/ viernes 5 de noviembre de 2021

Una dicha sin igual

Cuando Jesús afirma que los pobres son dichosos, está gestando una verdadera revolución. Una inversión de la historia, es el axioma de la ruta que tomará Jesús en su acción en el mundo, esta es la primera frase que sale de Jesús una vez que vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó para enseñar.

Fascinante la forma en que lo expresan los sinópticos, un Jesús que ve con detalle, con delicadeza, y con su ser de maestro se sienta para enseñar rodeado de sus discípulos. Esto es muy similar a la acción del Dios del éxodo, que escucha el clamor de su pueblo, mira su aflicción y baja a liberarlos. En este caso, Jesús también es el Señor que continúa este éxodo.

Porque su confianza plena se encuentra en la certeza de la bondad de un Dios entrañable que nunca ha dejado de mirarlo con ternura y de asistirlo misericordiosamente. Dirá Cabodevilla, “Dichosos los pobres porque, al carecer toda otra protección, se ven casi obligados a confiar en la protección divina”. La felicidad que Jesús alaba de los pobres, justo en el primero de los macarismos es una felicidad que nada tiene que ver con una compasión ciega, no es una compasión misericordiera que en tono de lástima les diera una esperanza irresuelta como a especie de premio de segunda mano por el hecho de ser pobres. Con todo, es claro que ser pobre, por así haber nacido no comporta ningún mérito digno de la alabanza del Señor y es correlativo a esto, Dios no les concede el Reino a los pobres porque tenga con ellos una deuda de orden social, ni en venganza contra los ricos.

A esos ha venido a encomiar Jesús, porque ha escuchado su ruego, el Reino de Dios está irrumpiendo para todos ellos. Pero, ¿quiénes son estos pobres? Según Kasper, cuando Mateo habla de los pobres de espíritu, presupone un concepto religioso de la pobreza en el sentido de humildad, es decir, pobreza ante Dios. Ahora sí, con todo vigor se puede afirmar ahora: bienaventurados los pobres, en verdad que son dichosos, Jesús ha venido al encuentro de ellos, quiso poner su morada en medio de los pobres para enriquecerlos con su misma pobreza.

Bienaventurados los pobres, que pueden vivir en un camino de liberalidad, de austeridad. Ellos jamás se verán expuestos a la dolorosa retirada del camino. No sufrirán, no se marcharán entristecidos por el terrible camino sombrío y hostil. Al no tener tantos bienes son poseedores de un verdadero tesoro en el cielo. Este tipo de pobres de los que habla Jesús.

Cuando Jesús afirma que los pobres son dichosos, está gestando una verdadera revolución. Una inversión de la historia, es el axioma de la ruta que tomará Jesús en su acción en el mundo, esta es la primera frase que sale de Jesús una vez que vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó para enseñar.

Fascinante la forma en que lo expresan los sinópticos, un Jesús que ve con detalle, con delicadeza, y con su ser de maestro se sienta para enseñar rodeado de sus discípulos. Esto es muy similar a la acción del Dios del éxodo, que escucha el clamor de su pueblo, mira su aflicción y baja a liberarlos. En este caso, Jesús también es el Señor que continúa este éxodo.

Porque su confianza plena se encuentra en la certeza de la bondad de un Dios entrañable que nunca ha dejado de mirarlo con ternura y de asistirlo misericordiosamente. Dirá Cabodevilla, “Dichosos los pobres porque, al carecer toda otra protección, se ven casi obligados a confiar en la protección divina”. La felicidad que Jesús alaba de los pobres, justo en el primero de los macarismos es una felicidad que nada tiene que ver con una compasión ciega, no es una compasión misericordiera que en tono de lástima les diera una esperanza irresuelta como a especie de premio de segunda mano por el hecho de ser pobres. Con todo, es claro que ser pobre, por así haber nacido no comporta ningún mérito digno de la alabanza del Señor y es correlativo a esto, Dios no les concede el Reino a los pobres porque tenga con ellos una deuda de orden social, ni en venganza contra los ricos.

A esos ha venido a encomiar Jesús, porque ha escuchado su ruego, el Reino de Dios está irrumpiendo para todos ellos. Pero, ¿quiénes son estos pobres? Según Kasper, cuando Mateo habla de los pobres de espíritu, presupone un concepto religioso de la pobreza en el sentido de humildad, es decir, pobreza ante Dios. Ahora sí, con todo vigor se puede afirmar ahora: bienaventurados los pobres, en verdad que son dichosos, Jesús ha venido al encuentro de ellos, quiso poner su morada en medio de los pobres para enriquecerlos con su misma pobreza.

Bienaventurados los pobres, que pueden vivir en un camino de liberalidad, de austeridad. Ellos jamás se verán expuestos a la dolorosa retirada del camino. No sufrirán, no se marcharán entristecidos por el terrible camino sombrío y hostil. Al no tener tantos bienes son poseedores de un verdadero tesoro en el cielo. Este tipo de pobres de los que habla Jesús.