el nombre en la lista de contactos, presionar en el seleccionado y ¡listo!; es más, al conducir un automóvil, si a éste está conectado por bluetooth el celular, no hace falta utilizar las manos para realizar la tarea anterior, simplemente se ordena con voz clara el nombre de la persona con quien se desea comunicar, y de lo demás la tecnología se encarga. La mayoría de la gente, sobre todo los jóvenes, ya no usan una libreta para apuntar el nombre y número telefónico de sus nuevos amigos, sencillamente agregan ambos datos a su teléfono portátil y es todo. Claro, cuando extravían o les roban el teléfono quedan aislados del mundo; deben empezar de cero a elaborar su listado de contactos. Pero yo trabajo todavía a la antigua. Prefiero los libros y periódicos en papel —aunque algunos de éstos los consulto también en línea—, y sigo teniendo un directorio telefónico personal en una libreta. Como ésta era ya algo vieja, empecé la tarea de actualizar mi directorio. Y lo que pretendía ser una mera actividad manual, pronto se convirtió en una actividad de reflexión con pinceladas de nostalgia.

Resulta que ahí estaban los números telefónicos y direcciones de varios familiares y amigos con los que ya nunca podré conversar; no volveré a escuchar sus saludos, bromas, risas y la invitación a vernos. Mis padres, algunos de mis hermanos, tías, primos y varios amigos de muchos años ya no tendrán un lugar en mi nuevo directorio. Entre todo, hay algo que me dio un pinchazo en el alma como si de una espina de maguey se tratara: la llamada que no hice y que ya no hay tiempo para hacerla, y la invitación a desayunar o tomar un café que nunca se concretó. Muchas cosas que por las más diversas circunstancias se dejaron para después, y ahora me encuentro que mis amigos se bajaron del tren de la vida mientras yo dormía.

Con eso he de cargar por el resto de mis días. Sin embargo también es parte del precio que hay que pagar simplemente por vivir más que los demás, por transitar más kilómetros en el viaje de la vida. Por eso este día y como un tributo a las auroras y crepúsculos que cotidianamente disfruto, me he propuesto convivir más con mis familiares y amigos. Para que mañana, cuando tengan que borrarme de su lista de contactos, no sea yo uno de sus asuntos que queden pendientes.

Con los teléfonos celulares ya casi nadie memoriza los números telefónicos incluso de sus familiares más cercanos: hijos o padres. Basta con buscar el nombre en la lista de contactos, presionar en el seleccionado y ¡listo!; es más, al conducir un automóvil, si a éste está conectado por bluetooth el celular, no hace falta utilizar las manos para realizar la tarea anterior, simplemente se ordena con voz clara el nombre de la persona con quien se desea comunicar, y de lo demás la tecnología se encarga. La mayoría de la gente, sobre todo los jóvenes, ya no usan una libreta para apuntar el nombre y número telefónico de sus nuevos amigos, sencillamente agregan ambos datos a su teléfono portátil y es todo. Claro, cuando extravían o les roban el teléfono quedan aislados del mundo; deben empezar de cero a elaborar su listado de contactos. Pero yo trabajo todavía a la antigua. Prefiero los libros y periódicos en papel —aunque algunos de éstos los consulto también en línea—, y sigo teniendo un directorio telefónico personal en una libreta. Como ésta era ya algo vieja, empecé la tarea de actualizar mi directorio. Y lo que pretendía ser una mera actividad manual, pronto se convirtió en una actividad de reflexión con pinceladas de nostalgia.

Resulta que ahí estaban los números telefónicos y direcciones de varios familiares y amigos con los que ya nunca podré conversar; no volveré a escuchar sus saludos, bromas, risas y la invitación a vernos. Mis padres, algunos de mis hermanos, tías, primos y varios amigos de muchos años ya no tendrán un lugar en mi nuevo directorio. Entre todo, hay algo que me dio un pinchazo en el alma como si de una espina de maguey se tratara: la llamada que no hice y que ya no hay tiempo para hacerla, y la invitación a desayunar o tomar un café que nunca se concretó. Muchas cosas que por las más diversas circunstancias se dejaron para después, y ahora me encuentro que mis amigos se bajaron del tren de la vida mientras yo dormía.

Con eso he de cargar por el resto de mis días. Sin embargo también es parte del precio que hay que pagar simplemente por vivir más que los demás, por transitar más kilómetros en el viaje de la vida. Por eso este día y como un tributo a las auroras y crepúsculos que cotidianamente disfruto, me he propuesto convivir más con mis familiares y amigos. Para que mañana, cuando tengan que borrarme de su lista de contactos, no sea yo uno de sus asuntos que queden pendientes.